El dilema de consciencia: mercado contra institución Por: Paco Alegría

Una charla con un gran amigo trajo el tema de las criptomonedas y de las funcionalidades que tienen, real o potencialmente. Por supuesto que hablamos del impresionante mercado que tienen, de la parte especulativa y de la burbuja que, al parecer, se está formando con ellas. ¿Es riesgoso invertir en ellas? No parece tener ni más ni menos riesgo que el mercado Forex (acrónimo para el mercado especulativo de divisas). Sin embargo, yo llevé la charla hacia otro lugar porque encuentro en el concepto de criptomonedas un tema que, a mi parecer, transformará el mundo como lo conocemos, al menos en ciertos preceptos, y no sé si seamos conscientes de eso: la capa inconsciente del mercado.

Durante el 2009, en San Francisco, California, dos emprendedores fundaron Ubercab, compañía que a la postre terminaría siendo lo que hoy conocemos en todo el mundo como Uber. Desde su nacimiento y sobre todo desde su puesta en operación se ha enfrentado a rechazos de mayor o menor intensidad en todas las ciudades del mundo donde ha aparecido. Desde pacíficas protestas o desplegados en medios de comunicación locales hasta violentas revueltas, carros destruidos, operadores lastimados y toda suerte de “disfraces” de los operadores para aparentar y no ser sujetos de represión.

Las protestas surgieron desde el planteamiento de que el servicio, el modelo de negocio o la actividad en sí es ilegal. Y sí, yo mismo era un convencido de que se trataba de una lucha desleal entre los taxistas sujetos a todo tipo de controles, revisiones, pagos y cualquier otra situación que diera lugar a complejidades y eventualmente corruptelas y un arreglo privado entre partes que convenían un “cierto servicio”. Precisamente por tratarse de un convenio entre dos partes exclusivamente, podía ser denominado por éstas como fuera necesario para no caer en actividades reguladas. Y bien, no pretendo hacer acá un tratado jurídico ni mucho menos, al final el servicio de Uber prevaleció e incluso ahora ya con competencia de otros participantes.

A pesar de mi debate ético interior, mi uso de este servicio de “renta-de-carro-con-chofer-vía-aplicación-de-teléfono-inteligente” es habitual. La verdad es que es un servicio que resuelve muchos de los problemas de una persona que requiere moverse en la ciudad. Normalmente es rápido, te tardas menos en encontrarlo que un taxi, sobre todo en zonas menos transitadas. Es más seguro, sin que sea garantizado al 100%, pero al menos acá sabes cómo se llama quien te va a prestar el servicio,y para el que maneja, sabe cómo se llama el pasajero.

La transacción es práctica, no exige que traigas dinero en efectivo. En fin, hay toda una serie de características que el mercado agradece y adopta, es decir, que los individuos que componen el gran número de posibles adquirientes del servicio están dispuestos a pagar por él. Pero es ilegal, al menos era ilegal. Ahora ya comienzan los cambios de regulaciones en muchas partes del mundo para regularlo. Y aquí es donde viene la primera premisa de mi reflexión: la regulación, reglamentación, ordenanza o cualquier manera de establecer límites en una actividad viene después de que la actividad haya comenzado a darse.

Esto claramente no es novedoso, refleja cómo los cambios sociales que son permanentes requieren actualizar los marcos jurídicos que son estáticos y por eso necesitan ser replanteados de cuando en cuando. Pero resulta una reflexión que contrapone mi sensación inconsciente habitual, porque uno se siente más cómodo actuando dentro (o a veces fuera, pero conscientemente) de los marcos existentes. Sé que lo que hago está bien, o sé que lo que hago está mal, pero al final sé.

En el caso del surgimiento de este servicio de transporte el dilema era: sé que hago mal porque le estoy pagando por un servicio a quien no tiene placas, revista, tarjetón, licencia tipo B, no coopera con el sitio, no paga cuota, ni participación gremial-sindical y por ende no reparte la gran mayoría de lo que gana con otros. Pero al mismo tiempo, no veo porque mi comodidad, seguridad y practicidad deben de supeditarse a las placas, revista, tarjetón, etc.

Ese dilema lo ganó la necesidad del mercado. No solo en mí, en los demás, en todo el mundo. La inconsciencia colectiva se impuso: puedo o no estar de acuerdo con las regulaciones en lo consciente, pero los beneficios que se dan hacen que mi inconsciente tome la rienda de la decisión y se acabó el dilema.

Pues bien, regreso a la charla con mi amigo. Después de esta reflexión: ¿será que estamos viendo en las criptomonedas a uber de la economía? El dinero en su más pura acepción no es otra cosa que un medio de intercambio. El hecho de que las dos partes que están realizando el intercambio acepten el valor que le dan a ese medio es suficiente para que de hecho lo tenga. Ese medio puede ser sal, sacos de café, metales preciosos, hasta conchas marinas lo importante es que hay un consenso entre las partes que hacen la transacción.

La necesidad de que luego ese medio sirva para otras cosas en otra transacción con otra persona es lo que nos llevó a tratar de unificar criterios y que mejor para unificar criterios que institucionalizar el medio de cambio. Aquí es donde la regulación es necesaria. Y este campo de la economía al ser claramente el eje de la vida de la humanidad moderna, tiene toda clase de regulación, y es foco de constantes revisiones.

Las criptomonedas están ahora en el ojo del huracán, despertando grandes polémicas sobre la legalidad o ilegalidad de su uso, su pertinencia, practicidad o la necesidad de que compartan características fundamentales con “el dinero”, el medio de intercambio que después de varios siglos de uso se ha perpetrado en la vida humana. Yo creo que otra vez enfrentamos al mercado inconsciente que busca cual enredadera la rendija por donde las necesidades puedan ser satisfechas contra la institución consciente que desde ciertas premisas dadas trata de regular la actividad.

Jonathan Haidt habla de los componentes inconsciente y consciente de una persona y de un colectivo en términos de una metáfora en donde hay un elefante (inconsciente) con un jinete (consciente). Hacer que el elefante se mueva es posible pero no fácil. Hacer que vaya en una cierta dirección también es posible, pero incluso a veces más difícil. Así que hay veces en que el jinete se deja llevar por el elefante y busca razones para estar de acuerdo con la ruta o la dirección que el elefante toma.

En ese dilema entre el mercado que representa el inconsciente colectivo y las instituciones que representan la racionalización, o dicho en términos de Haidt, el mercado – elefante y la institución – jinete, ¿cuál será el resultado?, al menos en el mercado de la especulación, las apuestas ya están dadas.

 

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