La miseria humana y la nobleza de espíritu. Un ¡ay! por la impotencia por A. G. Cabrera

Para mi sobrina Carly (mariposa),

niña-mujercita formada en la solidaridad.

 

Primer parte, LA MISERIA.

 

Hace cuatro años una imagen rodeó al mundo, Aylan Kurdi, niño que huía del horror Sirio, murió ahogado junto su madre en su intento de escape a Europa; su cuerpo en las costas turcas parecía dormido soñando en los juegos y el futuro que esperaba alcanzar más allá del terror y pobreza de la guerra, nos dolió como humanidad por los hubiera que en pocas manos quedaron. Inspiró sendas expresiones artísticas que espero le hayan construido el cielo que en vida no tuvo, éstas aún arrancan lágrimas.

 

Hace cuatro días los cuerpos de Oscar y Valeria Martínez sucumbieron en las corrientes del Río Bravo, yaciente, permanecía sujeta a la playera que su papá ató entre ambos; parecía dormida soñando en una mejor vida que nunca será, me dolió como humanidad por las decisiones que en pocas manos quedan y sellaron su destino. Aún me arranca tristeza la imagen, no he visto aún alguna expresión artística hacia ella.

 

Valeria Martínez y Aylan Kurdi habrán de encontrarse en el cielo de los hubiera, al que se llega por el camino de las buenas intenciones que a veces también conduce al infierno; ambos son víctimas de la miseria como negación de bienestar, sinónimo de pobreza material, imposibilidad de subsistencia y necesidad de sobrevivir, la miseria que debemos contener y erradicar con derechos, equidad, inclusión, pero más aún, con solidaridad.

 

La otra miseria, las más perniciosa y  que no tengo dudas que está presente en nuestra sociedad mexicana, es la miseria humana. Manuel Montalvo en su ensayo sobre la Miseria y el Mal, sostiene que el principal error frente a la malicia o miseria humana, es dudar de su posibilidad y pensar que nos es ajena como personas. Una de sus expresiones es la vileza presente cuando el interés propio deja de lado cualquier sesgo de compasión por un tercero.

 

Sin duda esto pasó en el juego de dimes y diretes políticos en el que muchos cayeron ante la tragedia de Valeria, abrumaron las expresiones de racismo, las burlas, el clasismo, las disertaciones mordaces y la xenofobia. Esas voces las leí con el mismo horror y repulsión con las que he visto en los noticiarios cómo se patea a un linchado inocente.

 

Esta miseria humana no dudó en utilizar los cuerpos de Valeria y su papá como materia de politiquería, tornándose en dos bandos; por un lado, los que asimilaron su desprecio al mandatario y sus políticas en un rechazo a cualquier migrante que pueda ver una oportunidad en México atraído por los dichos y programas de éste, por otro, los que apoyando la política anti migratoria reciente de nuestro gobierno, sentenciaron bajo la consigna de que lo merecieron por traernos a cuestas sus problemas al país, los prejuicios surgieron tanto de perfiles que se asumen de derecha como de izquierda.

 

En México no hubo esperanza para Valeria Martínez, tampoco arte, ni paraísos dibujados para su cuerpo inerte como los de Aylan, predominó el odio espetado con politiquería. La miseria humana prejuzgó, juzgó e inventó falsos silogismos desde su propio interés o simpatía. Con palabras la lincharon apenas siendo una bebé de año y medio, miseria humana.

 

 

Segunda Parte, LA NOBLEZA.

 

Siempre he creído que ante la imposibilidad de brindarle una buena palabra a alguien que sufre o que ha padecido una desgracia lo mejor es guardar silencio, no fue el caso de quienes opinaron sobre lo acontecido asumiendo la diatriba xenófoba como premisa de sus dichos.

 

Considero que el ensayista Rob Riemen, cuando escuchó las historias familiares del holocausto cargadas de desesperanza, rencor, horror y abandono social, se cuestionó lo siguiente: ¿qué propicia que una persona pierda su sentido empático ante la desgracia?, ¿cómo hacer frente a la maldad y vileza avaladas por la mayoría?, ¿cómo evitar la colectivización y normalización de estos fenómenos?, son preguntas recurrentes en muchos de nosotros y presentes cada cierto tiempo en las sociedades.

 

La respuesta de quienes asumimos una postura más empática ante la tragedia de Valeria, so riesgo de ser sujetos también del linchamiento verbal de los bandos a los que me referí, se sustentó en argumentos cargados de reflexión, compasión, respeto, esperanza, humanidad, solidaridad, llamados de paz e incluso de misericordia; sin embargo, la visceralidad también nos arrolló; en tiempos de miserables, hablar en pro de la dignidad de las personas es un acto de valentía.

 

La palabra misericordia tiene la misma raíz que el de miseria, misere – desdicha o desgracia, pero se acompaña también de la raíz cordis – corazón, corazón ante la desgracia; si bien es un concepto que remite a nociones religiosas, su acepción más amplia es la benevolencia por quien sufre. Ésta, más los valores y virtudes antes enumerados, conjuntados con la valentía, es lo que Riemen engloba en su ensayo “Nobleza de Espíritu, una idea olvidada” bajo el concepto precisamente de Nobleza de Espíritu.

 

La Nobleza de Espíritu debe prevalecer ante acciones que impliquen el dolor y sufrimiento inmerecido, se sustenta en los valores de empatía que el humanismo ha construido en pro de la preservación de la humanidad, los que deben ser un ancla ante la tragedia ajena y se refuerza en dos premisas fundamentales: La no claudicación de la Libertad de Conciencia y la preservación del propio Pensamiento Crítico, especialmente frente a un interés particular o efímero; quien renuncie a éstas por su mero beneficio o convicción, acabará justificando todo, incluso el genocidio.

 

El interés político sustentado en la polarización, que ha terminado por generar procesos como el holocausto, conlleva lo que Thomas Mann evidenció cuando sostuvo: “la política (contextualizada cómo sinónimo de politiquería) no está facultada para prometer la felicidad”, ésta normalmente deja de lado la empatía por el diferente, construye rivales ficticios en la mera discrepancia de opinión y tiende a inventar culpables de la propia ineptitud. Declinar la conciencia crítica y la libertad de opinión ante la simpatía o animadversión partidista, nos acerca a los lindes de la miseria humana, pasando incluso por encima del cadáver de una bebé ahogada.

 

Mi madre y mi abuela continuamente me hicieron reconocer y comprometerme con la verdad e incluso pedir disculpas o perdón por dichos que sustenté en la mentira, sin saberlo asumieron lo que Camus propuso como piedra angular del compromiso con la verdad, si confesáramos públicamente que nos hemos equivocado, asumiríamos con recurrencia la cimentación de valores en pro de la verdad y en lo sucesivo comenzaríamos a actuar en consecuencia para su consecución, preservación e ilustración en beneficio colectivo. Quizá mi abuela y mi madre no sepan quién es Riemen, ni que habló de la Nobleza de Espíritu como antídoto a la Miseria Humana, pero siempre han entendido lo que es una persona noble y el don de gentes.

 

 

 

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