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La vida después de ti | G_lfa

La vida después de ti por Marilu Gamboa

He pasado los días más extraños de mi existencia. Nadie imagina lo que pasa en la vida y la cabeza de una persona cuando una madre se va. Los primeros días son los peores: el darse cuenta de que no volverás a ver a la persona que más has visto y con quien has convivido desde que tienes memoria; ya no poder hablar o tener algún contacto físico, y no solo con una madre sino con cualquier persona cercana que se ha alejado de nuestras vidas para siempre. En cuestión de la muerte no se trata de superar, es simplemente acostumbrarse a vivir con dolor y extrañamiento. 

También las primeras horas o días son más sencillos porque la gente a tu alrededor está al pendiente de cómo te sientes, te visitan, te invitan a salir para que olvides por un momento lo que sucede pero, con el tiempo, la gente lo olvida; esporádicamente te preguntan como estás o te invitan a salir, vuelven a su vida normal y rutinaria de la que uno no es parte. 

Ojalá hubiera una fórmula mágica para no sentir la nostalgia antes de dormir y quizá de repente soñar con la vida al lado de la madre que alguna vez tuve, el poder hablar con ella como si nunca se hubiera ido y hasta discutir por cosas tontas. Quisiera poder tener el control del sueño y así cuando ella apareciera, poder decirle lo mucho que la extraño y quiero. En realidad, el sueño es el único contacto que se puede tener con alguien que ha muerto. Sería espectacular poder decir todo lo que uno siente cuando estas oportunidades se presentan a la hora de dormir. 

Al principio me daba miedo cerrar mis ojos y descansar, no quería volver a revivir el momento de la pérdida, o verla de nuevo tendida en aquella cama de hospital con ese color amarillento en su piel, y con la mandíbula abierta a causa de los tubos. A veces nuestro inconsciente trabaja de formas extrañas que uno no puede controlar y yo esperaba lo peor dentro del sueño profundo a causa del cansancio que mi cuerpo y mente llevaban cargando por tanto tiempo. 

La gran satisfacción que siento es que en esa larga batalla estuve al lado de ella en cada etapa: cuando le diagnosticaron el cáncer, visitar médicos, tomar decisiones, la cirugía, la terapia intensiva. La salida de la terapia intensiva para mí fue lo peor, ya que me enfrenté a verla sufrir por tanto dolor, verla no estar dentro de sí, pues por tanto medicamento estaba en otro planeta, alucinaba, y yo tenía que repetirle una y mil veces en que lugar estábamos y porqué. 

Empecé a ver sus mejorías, a sentir apetito, empezaba a comer, a mover las piernas, el día que logró sentarse fue para mí lo mejor. Cada día me sentía más entusiasta por verla salir de ese hospital como si nada de aquello hubiese pasado, los doctores y enfermeras se volvieron mis amigos, los veía diario; Dios nos envió a un grupo de médicos que estuvieron al pendiente de ella en cada segundo de su recuperación.

Un día nos dieron de alta, y digo NOS, porque yo estuve con ella cada día de esos casi dos meses, pero tuvimos que regresar quince días después; era mucha carga para su cuerpo no estar sin asistencia médica. Para no hacer el cuento largo, estuvimos más de un mes de nuevo, cuando no era una cosa era otra, los órganos de su cuerpo dejaban de funcionar bien, ¿por qué? La verdad no sé.

La tuvieron que entubar por su dificultad para respirar. Recuerdo que ella todavía consciente con todo y el tubo que atravesaba su esófago, notó mi miedo y preocupación, me tomó de la mano  y con toda tranquilidad me dijo con señas que todo estaba bien, me recosté en su hombro por posiblemente media hora y lloré mucho sin que tal vez ella lo notara; lo hice en silencio y con cuidado de que ella no se diera cuenta, lo único que pensaba en ese momento, era en no verla sufrir más, algo dentro de mi me decía que ya no le quedaba mucho tiempo aquí.

Los próximos días fueron los peores,  ella estaba totalmente sedada y cuando la llamaba abría sus ojitos pero ya no me enfocaba, veía a una dirección desconocida, podía ver su lucha y desesperación, ella había expresado con anterioridad su miedo por morir y no saber qué pasaría. Me dediqué a hablar con ella y decirle lo mucho que la amaba, lo agradecida que estaba con Dios por haberme dado una madre como ella esos venticinco años, y sin duda, fue LA MEJOR, le decía que estaríamos bien, que ella iba a descansar, a estar con mi abuelita, su madre, y con tantas personas allá arriba esperando por ella. 

También me dediqué a hablar con Dios, pedirle que se la llevara de la mejor manera, sin sufrir, sin sentir, sin saber…. y el 9 de Junio del 2017, el más temido momento llegó, ella había partido, su corazón dejó de latir poco a poco, y lo mejor de todo, mis súplicas fueron escuchadas: ella no sufrió en lo más mínimo. 

Quiero creer que ella abrió sus ojos en otro hermoso lugar, rodeada de sus seres queridos, tal vez confundida por no saber en dónde estaba, creyendo estar en un sueño y el ponerse feliz de saber que ahora estaba al lado de personas que ella sólo veía en sus sueños y recuerdos como ahora la veo yo, el estar triste al mismo tiempo por saber que nos dejó aquí a muchos que estuvimos con ella todo este tiempo. 

El dolor es invencible, claro está, pero me siento tan tranquila de saber que toda su vida se dedicó a ser una buena persona, a hacer reír a los demás , a ayudar, a amar tanto.

La tristeza que siento es tan inmensa que no sé cuánto tiempo me tome acostumbrarme a estar sin ella, se que está bien y que yo voy a estar mejor porque ella me cuida y me guía en cada paso que estoy dando. 

A veces uno ve casos de otras personas y piensas "eso no me va a pasar a mi", pero a veces pasa, en ese año 2017, Dios me mando muchas pruebas para hacerme fuerte, siento que me preparó para este momento; me dijeron 2 o 3 veces que mi mamá ya no iba a vivir, y ella lo logró, cuando me lo dijeron de nuevo, que su cuerpo ahora si no podía más, ya no me resistí, sabía que ella tenía descansar, no podía ser egoísta, por fin a pesar de sus ganas de vivir y seguir, era su hora.

Solo me queda decir, que estoy más que feliz por todo lo que ella me dejó, tuve una infancia fantástica, recuerdo los cuentos que me contaba, las canciones que cantaba, cuando tocaba el piano, a valorar las amistades, sus chistes, su amor por los animales, sus ganas de salir adelante, el levantarse si uno cae, el ser ordenada, la unión familiar, el respeto, el no gritar mejor hablar y mil cosas más.  

 

Mil gracias por haber sido mi madre Marilu Valdez y enseñarme tanto y darme tanto de ti… QDEP

 

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