El marinero que murió en tierra Por: Oscar Albero Murillo Rubio

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Y nunca rompa el corazón de un marinero, podría irse y navegar toda su vida solo, todos los días, todas las noches

con el corazón roto y sin brújula.

Neymat Khan.

 

 

El mar me abandonó, Samuel.

 

 

Las olas han borrado mi nombre de la arena. Has visto mis fracasos al intentar zarpar: mi bote siempre regresaba a tierra. El buen viento dejó de favorecerme. Remé, fuiste testigo, y logré llegar a alta mar, pero la red no atrapó el alimento que provee nuestra amante de mar. Vi los peces abandonar las cercanías de mi bote, huyendo como si fuera la marea que profana y maldice sus hogares.

 

Fue inevitable, Samuel. El océano quiso sentir ira y la desató sobre mí.

 

 

La mala tempestad me abrazó para no volver a escuchar la voz del mar en cada ola que acaricia la tierra. Las estrellas se ocultaban ante mí, dejaron de verme como un hijo del mar a quien hay que guiar a la costa. El sol ya no calienta mi hogar y todos los días sentía el frío del abismo donde se encuentran los pecadores hacia Eloha. La luna que se acomoda para dormir en lo más alto de los cielos, era cubierta por las nubes negras que me acechaban desde que la sal en el aire me rechazó y los ruegos por la paz de mi alma perdieron la fe.

 

No pude continuar, Samuel.

 

 

Mastema silenció las voces de las olas que me acompañaban antes de dormir. Ha- Shem ha ordenado a los ángeles del viento vigilar que la mar y yo permanezcamos separados. Ellos juraron cumplir con la orden. La esperanza que tenía de morir ofreciendo mi aliento a ella quedó enterrada en lo más hondo de la arena más seca. Mi deseo de reposar en el fondo del mar que nos vio nacer se lo llevó el mal viento para tirarlo en la tierra donde ningún hombre pueda naufragar. Mi lugar entre las olas y la playa fue devorado por el olvido.

 

Me rendí, Samuel.

 

 

Desconocí el nombre de las estrellas que me guiaban al perderme. Dejé de reconocer la dirección del viento que me llevaba a mi hogar. Abandoné la capacidad de enfrentar la tempestad, cuyo júbilo ahora es eterno por mi desdicha. Renuncié a la red, al arpón, a la vela, al remo y al timón, que fueron mis fieles compañeros desde que Ha- Rajamim me concibió en Su Santo Pensar. Exilié mi espíritu de los rezos que prometen alegría y salvación eterna.

 

Perdóname, Samuel, por haberte elegido como portador de mis últimas palabras. Fuiste tú el hijo que nunca tuve y el hermano más cercano que he tenido durante las tormentas que trajeron ira y tristeza. Ya no podré acompañarte en los alimentos matutinos antes de irte a pescar. Estoy seguro que encontrarás a alguien aún bendecido por el mar a quien podrás contar tus historias de amor.

 

Mi bote, red y arpón los reduje a cenizas y los tragué hasta el polvo a un lado de ellos; así nada mío quedará cerca de la playa. Me iré donde las gaviotas no puedan dar esperanza a los náufragos y la sal pierde su sabor: junto a los traidores que ofrecen su último aliento a Elohim para que no los abandone y pueda apiadarse de sus almas.

 

Que el buen viento y la tranquila marea estén contigo siempre.

¡Shalom!

Azariel.

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