Métodos por Gabriela Cano

Hace más de un año prefiero los relatos en los que los personajes comen pájaros (Pájaros en la boca de Samanta Schweblin) o aquellos que se pierden en la memoria y un día amanecen sumidos en la utopía de haberlo olvidado todo. Me gustan mucho aquellos personajes que están tanto tiempo en sus habitaciones que conocen cada gruta en la pared y cada ruido detrás del mosaico de su cocina o incluso aquellos que son capaces de auscultar los comportamientos de sus gatos y peces como si estuviesen ante el más grande de los misterios (El matrimonio de los peces rojos y Después del invierno de Guadalupe Nettel). La verdad es que no soy interesante para verme reflejada, en algún modo, en esas historias. Pero si me interesan sus métodos. Método quiere decir “andar en el camino” y esas muchas maneras en que algo se lleva a cabo son las que me interesan. Alguna vez he pensado que el mío es el de buscar que mi casa parezca inhabitada. Cuando he compartido domicilio siempre lo he hecho con personas con horarios distintos a los míos. Por alguna razón, nunca quise vivir con mi mejor amiga, pero siempre imagine que se debía a un instinto de supervivencia de nuestra amistad, una sensata y oscura gracia de vernos en los tiempos creados para ello y no la impertinencia de tener que usar el baño. También he pensado que esto no tiene nada de divertido para quienes me rodean ya que puedo pasar varios días sin salir de casa, sin escuchar otra voz, sin poner música y tengo que explicarle a la señora de la tiendita que no he muerto siempre dice que piensa que no vivo en la que digo que es mi casa. No es que sienta que es especial, porque al momento, he reconocido a varios amigos que poseen las mismas características. Y, sin embargo, ninguno de ellos es frío o lejano o ha sentido esa tontería de que una charla o un abrazo invade su espacio personal. Al contrario. Sólo creo que las cosas que hacemos están llenas de un artificio que es conmovedor. Sobre lo que me ocurre sólo he concluido que un misántropo que no se cuestiona a sí mismo sólo puede ser un mitómano más.

Historia Anterior

El caballero López Tarso por Joan Carel

Siguiente Historia

Los otros juniors por Luis Bernal