Quiero pedirte algo, amor.
– Dime, ¿qué pasa?
– Solo quiero pedirte que el día que tengas que irte, te lleves todo contigo; todas tus cosas y lo que creas que te pertenece, pero que te lo lleves todo… No quiero que tu recuerdo me deje en agonía en mis días sin ti.
– ¿Por qué dices eso, amor? Aquí estoy, no me voy a ir, soy feliz a tu lado y te amo.
– Lo sé, cielo… solo quiero que lo sepas y prometas que, si algún día tienes que irte, lo harás.
– Está bien, amor. Si es lo que quieres escuchar, lo haré, lo prometo y también prometo estar a tu lado siempre.
Nos recostamos y miramos el techo. Parecía el cielo estando a su lado, la habitación era un desastre… como todo en mi vida. Lo único que estaba bien y de lo único que siempre estuve seguro es de amarla.
Pasaron los días y todo era muy bello, esos días fueron estupendos a su lado.
Un día me miro a los ojos, tocó mis manos y le dije en silencio que la amaba. Ella besó mis labios y ambos sabíamos que se habían sanado nuestras heridas.
– Me voy al trabajo, amor – dijo.
– Voy en un minuto, amor – le dije (era común que yo fuera a dejarla).
– No amor, esta vez iré sola, tú no te preocupes.
Se fue sola, y no solo ese día…
Pasaban los días y yo notaba algo raro, pero lo dejé pasar.
Y un día se fue al trabajo y ya no regresó… Vi entonces la casa y noté que ya no había nada suyo, y parecía que viví un tiempo dormido porque nunca me di cuenta de que ya se estaba yendo.
Fue duro, y cómo no si la amaba. Y descubrí al paso de los días que había fallado en su promesa. Que se fue… Y no sólo eso, olvidó llevarse su aroma, y lo dejó por todos lados. Al parecer también pensó que yo le pertenecía o al menos mi felicidad y mi paz… Porque pasó el tiempo y nunca pude encontrarlas.