Delirios por Emilio Torres

 I

 

Muerto he de recorrer el mundo,
errante como un rey sin trono.
Glorias antiguas en mi cabeza entono,
realidad y ficción siempre confundo.

Sin fortuna vago dando tropiezos.
Rencores en mi alma han penetrado,
sin tregua me he encontrado
y mi rostro quebrado ante múltiples espejos.

 

II

 

La Bestia me mira desde la oscuridad.
Mide poco más de cien años,
pide me acerque: uno de sus engaños;
planea mi muerte: ama la fatalidad.

Pesa miles de vidas, 
se burla de mi inmundicia.
Ella ha visto caer a Alicia.
Ahora somos escritores suicidas.

Todos hemos muerto: incierto.
Al fin, la vida es un fastidio.
El infierno se extiende: un desierto.

Me marcho ¡Maldito genocidio!
De mi mente surge lo imperfecto.
Al final esto es un jodido delirio.

 

III

 

Estoy enterrado en el profundo olvido.
Soy una aberración, no Kafka;
mi carne de ataúd está putrefacta,
sin metamorfosis. No soy Ovidio.

La desolación: mi fiel amante.
Por culpa del maldito Morfeo,
sueño con Satanás en su apogeo;
la vida: una pesadilla constante.

Esta soledad que me doblega;
hace a mis demonios escribir sonetos,
me resigno; la vida lo conlleva.

He de morir bajo sus ojos atentos.
Su poder la enorme Bestia me restriega.
!Qué solos se quedan los muertos!

 

IV

 

De pronto dejo de ser yo mismo.
En mi cabeza resuena un chillido
y de mi cerebro nace un estallido.
Desde mi mente caigo a un abismo.

A un gato negro contemplo;
mientras, el Aqueronte atravieso,
con ojos expectantes permanezco:
en el infierno Dante ha muerto.

Camino sin Virgilio por la vil tierra,
cadáveres y fantasmas me rodean,
espero que la sangre de mi píes hierva,

brutalmente Sócrates me golpea.
A dioses y locos se ha comido la fiera
y también mi alma, que no despierta.

 

V

 

Las voces de mi cabeza gritan,
proclaman que no soy Homero
y que no escribí yo el Martín Fierro.
Mi mente y sentidos se excitan.

Soy mexicano y no sé de Rulfo: replican,
pero solo salir de Comala quiero,
este pueblo vil en el que me encierro;
Sus fantasmas mi huida no justifican.

-Vine a Comala porque… acá vivía
mi padre.- he vagado por el mundo
solitario, huérfano y sin guía.

Armado de ignorancia y moribundo
-le prometí [a mi madre] que vendría.-
El día de mi muerte sería iracundo.

 

VI

 

¡El mundo está acabado!
no existe la filosofía,
esto es una distopía;
me admito fracasado.

El gran hermano ha llegado;
se estudia en teología
(El hombre y su misantropía).
El mundo feliz ha comenzado.

Sigo intentando escapar,
del ochenta y cuatro no salgo.
Me quieren torturar;

pero de nada valgo.
¿He comenzado a infortunar
o es acaso que sé algo?

 

VII

 

Los ángeles se ciñen sobre mi;
sé que el fin ha llegado,
los terrores que me han mostrado,
son los propios de sí.

Han llenado mi cuerpo de sangre,
se burlan imponentes:
me siento impotente.
Dios ha dejado de ser grande.

Me muestran sus rostros obscenos,
mitigan mi mente y mi cuerpo,
dicen que está bien querernos.

Lloro; triste he incierto.
Vamos hoy a comernos.
En el paraíso he muerto.

 

VIII

¡Me van a fusilar!
Remedios me espera,
más allá de la tierra;
la he de encontrar.

Aquella tarde remota
en que conocí el hielo,
no es más que un velo
que mi vida desmonta.

Yo no me resisto;
Sabía que llegaría,
no soy inocente: insisto.

Algo peor afrontaría,
de mi cargo desisto:
Coronel Aureliano Buendia.

 

IX

 

¡Ay mis desgraciadas manos
que son tres veces culpables!
(Asesinas de miserables
a los que llamé hermanos).

¡Que por mis caprichos
y delirios, fueron culpados,
y murieron crucificados!
(Azares vertiginosos).

Oh Judas, hombre piadoso,
este cáliz de mí aparta,
que ni divino ni glorioso.

Ahora escribo esta carta,
mientras camino moroso
a seguirte sin falta.

 

X

 

Nada es mío.
Estoy más cerca de perecer,
que de la definición de mi ser.
La vida cae al vacío.

Un preludio a la muerte.
La existencia me atrapa fiera,
deseo marcharme de esta tierra.
Quizá si tengo suerte.

Se que el fin ha llegado,
mi voz ha de morir,
sin fuerza me quedo callado.

Soy un cobarde que no quiere sufrir,
un triste Quevedo acabado.
¿Es esto lo que quise decir?

 

XI

 

Desde mi ataúd gritando,
he contado mis desventuras.
Como un perro vagando,

asesiné incontables criaturas.
Ahora que el fin está llegando,
he de vivir entre sepulturas

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