Hernán por Esteban Govea

En fecha reciente se estrenó en el servicio Prime Video de Amazon la serie Hernán, que será transmitida semanalmente también por TV Azteca. Coproducida por Dopamine (México) y Onza Entertainment (España), la serie, de ocho capítulos, que me fumé en su totalidad, narra la llegada de los castellanos a las recién “descubiertas” tierras americanas, su contacto casi siempre sanguinario con los pueblos originarios y su arribo, estancia y huida de Tenochtitlán durante la llamada “noche triste” (que lo fue, para Cortés y sus hombres).

            La serie comienza en 1520, con el viaje que hace Cortés (interpretado por Óscar Jaenada) desde la secuestrada Tenochtitlán hacia Veracruz para enfrentar a Pánfilo de Narváez, que ha sido enviado por el rey a apresar a Cortés por salirse del redil. Cortés lo enfrenta y lo despacha en cinco minutos, con ayuda de sus aliados tlaxcaltecas. Los hombres rendidos pasan a engrosar las filas de Cortés, que vuelve triunfante a Tenochtitlán, sólo para descubrir que Pedro de Alvarado ha ordenado, en sus ausencia, una terrible masacre de la población. Con las calles pavimentadas de cuerpos ensangrentados, la revuelta del pueblo mexica parece una fatalidad.

            Entretanto, la serie se articula con base en retrospectivas hacia puntos clave de la historia, pero también hacia el pasado de los personajes, principalmente de los “conquistadores” (lo pongo entre comillas porque aborrezco el término por lo que oculta: una insaciable sed de oro, de sangre y de poder), pero también de aliados suyos como Xicoténcatl, príncipe tlaxcalteca. Poco a poco, en desorden, se nos va revelando la serie de acontecimientos que llevó a los castellanos hasta Tenochtitlán, donde sus vidas corren peligro. El desenlace de esta tensión, como mencioné, es la huida de los castellanos durante la mal llamada “noche triste” (alerta de spoiler para un hecho histórico que ocurrió hace quinientos años y sobre el cual nos hablaron a todos en la primaria).

            Por supuesto, se trata de una historia cuyo final sabemos todos; precisamente, lo relevante no es el qué, sino el cómo. Y no se trata meramente de detalles. En ese cómo está contenida, en muchos casos, la sustancia de las historias, y ciertamente, también, la de La Historia.

            De niño, cuando tomaba el insufrible dictado de los episodios de La Conquista, me parecía que lo que estaba detrás, lo que la maestra trataba de transmitirnos con su monótona voz era importante e interesante, una historia de invasiones, guerras, rescates, intrigas, amores, desengaños, traiciones, sacrificios. Una historia magnífica a la que los libros de texto no le hacen justicia.

Pero la serie Hernán logra contar la historia dignamente. No sólo trasciende las meras discusiones nacionalistas en que gustamos enfrascarnos a veces mexicanos y españoles, visiones necesariamente ideológicas, exageradamente maniqueas, groseramente simplistas. Lejos de ello, la serie muestra el proceso de la conquista, sino en toda, sí en mucha de su crudeza y violencia.

Y hablo no sólo de la violencia de los castellanos, su intolerancia religiosa, su doble moral católica que aborrece los sacrificios humanos pero los justifica para matar en nombre de su dios, su religión de la misericordia y el amor que fue impuesta a hierro y fuego, su desprecio por lo que no entienden y sus hábitos de destruir esculturas, escritos, altares; también la violencia de los mexicas hacia otros pueblos que, si bien tenían una cosmovisión radicalmente distinta no sólo de la castellana y católica, sino aun más de nuestra cosmovisión moderna, y si bien esa cosmovisión incluía el sacrificio humano para mantener el ciclo de la naturaleza (característica que no es privativa de la religión mexica, sino que es compartida por muchísimas religiones “paganas” indoeuropeas, asiáticas, africanas), también es cierto que los mexicas habían insertado prácticas rituales como la “guerra florida” en su política imperialista, escalándola y llevándola a extremos nunca antes vistos por los pueblos que tenían sometidos y que por lo tanto no podían responder con una fuerza de la misma magnitud, de donde surge el justificado rencor que sienten prácticamente todos los pueblos alrededor de lo que es hoy el Valle de México.

Adicionalmente, la serie nos da un vistazo de lo que era la extremeña finales del siglo XV, donde un joven Cortés presencia de cerca la brutalidad, la pertinacia y la mendacidad hipócrita de la Inquisición, lo que lo mueve a escapar al Nuevo Mundo en primer término.

