Llego diciembre. Por Moisés Campos

Siempre he sido corpulento. Me incomodan los espacios pequeños, porque, precisamente, lo ocupo todo. A esto tenemos que agregarle mi tono de voz gritona, que cuando estamos felices es indiscutible no reconocer mi presencia, aun así, aunque no me hayan visto.

Los espacios pequeños son mi tormento. Recién llegue a Guanajuato me daba claustrofobia las peceras, no cabía, era demasiado incómodo. Mi mayor miedo es quedar atrapado en los baños diminutos de los aviones en cuyas puertas aún se pueden ver ceniceros, pues en décadas pasadas el lugar permitido para fumar eran los baños.

Para variar, en esos lugares pequeños cargo con un chingo de cosas. Los viajes relámpagos resultan con mucho equipaje, he aprendido a poder viajar mas ligero. En todos sentidos deje de acumular cosas, deje de apegarme emocionalmente a las personas. Hoy puedo presumir que me mantengo en una constante plenitud y libertad.

Sin embargo, al momento de revisar la valija resulta valioso encontrarse con un montón de emociones que se carga, pero no se reconocen. En ellas me encuentro, entre que será la primera temporada sin mi abuela y la de adaptarme a mi nuevo lugar, a mi nuevo trabajo, que por unos meses aquí estaré.

Refugio Mares, mi abuela, falleció el 4 de agosto. Víctima de un ataque al corazón, desde hace dos años la declararon desahuciada al detectarle leucemia terminal, sin tratamiento, solamente con cuidados y bajo una evidentemente lenta muerte vivió este tiempo, muchas veces nos reconocía, otras no.

Para honrar su memoria, desde hace tiempo estoy escribiendo un cuento sobre ella y mi abuelo: su historia de amor. La verdad es que no lo termino porque no quiero que llegue el momento de despedirme. Intento que al momento de decirle adiós a lo inevitable escriba un final feliz como motivo de que algún día estaremos mejor, pero sólo es una ilusión.

La pandemia nos ha traído cosas buenas. Tengo que reconocer que, por primera vez, no huyo de mí mismo, disfruto la soledad y valoro inmensamente las pocas, pero cálidas veladas en las cueles hemos construido una cofradía que, con comida, mezcal, mucho pan, muchas platicas y algo de hierbas; me llevan agradecer lo feliz que estoy en el sitio que me corresponde.

El día que concluya el texto, se termina la ilusión, por primera vez afrontaré la historia y el recuerdo que quiero con ella, porque uno decide qué recordar y cómo hacerlo. Cuando pueda al menos dejaré ese pendiente descansar, porque sé que mi abuela, o por lo menos eso siento, ya esta en la plenitud que se reconoce en el sueño eterno.

 

Con Amor

Moisés Campos.

 

Historia Anterior

SONETOS 18 Y 19 DE WILLIAM SHAKESPEARE (Versiones de Aleqs Garrigóz)

Siguiente Historia

Afecto artificial Ricardo Yépez