Los distintos caminos del arte tienen la capacidad de unirse y separarse a su antojo. La multidisciplinariedad es un recurso del que la humanidad ha echado mano a lo largo de la historia con el propósito de construir canales que transmitan satisfactoriamente lo que buscan expresar. De un tiempo para acá, esta cualidad de las artes para mezclarse entre sí les ha llevado a tocarse con disciplinas de otros ámbitos, como las matemáticas, la física o la biología. El evento del día en el Teatro Cervantes, Fisuras (de la serie diagramas de flujo), presentado por la compañía sonorense de danza, Producciones la lágrima, tiene que ver con este norte de exploración: el baile y los diagramas de flujo.
Desde el segundo piso del recinto, alcanza a verse en el escenario, trazada con cinta negra, una cuadrícula que delimita nueve cuadros. Apenas se ha dado la segunda llamada, pero las y los bailarinas ya están deambulando por el escenario, haciendo algunos estiramientos y deteniéndose en posturas rígidas. En teoría, el evento aún no da inicio, la tercera llamada sigue sin anunciarse, pero es obvio que ya ha comenzado. Los artistas se dejan llevar de forma aleatoria por todo el espacio de los nueve cuadros, su vestuario no es particularmente llamativo: trajes de oficina en tonos gris Oxford con una camisa blanca fajada; las mujeres traen el pelo recogido y no hay huellas de maquillaje en sus rostros serenos.
La luz se apaga. En el fondo, un piano con música un tanto minimalista de guiños barrocos; en el centro, entre la cuadrícula casi invisible bajo sus pies, un hombre y una mujer comienzan a moverse simultáneamente a la distancia con pasos similares al tango, sensación reforzada por la forma y compás en que se está tocando el instrumento que acompaña la escena. El trazo de sus pasos transita orgánicamente hacia el ballet en algunos puntos y, como ya se nos advertía en los programas de mano, está limitado a cierta cantidad de movimientos, mismos que comienzan a reutilizarse.
Se nos está contando una historia de amor: cómo empiezan a interactuar a la distancia, cómo se acercan el uno a otro y entonces bailan en pareja, cómo del baile llevan su cuerpo al primer nivel del escenario y con sus cuerpos horizontales emulan un ritmo erótico que dibuja el acto sexual. Esta narrativa romántica con lapsos silenciosos tiene una representación que se apoya en el acercamiento y el alejamiento de los bailarines emparejados.
Aparece una tercera bailarina en la escena, dando inicio a una nueva interacción romántica entre ella y el hombre que había estado danzado anteriormente con la otra mujer, quien se desplaza y recluye a uno de los nueve cuadros del escenario y desde ahí lleva a cabo movimientos que transmiten angustia, dolor, desesperación; mientras que la nueva pareja lleva a cabo los mismos movimientos de contacto antes vistos.
El desplazamiento de los artistas incluye pasos de largo alcance, con oscilaciones muy abiertas y naturales, aunque no siempre estén representando emociones alegres, pues, además del enamoramiento, también manifiestan celos e incluso desamor.
En algún punto, ambas mujeres, la antigua amante y la nueva, se consuelan tras las vejaciones del hombre y terminan involucrándose sexoafectivamente; de nuevo una repetición limitada de oscilaciones es la que nos permite identificar que la historia, o el romance, se está llevando a cabo de nuevo siendo tan solo los protagonistas quienes varían.
La siguiente coreografía nos muestra al hombre en estado de nostalgia; es quien ahora sufre tras ser dejado de lado por las nuevas amantes que lo ignoran a pesar de sus agitados, desesperados movimientos: para él ya es tarde. La nueva pareja vuelve a salir a escena con la blusa abierta, mostrando su ropa interior, tratando de denotar cierta liberación, quizá la de su romance anterior, mientras que él se queda solo.
Por un momento, el evento puede parecer repetitivo, pero hay un propósito en ello. La serie de movimientos quizá nos habla de ese circuito delimitante de formas de las que disponemos para sentir y experimentar las relaciones sexoafectivas, mientras que la espontaneidad que a veces se dejaba entrever en los danzantes funge como una representación de nuestro libre albedrío. Esta obra también parece querer decirnos que todas las relaciones de alguna forma culminan o se transforman, es el inevitable fluir de las cosas, cómo toda historia de amor es una repetición de lo mismo: conocerse, interactuar y alcanzar una intimidad de pasión y entrega desmedidas.
Al final, los artistas se detienen de frente al escenario y miran al público, con una parsimonia inquisitiva, como preguntándonos: “¿quién será el siguiente en caer en este circuito de los afectos, a veces tan asfixiante, a veces tan placentero?”.
Estéticamente hablando, a este montaje le habría bien pulir algunos detalles, corregir cierta monotonía, pero a su discurso no le sobra ni le falta nada, pues nos deja en claro una realidad difícil de aprehender, de capturar, la certeza brutal de que los ciclos también alcanzan a los afectos y como seres humanos somos partícipes inevitables de esta danza, el ejercicio del cariño —trágico y deleitable a partes iguales— que está condenada eternamente a repetirse.
Fisuras (de la serie Diagramas de flujo)
Producciones la lágrima
Adriana Castaños, directora
19 y 20 de octubre de 2023
Teatro Cervantes
Fotografía: Gabriel Morales (cortesía FIC)