Las tazas de café por Alberto García

Esto es lo que vale la pena del amor que termina. Interactuar con personas como tú. Es este el regalo de los que caímos en el romance. Este revoltijo de neurotransmisores es la compensación para olvidar en sesiones alternadas de llantos y placer a quien nos hacía felices o al menos distraernos de la epiléptica invasión de recuerdos y espuma en la boca. Porque seguramente, cada uno tiene su historia. Pero en estas condiciones se vuelve irrelevante.

Me gusta encontrarme en este punto de confusión química con personas como tú. De las pocas que entienden el calor norteño. El tipo de personas que disfruta del sexo casual,  personas que lo hacen sobrias porque se puede y que lo hacen de día. La clase de personas que tienen ignición a plena luz, con el sol voyerista, que, ya entrado en el acto y tomándose la responsabilidad de entretener a los amantes en su hervir, exalta cada uno de sus pliegues y arrugas remojados y le da nitidez a los lunares y manchas expuestas. Le otorga volumen a las estrías que se tejen tímidas en los lugares donde la carne se ha esforzado por mantener el pudor de los músculos y la grasa bajo su superficie quemada. Es con el roce a estas temperaturas que cada folículo adquiere la textura que le pertenece y en el espectáculo nudista se funden ambos cuerpos como plastilina sobre el asfalto bajo el sol, el pervertido sol del norte, donde no hay más opciones que llenarse de polvo y coger junto a los cactus.

Eso acabas de hacer tú conmigo, una mancha semisólida en alguna explanada. Es por eso que me gustan tu tipo de persona. Las que caminan desnudas. Desnudas por la habitación, por la casa con aire valemadrista, frente a mi incredulidad. Las que caminan desnudas hacia la cocina a encender la cafetera y preparar café y regresan a la cama en las mismas condiciones, sorteando la ropa tirada en el suelo, junto al pudor y la vergüenza y la moral y las reglas de la primera cita que cayeron con el último de los calcetines y se arrojan como tu sobre las sabanas revueltas sin cubrir un solo centímetro de piel.

Tu naturalidad a estas condiciones me tiene cautivado, no tengo ni una semana de conocerte. Ni siquiera estoy seguro volverte a ver. Lo mismo debe sucederte a ti. Si te encuentro en algún otro momento tal vez terminemos de la misma manera, entre biznagas a pleno sol cogiendo o esta sea la última terapia de sexo mañanero. Me gustas así, frente a la cama, de pie y desnuda, con las tazas de café y los calcetines en el piso.

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