“The boy's a time bomb”
RANCID
Hace horas estoy en un camión a ninguna parte, me caga viajar de día porque los pensamientos corren con más intensidad y de vez en cuando los ojos se inundan de recuerdos, la jodida añoranza o el fastidio de siempre ser la torpeza; el culpable.
La melancolía, pienso, tiene que ver con mundos de pertenencia, obtenidos, imaginados o perdidos. No me considero el melanco crónico pero sí de un montón de sensaciones e imágenes, sentimientos que suelen ser esquivos por la dinámica social. Entiendo entonces que la melancolía es psicoanalítica y tiene que ver con la carencia y el motor del deseo. Apenas van a ser las seis y no tengo idea, aún, de dónde estoy.
Hay tiempos en los que este sentir no me permite ni siquiera tener un poco de compañía, me altero y suelo alterar mi entorno. Hace un tiempo que decidí que más que vivir de las letras viviría en ellas, estoy entonces más jodido que nunca, repaso mi historia y cada temporada, de esto ser una serie, tiene los errores más grandes que un humano, uno como yo al menos, puede cometer. Me sumergí en ser un melanco porque es la única forma que tengo para sobrevivir. Me atrae el caos.
Construir identidad propia en un terreno tan dado a los lugares comunes como las letras me lleva a lo mismo. Los creadores (me atrevo a llamarme así) al final nos conocemos alegres, taciturnos, bulliciosos, lavándonos los dientes, dormidos, exaltados, con dolor de cabeza, con crisis, hablando de política, de libros, de películas, de amigos, de mujeres, del pasado, y del futuro, que es lo que nos mantiene en la ruta al servicio de la página en blanco. Mi libreta estaba un poco sola y mi letra es fatal, si a esto le sumamos el movimiento del camión, todo frente a mi parece un desastre. Pienso en mi, hace años.
Saltillo, mi ciudad natal, en un principio fue amable. Mis amigos de la adolescencia, la escuela, el beisbol, las chicas, aunque de morro este no fue mi mejor campo. Empezaba a ser un joven afortunado, Charly García, Fito Páez, luego Leonardo Favio, Spinetta, Bowie, Lou Reed, Intoxicados, Estelares, Rimbaud, los poetas malditos, Artaud… y las drogas.
Lo único real es que la creación se volvió mi oficio, me salvó entonces. Por y desde ese contexto regresé de un universo lisérgico, sombrío y febril, pero también regresé, por gusto. Dice Sábina en uno de sus versos que a quién le ha de importar después de muerto que uno tenga sus vicios. Bueno.
Ahora sé que me gusta ubicar las sensaciones aunque no siempre son reales ni me incentivan. Los lugares aparecen en mí porque ponen en el plano terrenal el mundo de los sentimientos y eso hace que me pierda menos, o eso creo. Las frases etéreas me angustian. Yo todo lo que veo lo narro y es por eso que me es complicado escribir por ahora, estoy algo roto, viajo cansado después de no dormir, entre la coca y los ansiolíticos. Desde aquí, en medio de la carretera, me percato que el amor y el dolor son uno mismo; concatenados hasta el final y viajando cual sombra, siempre aquí.
Yo tengo una relación grande con la soledad, en lo que digo no hay regodeo en el dolor, hay dolor de verdad. Considero también que es la misma soledad la que te impide salir de tu propio narcisismo. No puedes contigo mismo. Yo no.
Por último, mi amor por los escritores es más por el estilo que por lo que escriben, por eso me ganché tanto con la obra de Gustavo Escanlar (Montevideo, 1962 –2010) o de Carlos Velázquez (Torreón, 1978 – ), las letras honestas que vienen desde la tristeza, el enojo y la soledad para mi son una bomba.
Mañana quizás haga una obra que me atraviece el alma o puede ser, tambIén, que esa obra jamás llegue, las crisis arriban cuando uno no las desea (como si alguien sí) y son esas mismas las que nos hacen desaparecer, aunque sea por un tiempo de lo que consideramos nuestro mundo.
Por ahora espero no llegar pronto pero también ansío bajarme de aquí, sueño despierto que navego en aguas tranquilas pero la verdad es que este barco se va a hundir.