Ahora me estoy mirando en el espejo. Sonrió. Ese ya no soy yo, ni el otro que hubiera querido ser.
Fragmento de la novela: La obediencia nocturna.
Autor: Juan Vicente Melo.
I.
Tuve una pésima maestra en secundaria.
Yo también era un alumno pésimo.
¿Aprendí algo con ella?
¡Por supuesto!
Aprendí que vengarse era una hábito adulto, por ejemplo.
Era una señora que nos regalaba en clases sus propias guerras, sus infiernitos, sus frustrados sueños.
Era una profesora de cabellos despeinados, un ojo chueco y grandes gafas.
Nunca estaba de buen humor, vivía las horas clase poco entusiasmada.
Recuerdo haber pensado que nunca dormía bien. Su mal humor la delataba.
II.
Sergio era la luz de sus ojos.
Siempre vestía camisas blancas, muy planchadas.
Ella lo adulaba, le parecía sensacional.
Una innegable muestra de formalidad y promisorio futuro.
En ese grupo de Telesecundaria había personas que no llevaban nada para comer en el recreo. Tenían los uniformes sucios, otros rotos, caras débiles con manchas amarillas.
En aquel salón también se filtraba el agua del tinaco causando cierto revuelo. Nada ayudaba.
Sonaba un rato la bomba, ruidazo, y en seguida venía el curioso espectáculo.
Ruido de agua brusca, sucia fuente, cascada semanal involuntaria y el intendente -con la camisa desabotonada- que entraba corriendo casi sin pedir permiso para intentar aminorar el desastre.
La maestra, acto seguido y muy enojada para variar, hablaba mal del señor por interrumpir la clase. La enfadaban mucho sus escasos modales.
Más de una vez mis pensamientos adolescentes se materializaron en voz alta a este respecto:
"La clase ya había sido interrumpida por el aguacero de siempre, antes por la bomba y no por el don".
A la teacher no le gustaban mis pensamientos explícitos.
Se acumulaba así la colección de escenas educativas tristes de disimulada pobreza.
III.
Nunca tuve tiempo de odiar a esa maestra. Tampoco la recuerdo con cariño.
Acaso sumar años me acerca a comprender su rencor…
Se cruzó en mi vida para modificar mis calificaciones de todo un mes.
Pretendía vengarse aunque ya me había corrido. No funcionó su lección didáctica final.
Yo era un pésimo alumno.
Ella era una pésima maestra.
Yo tenía 13 años y no sabía nada de la vida creyendo saber mucho.
Ella, estoy seguro, debió intentar vengarse de nuevos alumnos mientras le suspiraba a su jubilación.
Es posible también que como parte de su modelo pedagógico -en una gratificante y muy noble labor educativa- haya pretendido enseñarnos a lidiar con personitas como ella.
Raúl Reyes Ramos
Escritor y artista. Lector. Doctor en Artes.