Como un monstruo dormido, desde septiembre comenzó a ponerse en pie una estructura metálica. En la Explanada, más famosa por las maravillas que tienen lugar sobre el armatoste, que por la anécdota histórica con que nació un país, va tomando forma el cuerpo del inmortal FIC. Este año la ciudad está en calma, con colores opacos (guinda y mostaza) y poca publicidad. Quizá han pensado que el viento cervantino basta para atraer a los fuereños y avisar con su frío en los huesos y en el rostro de los lugareños que ya está aquí.
Es el día cero y, aunque hay unos cuantos carteles y mamparas regados en el corazón del centro (especialmente en los restaurantes y comercios), sin stands para fotos ni montajes interactivos, la fila de acceso para las gradas en la Alhóndiga parece no tener fin. Todo y al mismo tiempo nada cambia –a pesar de las dicharacherías del incauto alcalde, quien hace algunos meses pretendía negar el uso de los recintos ya clásicos del festival, para evitar el caos pueblerino y motivar el convivio burgués–. Es el año de la transición y, para quienes anualmente la viven, esta fiesta se muestra incierta y confusa, tal como todo lo social y político, bueno o malo, que desde enero se espera acontecer en la nación.
La hoja de maple canadiense tiene el honor de dar inicio a la celebración. Es precisa en tonalidad para este otoño, pero el color, más que indicar la presencia del país invitado, parece una reafirmación del gobierno emergente pisando firme sobre tierra profundamente azul. En las pantallas a los costados del escenario, como un duelo de gallos y a fuerza de cumplimientos protocolarios, alternan los logos de la “grandeza” violenta y del que, aun con la banda del mando, es aquí oposición.
Tal vez este Cervantino austero en imagen –ignorando las fachadas recientemente y con sumo esmero pintadas por el ayuntamiento– sea el pretexto para volver a la raíz, a los tiempos originarios donde la esencia del festival era la oportunidad libre y sencilla para la expresión de las artes; pero la falta de teatro en el programa, teatro de calle, danza (el folclor tan esperado de los pies guerrerenses) y por poco nada de artes plásticas, ponen eso bajo cuestión.
Aunque infinito recital, porque éste, como desde hace varios años, es un Cervantino de música (clásica, barroca, popular, electrónica, alternativa, experimental, comercial…), ¿podrá sentirse con el mismo entusiasmo de los fandangos culturales tan promovidos ahora desde el norte hasta el sur? Pensemos que sí y –sin importar que los oficiales viales desde los recintos saluden seriamente a los militares ya habituados a la ciudad– bailemos junto con los danzantes que dan rostro al cuatro-siete [47] FIC, los danzantes originarios y migrantes que evocan los ecos ancestrales de Una tribu llamada roja*, mientras la colombiana Lido Pimienta canta, siguiendo los compases electrónicos y bajo las luces inaugurales, sobre justicia, libertad y humanidad también.
*Traducción al español del nombre de la agrupación canadiense A Tribe Called Red
A Tribe Called Red con Lido Pimienta
9 de octubre de 2019
Explanada de la Alhóndiga
Fotografía: cortesía FIC