De viaje con los Derbez por Esteban Govea

Para que no se diga que no me pongo en la línea de fuego ni que sólo escribo sobre lo que me gusta ver, esta vez he preparado una reseña especial, cuyo objeto no tiene caso repetir porque ya leímos todos el título y le dimos click para llegar acá.

            A ver, antes de empezar, debo sacar algo de mi sistema y es que en toda la serie De viaje con los Derbez sólo hay una persona que lleva legalmente ese apellido. Más propio sería llamarlo De viaje con la familia disfuncional de Derbez o, incluso De viaje con el adalid del nepotismo y compañía.

            El bonito elenco incluye al pater familias Eugenio; a su actual esposa Alessandra Rosaldo, ex miembro de Sentidos Opuestos; a la hija más pequeña de ambos Aitana; al yerno Mauricio Ochmann; a la omnipresente Aislinn; a la hija de ambos Kailani; al hijo mayor de Eugenio, Vadhir y, por último y definitivamente menos importante, a José Eduardo (el único que no tiene nombre de marquesina, presumiblemente porque Victoria Ruffo se aventó a chillar a mares como en sus telenovelas hasta que Eugenio cedió y la dejó a ella bautizarlo).

            La serie es un reality show en el cual, básicamente, Eugenio reúne a todos los hijos y nietos que tiene (espero) y se va de viaje con ellos a Marruecos. Supongo que a lo largo de la serie la familia visitará más países exóticos, pero la verdad sólo pude fumarme dos capítulos y en ambos están en Marruecos.

            Y hay varias (y excelentes) razones para dejar de verla. Por ejemplo, el hecho de que, fuera de Eugenio, el resto del elenco es pesado, antipático, por no decir a ratos insufrible. Vadhir es una versión menos chistosa de Chava Iglesias; Ochmann está todo el tiempo en la pose de esposo preocupado y forastero de la familia; Aislinn hace berrinches porque tiene un marido demasiado atento y un padre demasiado impositivo; Alessandra está todo el tiempo en la pose de esposa preocupada y forastera de la familia y hace berrinches porque la llevaron a Marruecos; los niños están ahí haciendo ruido con silbatos y tambores y suponiendo un obstáculo para las actividades que Eugenio planea para la familia; José Eduardo se empeña en hacer los mismos gestos y giros que su padre haría para hacerse el gracioso, pero tiene el carisma de una palanqueta con pasas.

            Las situaciones que ocurren son inverosímiles, incluso para los estándares de un reality, y es que ni Eugenio ni varios de sus hijos pueden actuar convincentemente. Es vergonzosamente obvio que están luciéndose para las cámaras, en personaje. El afán perfeccionista y el ánimo obsesivo compulsivo de Eugenio no resulta convincente, ni resulta creíble que quiera imponer un itinerario al resto de su familia, que ya pasa de la mayoría de edad y que tiene a varios de los productores ejecutivos de la serie entre sus miembros. Tampoco es creíble que hayan llevado cámaras y micrófonos a un evento de Fórmula E, hayan subido a los autos y dado vueltas de prueba con los pilotos y, paralelamente, hayan olvidado revisar si el evento admitía o no a los niños. Obviamente todo está montado para generar un conflicto, para que Eugenio salga y se enfrente con la esposa y el yerno y la hija por la negligencia en que incurrió; pero ese detalle no pudo haber pasado inadvertido a todo el equipo de producción que la familia evidentemente trae detrás, aunque algunas de las tomas se pretendan disfrazar como videos tomados con celulares.

            Otro problema es que, como la serie necesita mostrar lugar exóticos para ser más atractiva y generar dinámicas y reacciones en la familia, a veces da pena ajena la manera en la que estos mexicanos ricos interactúan con otra cultura. Eugenio regatea a los vendedores del mercado, algo que, en lo personal, me caga en la gente rica, que no hace lo mismo, (supongo) en una tienda de diseñador, donde paga el sobreprecio que le pidan. Además, al comprar una prenda tradicional, Eugenio sugiere hacerle cambios con un sastre, lo cual no deja de ser insensible e ignorante, pero también difícil de ver.

            Además de no resultar simpáticos, a veces los miembros de la familia son activamente odiosos. Dejando de lado la excesiva cantidad de anglicismos con que se expresan todos, incluido Ochmann, que nació en el mismo pueblo que yo y se crio ahí una década antes: (picky en lugar de “remilgoso”, outsider en lugar de “extraño”, “ajeno”, Morocco en lugar de “Marruecos”, time out en lugar de “descanso” outfit en lugar de “atuendo”), hay asuntos que resultan más molestos. Por ejemplo cuando Alessandra la hace de emoción porque Eugenio se acerca a un encantador de serpientes. Aunque la actitud de él es cuestionable y temeraria y pone brevemente en peligro a la niña, uno de los argumentos que Alessandra esgrime es que ese espectáculo explota a las serpientes, y ella está en contra de la explotación de animales. Eugenio asiente y se rinde ante los elevados criterios morales de su esposa, pero quince minutos después, cuando se reconcilian, lo hacen en un carruaje tirado por caballos. En un carruaje. Tirado por caballos. No soy experto, pero me parece que la serpiente tiene un sistema nervioso tan primitivo que ni siquiera está en condición de considerarse maltratada por su encantador quien, por otra parte, se limita a tocarla, moverla de un lado a otro y, pues, a encantarla. Los caballos sí que se ven descontentos con sus vidas.

            Como mencioné, no pude pasar del segundo capítulo. Y no es que sea hater de Derbez ni mucho menos. Algunos de los sketches que hizo en los noventa me dieron mucha risa en su momento. El problema es que aquí vemos varios de los mismos chistes, e incluso algunos más trillados que esos. Además, Derbez me hacía reír por sus personajes, no por sí mismo. Las películas que ha hecho, algunas de las cuales han tenido enorme éxito comercial en México y E.U., son a mi juicio pésimas comedias. Entiendo, no obstante, que tengan un público, porque entiendo que Derbez tiene sus buenos fans. Lo que no entiendo es el afán de querer colocar a toda la familia en la industria. Porque, no se nos olvide, el yerno y la hija han sido protagonistas de películas mexicanas recientes, lo mismo que Vadhir. José Eduardo estuvo un tiempo dizque haciendo tablas en el matutino Hoy, pero luego se dieron cuenta de que la tabla era él. Permítaseme replantear lo que dije: entiendo por qué quiere meter a su familia a la industria. Lo que no entiendo es por qué hacerlo de manera tan forzada, a riesgo de ser visto como un nepotista de primer orden. Y yo no sé ustedes, incansables lectores, pero a mí ya me tiene harto ese vicio de nuestra cultura. Me resulta muy difícil empatizar con los personajes de la serie porque, por mucho que se quejen del padre ausente y de estar en Marruecos, siguen estando en pantalla gracias a ese padre ausente que los llevó a Marruecos y que mueve todos sus contactos para hacerles una carrera en el cine y la televisión. Yo empatizo mucho más fácil con las víctimas cotidianas del nepotismo que con quienes lo perpetran.

 

Esteban Govea (1988) es un poeta, narrador y guionista guanajuatense radicado en la Ciudad de México desde 2006. Es licenciado y maestro en filosofía por la UNAM, con especialidad en estética. Estudió guion de cine en el CCC. Es autor de Sexto sol, La música cósmica y La poética robot, todos ellos disponibles en Amazon.

 

Historia Anterior

Re… por Joan Carel

Siguiente Historia

31 por Mixar López