La serie se llama Hernán, pero podría llamarse Malinche, porque, como bien se menciona en la serie, esa palabra significa “el que acompaña a Malitzin”, o Marina (Ishbel Bautista), ya que sin esta mujer a su lado, como su intérprete y embajadora, Cortés y sus hombres habrían sido vencidos mucho antes de pisar la gran Tenochtitlán. Desgraciadamente, ninguno de los capítulos nos muestra su historia en retrospectiva, pero quizás una segunda temporada dedique un poco más a su pasado, aunque ya sabemos bastante de él por lo que ella misma cuenta en la serie.

Otro personaje digno de mención es Moctezuma (Dagoberto Gama), cuyo perfil a veces se asemeja más al de un sacerdote o místico que al de un gobernante militar efectivo. En sus discursos y reflexiones vemos reflejos de un Nezahualcóyotl, un espíritu mucho más apto a la contemplación que al frío cálculo que requiere el gobierno de un imperio. Notamos, en este punto, como en muchos otros (y eso es otro de los grandes aciertos de la serie) que los mexicas tenían diferentes opiniones sobre los invasores, y que esto genera cierta tensión política que sólo puede resolverse con sangre.

La serie es, como dije, bastante certera en cuanto a la crudeza y la violencia del proceso de conquista. Por eso, tiene un tratamiento en su mayoría gráfico, salvo cuando se trata de violencia hacia niños. El sexo también tiene un tratamiento moderadamente gráfico, tanto que me pregunto si Azteca tendrá los suficientes para transmitirla la serie sin ningún tipo de censura.

Dicho esto, hay que hablar de los aspectos técnicos. Las actuaciones, en particular la de Jaenada como Cortés y la de Bautista como Malitzin son excelentes. Gama hace un Moctezuma bastante digno, lo mismo que Antonio Trejo con el personaje de Cuitláhuac. El único pero que le pongo es que Pedro de Alvarado parece que está trabado de coca la mitad del tiempo, y no sé si se deba a que el actor es malo o a que iba puesto durante el rodaje; en todo caso su actuación me recordó a la de Jared Leto en Lord of war.

El diseño de producción es excelente. Hay mucho que ver y está muy bien hecho. Las réplicas de los utensilios de la vida diaria, el mobiliario y las construcciones, así como las del arte, los altares y los objetos votivos, son bastante precisas. Carolina, mi pareja, que es especialista en arte prehispánico comentó que había algunas pequeñas divergencias en los diseños, por ejemplo grecas orientadas al revés o diferencias en los incensarios Tláloc, pero comenta que esto probablemente sea a propósito para evitar el pago de derechos al INAH por reproducciones exactas (de las cuales también hay muchas), así como el engorroso trámite que conlleva solicitar el permiso.

Asimismo las armaduras, armas, monturas, tiendas de campaña y demás utensilios de los castellanos son históricamente precisos (tal vez el estilo de las telas pertenezca más a los siglos XVII y XVIII, pero esas son nimiedades).

Más espectacular aún es la ciudad Tenochtitlán generada por computadora. Las magníficas pirámides y las vistas aéreas son sorprendentes. Ciertamente no están al nivel de un blockbuster hollywoodense, pero se ven convincentes y permiten hacerse una idea, al verlas por primera vez, de la impresión que debieron llevarse los “conquistadores”.

La música está bastante bien, con un tema principal reconocible y música incidental bien colocada y compuesta.

            La serie, en realidad una miniserie, ya que consta de apenas ocho capítulos, de ninguna manera agota su objeto, y una segunda temporada no sólo es posible, ya que las bases están sentadas, sino deseable.

En resumen, Hernán vale mucho la pena y es bastante fiel a las fuentes históricas, con algunas divergencias que son necesarias para fines dramáticos, estéticos y de economía narrativa. El que tenga sólo ocho capítulos la hace mejor (“lo bueno, si breve, dos veces bueno”, decía Gracián).

Lo mejor de todo es que, por fin, esta serie tiene la calidad que el público mexicano merece, en una época en que tanto Netflix como Amazon han sido culpables de producir contenido de dudosa calidad, con guiones deficientes, producción mediocre, aunque muy cara y actuaciones que dejan mucho que desear. Esperemos que, con Hernán, la vara se ponga más alta y las productoras se animen a invertir para contar historias con mayor interés general que las típicas series sobre vicisitudes y desventuras de familias adineradas venidas a menos.

Esteban Govea (1988) es un poeta, narrador y guionista guanajuatense radicado en la Ciudad de México desde 2006. Es licenciado y maestro en filosofía por la UNAM, con especialidad en estética. Estudió guion de cine en el CCC. Es autor de Sexto sol, La música cósmica y La poética robot, todos ellos disponibles en Amazon.

 

 

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