Homenaje a la nostalgia por Rebeca Lsp

LeopoldoSmith/ArchivofotoFIC2019

El Festival Internacional Cervantino siempre se ha caracterizado por la multidisciplinariedad, aunque este año la mayoría de los eventos sean musicales; por ejemplo, el Teatro Juárez solo contará con dos puestas teatrales y dos óperas, sin ningún espectáculo dancístico. Es por ello que El desguace de las musas pintaba para tener el recinto lleno de todos aquellos que esperábamos con ansias el teatro tan escaso. A pesar de ello, apenas la mitad de las butacas estaban ocupadas y no pude evitar preguntarme si alguna influencia tenía la fuerte alza en el costo de los boletos en esta edición. 

La compañía española La Zaranda presenta una obra de Eusebio Calonge, en coproducción con el Teatro Español, de Madrid, y el Teatro Romea, de Barcelona. Inicia puntual, con una escena amenazante donde todos los actores se congelan con gestos enigmáticos y posturas no sencillas, debajo de una iluminación sombría, prometiendo así un evento al nivel de las expectativas creadas por las fotografías de promoción.  

La escenografía es austera, pero ingeniosa, con mesas y demás objetos que, conforme la obra avanza, se transforman de un comedor a un escenario y hasta a una corte, mientras que las telas brillantes y larguísimas, se acomodan aquí o allá según sea necesario, decorando con gracia el escenario de un cabaret venido a menos. Los actores también portan vistosísimos trajes que aparentan ser de las vetustas épocas en que los cabarets eran prestigiosos y frecuentados. Por desgracia, el soporte técnico no está a la altura del ímpetu de los actores, quienes, a pesar de sus esfuerzos, no logran hacerse escuchar de manera óptima por los pocos micrófonos ambientales. Otro detalle negativo es la iluminación, pues la visibilidad de los rostros en escena, lúgubres, deja mucho que desear. 

La historia versa sobre un grupo de viejos artistas de cabaret y el dueño del mismo (más decrépito), quienes conviven en una suerte de espera, en el preámbulo de una función. A pesar del problema de audio, el público se va poniendo de humor y festeja de buena gana los chistes y la comedia física ejecutada por los actores, quienes, entre bromas, dejan caer verdades rotundas sobre el estado actual de nuestra sociedad, por ejemplo, “el arte ya no deja; lo que deja es el turismo”, y resulta brutal cuando descubres, tan sola a unos metros, que las calles están atestadas de personas mientras los espacios culturales a menos de la mitad de su capacidad, como esta noche. Así van desfilando los personajes y sus historias, siempre añorando el pasado glorioso de sus carreras, donde se quedaron esperando lo que nunca sucedió. El dueño del cabaret muere y entonces les azota la verdad: sus mejores años terminaron hace mucho; su lugar y su papel es ese, ser artistas de un cabaret olvidado como ellos. 

La obra tiene momentos oníricos, pero no por ello maravillosos. Por otro lado, uno de sus grandes aciertos es el apoyo musical, ejecutado por una de las actrices, quien toca un teclado, a veces una pieza larga, a veces notas en apariencia espontáneas, pero precisas en los momentos de mayor intensidad.

Para terminar, los actores se instalan sobre el escenario del cabaret, que en instantes gira tan solo con cambiar de posición la utilería, dando asi la espalda al público real. Sus siluetas a contraluz y sus manos alzadas siguen esperando el reconocimiento de quienes nunca llegaron. Justo en ese momento se rompe la cuarta pared, la obra finaliza y nosotros, la verdadera audiencia, aplaudimos tanto a los actores de la puesta como a los artistas de antaño pausando por un momento su nostalgia.

La Zaranda 
El desguace de las musas
16 y 17 de octubre de 2019
Teatro Juárez

Fotografía: cortesía FIC

 

Historia Anterior

AGOSTO, 1968 de W. H. Auden (Versión de Aleqs Garrigóz)

Siguiente Historia

Leyenda sinfónica: Fito Páez por Rebeca Lsp