LA ÚLTIMA HORA DE LA ANTIGUA LUZ DEL SOL Por: Jessica Gasca

Lezabel era su nombre. Tenía el cabello negro, era delgada y tenía buen porte. Su rostro era pálido, sus ojos eran de color miel con pupilas moradas, su nariz era fina y sus labios color jazmín. No sonreía con frecuencia, ni mostraba emoción alguna. Tampoco poseía amigos y no le agradaba conversar con la gente. Su pasatiempo era escribir y escuchar música. Ella era gótica. Para muchos odiados, para otros comprendidos y para la minoría ignorados. Nunca comprendió la amistad, ni ningún sentimiento que involucrara compartir. Salvo en los juegos de roll; que eran de alguna manera su escape hacia el mundo irreal. Los pocos aliados que poseía en la vida real no los tomaba en cuenta. Para ella, las personas ahí eran incapaces de mostrarse tal y como eran; para eso buscaban un juego que los liberara de su imagen terrenal. Ella no entraba en esa clasificación, ya que no socializada con nadie y Lezabel como su personaje era igual, su juego favorito era el de Los Vampiros. Pertenecía al clan Tremer. De cierta forma se asemejaba a sus pensamientos e intenciones. Sus únicos escritos dirigidos a alguien en particular eran para Dimitri, su máster y su único consejero. Con él solo compartía sus experiencias del juego que nunca se desapegaron a la realidad mundana de su vida. Dimitri era como un “compañero de vida” que solo aceptaba cuando su depresión amenazaba con quitarle la vida antes de terminar el módulo. Él la conocía muy bien; tanto, que se enamoró de ella, pues ambos tenían un fuerte vínculo. Obviamente, sin decírselo, en las noches después del juego, escribía cada parte a su manera otorgando una corrección e incluyendo escenas de amor entre ellos dos. Una vez, incluso, le hizo el amor. Ella estaba de acuerdo en andar con él. Nunca se lo dijo a nadie y lo guardó en un lugar secreto para revelarle ese amor que no lo dejaba pensar. Creyó que con el tiempo eso se convertiría en una ilusión pasajera y todo se iba a aminorar paulatinamente. Por eso se puso de novio con una participante del juego. Constantemente las hacia pelear, e incluso, se imaginaba que Lezabel asesinaba a su novia por amor. Todo eso lo hizo delirar entre la ficción y la realidad. Muchas veces sufrió perturbaciones psicopáticas: le seguía a cualquier parte, la llamaba y con eventualidad le enviaba invitaciones para cualquier recital o presentación de algo que a él le llamara la atención. Ella no sentía nada por él. En realidad, nunca lo miró como un hombre. Siempre era su máster, lo admiraba y respetaba como gran conocedor de música, juegos, poesía, cine, entre otras cosas. Siempre tenía una respuesta para todo y era muy simpático. Nunca se había cuestionado algún suceso que él ordenara.

Su desesperación llegó al extremo de terminar con su novia. No podía seguir con ella si cada vez que estaban juntos, él pensaba en Lezabel. Se imaginaba sus besos y sus caricias; cómo ella lo tocaba y gemía de placer al estar en sus brazos. Terminó con su novia y fue a ver a su amada. Sentía la necesidad de decirle lo mucho que la amaba, aunque ella le dijera que no. Él era hermoso, tenía un cuerpo muy bien cuidado del sol. También era gótico. Usaba ropa negra y su abrigo oscuro tocaba el suelo. Sus ojos eran negros y sus labios de un rojo intenso, cabello negro y recto en melena.

Tomo el transporte que lo llevaría a la tienda de música donde solía comprar sus discos. Compró uno de música Atmospheric. Así tendría excusa para verla. Llegó a su casa y la llamó por teléfono. Le pidió que se juntaran en una catedral, donde su tío era guardia. Así escucharían el disco sin problemas y después jugarían roll con otros integrantes. Ella aceptó y se dirigió al lugar. Tocó la puerta inmensa. Dimitri la saludó como de costumbre. El lugar estaba adornado con velas. Al no ver a nadie más que Dimitri, exigió una explicación, pues no quería jugar sola, sería aburrido.

—¿Todavía no llegan los demás? ¿Y tu novia? Pensé que estaría aquí contigo.

—No te preocupes. Ellos llegarán después. Mira, este es el disco. —la joven toma el disco y lo ve mientras pregunta:

—¿Por qué no hay nadie cuidando el lugar?

—Mi tío es cuidador, pero está de vacaciones. No creo que regrese pronto. —se acerca Lezabel—, ¿Y tú? Pensé que vendrías con tu novio.

—Yo no tengo novio. ¿Por qué no comenzamos a jugar? ¿Dónde hay un equipo para poner el disco?

—En la recamara o en la biblioteca. Hay que ir a jugar allá.

Subieron las escaleras y entraron a la biblioteca. Él colocó el disco muy despacio y miró a Lezabel.

—¿Todavía quieres jugar?

—Sí, claro. Comencemos. Está anocheciendo y tendré que irme pronto.

Dimitri empieza a narrar la historia, cuando en un arrebato de pasión, encierra a Lezabel en unas catacumbas. Ella está sola y no puede ser un Velmonth o un Licántropo. Ella utiliza taumaturgia, escapa sigilosamente y… él interrumpe el juego. La mira muy serio, diciendo:

—Tengo que hablar contigo muy seriamente.

—Ah, ¿de qué?

Dimitri se dirige hacia su bolso y saca unos documentos.

—Escribí algo y me gustaría saber tu opinión. —le da los documentos a Lezabel. Los toma y comienza a leer.

Él puede ver la expresión en su rostro de sorpresa. Cuando terminó, miró a Dimitri sin entender ninguna palabra.

—N-nadie vendrá… ¿no es cierto? —ninguno de los dos habló por un momento.

Ella casi adivinando, corrió hacia la puerta. Alcanzó a bajar la escalera, pero él la agarró de la cintura y la sitúa en su hombro. Ella gritó y golpeó, pero nada surtió efecto. Él era más fuerte que ella y no lograría soltarse tan fácilmente.

—Suéltame. ¡déjame, no juegues así, Dimitri! No me gusta.

—Yo no juego, amor. Solo quiero estar contigo. Como mi reina, en este palacio.

—No seas psicópata. No estamos en la época antigua. Aquí hay gente que me buscará.

—Por favor, mi amor, no caigas en la desesperación y no digas cosas que no quieres.

Comienza a subir las escaleras con Lezabel en brazos. Entra a una habitación. La luz era tenue, el ambiente era sutilmente adornado por la luz rojiza del atardecer. Él la mira detenidamente: contempla la hermosura de su amada. Ante sus ojos está ahí, sumisa a su adoración. Ella viste una falda de tela negra con encajes de pentagrama, un corset negro con cordones y encaje rojo. Su cabello está suelto, su rostro era tan hermoso y blanco y terso; lleno de expiración. Inexistente para los demás, pero, para él, algo sublime.

—¿Por qué te asustas de mí? Soy tu máster, ¿recuerdas? Imagina que desde tiempos antediluvianos tu corazón se detuvo. Dejaste la vida mortal para quedarte conmigo. Aceptaste mi tutela y te comprometiste a la obediencia. Y yo, al verte desvalida, te recogí y formé para lo que ahora te busco. Te quiero, te amo y nunca te dejaré. La entelequia sin ti sería volver a la vida; volver al dolor de una existencia proterva, condenada a la ruina de mi ser. Enloquecería sin poder tocarte, sin besarte, sin poder hablarte… esto es solo amor.

—Esta es la realidad: ¿por qué no me dejas ir? Ve con tu novia. Ella estará muy feliz de estar contigo. Ella te ama.

—¿No entiendes que yo no quiero estar con ella? Yo te amo a ti. Te amé desde el comienzo. Cuando apenas eras una neonata. Yo te convertí en lo que ahora eres, porque te preparé para mí, para ser mi pareja.

Dimitri se aproxima y la toma de sus brazos. La besa. Ella intenta resistirse, no quiere. Pero él la obliga, diciéndole:

—Mejor seguiremos un nuevo relato. Yo seré ahora un personaje y seguiremos la historia que te mostré en la biblioteca. ¿Te parece? Tú serás mi amante. Ya terminé con mi novia. Tú serás mi pareja para siempre. Así estarás más involucrada conmigo. ¿Qué dices, mi amada?

—¡No me toques!

Dimitri la toma con fuerza y la conduce hacia él. La besa, la acaricia, la abraza.

—Siempre soñé estar así contigo. Eres lo único que deseo aquí en esta vacía llamada vida. No sabes todo lo que haría por ti. Te daría todo. Mi amor por ti trascenderá en la vida y en la muerte; más allá del universo. No tengo miedo a nada si estoy contigo. Los más atroces crímenes cometería por ti.

—Pero… sí, amor mío. No sé cuán ciega he estado. Mi ser es tuyo. Te amo con todo mi ser y jamás me alejaré de ti, ahora que te he encontrado.

—No sabes cuánto deseé escuchar esas palabras. Me haces el ser más complacido del universo.

Ella lo abraza y besa, se acarician; se mimetizan en el placer del amor, son vulnerables ante el otro: frágiles ante palabras de amor y dóciles ante las caricias que la simple necesidad de afecto les provoca. Sus cuerpos fundidos en uno reflejan el sentimiento de delirio por el éxtasis que provoca el uno en el otro. Su respiración es ahogada por gemidos de placer del delirio. El frenesí del momento llega a su fin. Ambos, satisfechos en los brazos de su ser amado, deseando que el momento nunca acabe. Él deposita en los labios cálidos de su amada un beso, el último beso… antes de sucumbir a los efectos de la extenuación. Lezabel quita la llave de la puerta y sale del lugar. Ahora ingresa a la realidad; aquella aqueja su vida desde el nacimiento. El aire frío de la mañana la embiste con placer y levanta sus cabellos largos por el viento. Camina a su casa, donde seguramente tendrá que dar explicaciones por la falta. Ella gira para ver por última vez esa catedral y dice:

—Nuestras necesidades son distintas y jamás seremos dignos de amarnos. Nuestros caminos se separan aquí ahora, para solo unirnos en la muerte. Eres el primero y el único que recordaré; el único que de verdad me amará, como yo sería incapaz de hacerlo. Te quiero…

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