No sé si acabé la semana o la semana acabó conmigo, le digo a la señora Benita después del trabajo. Ando bien cansado, le digo.
—Se te nota —me responde.
—Sí, pero pues qué le vamos a hacer, así es esto, ya después me acostumbro.
—Sí, aparte lo bueno es que eres joven y estás fuerte, tienes que echarle ganas.
—Eso que ni qué, uno viene aquí a salir adelante, ¿verdad? Ni modo que me ande quejando.
—Eso sí, muchos se van porque no aguantan, no tienen la fuerza que se necesita para aguantar.
En el trabajo hablan sobre las elecciones.
—En México no lo hubiera creído, pero toda la raza obrera que he conocido piensa votar por Trump y quieren que gane, gente incluso sin papeles que, a sabiendas del riesgo que puede representar su victoria para su situación, lo prefieren. Algunos por conservadurismo ideológico, van en contra de las ideas del partido de Kamala Harris; otros, porque dicen que Trump apoya más a los granjeros y a la gente del campo.
Ciertos paisanos estarían furiosos y serían capaces de llegar a los golpes, diciendo que cómo traicionan así a su país.
Creo que puedo entender un poco, de lejos te parece inconcebible, pero conociendo a las personas, ves la esperanza de muchos esperando que mejore su economía. Si eso mejora, tienen más para pagar la deuda con la que van comprando una casa o mandar más dinero a México.
Yo nada más escucho, apenas entiendo lo básico de este país como para tratar de entender su política. Yo no puedo votar y, fuera de quien llegue a ganar, ningún presidente cambiará la ambición que tengo para conseguirme mejores oportunidades de vida. Cuando uno va aprendiendo, es mejor ser sigiloso, como las flores brotando de los árboles de fruta.
Día de muertos.
Yo pensaba que aquí no conocían el cempasúchil y ya encontré al menos tres puestos. Gracias a la patria, es del bueno, no del chino de maceta sin olor.
Voy a mandarle dinero a mi madre y aprovecho a comprarme un ramito personal. Es para ellos y para mí, que, aunque no les haya puesto altar, siempre van conmigo. Lo primero que hice al levantarme fue darles un beso a sus fotos y las llevo cargadas en mi mochila. No tengo dónde ponerles un altar y la señora Benita y su esposo no acostumbran. Llevo sus fotos y ahora un ramito de cempasúchil. Lo disfruto tanto, su color y su aroma me transportan a casa, aunque sea un momento. Además, anoche me tomé un cafecito con pan de muerto y hoy en la mañana también, acompañado de mi rentera y su esposo. Fui a misa desde anoche por ser Día de Todos los Santos y para aprovechar y ofrendarla por el Día de Muertos de una vez, total, ya andan en camino, o como dije antes, ellos siempre van con uno.
Mi mamá me manda fotos del altar que hicieron en mi casa, les quedó bonito. Veo el mole, el tequila, el dulce de calabaza, cómo se me antoja.
Voy camino al Arte Américas otra vez. Durante la tarde harán un evento especial para el Día de Muertos. Se me hace curioso que México sea el principal foco cuando se refieren a comunidad latina, si yo fuera de algún otro país latino, sentiría gacho. Otra vez lo confuso del término «latino».
Pensé que habría poca gente y hay un chingo, para mi sorpresa. Es bonito, el evento es gratis y variado. Diferentes vendedores locales, libros, decoraciones para el hogar en el más variado spanglish, comida que tiene un leve, levecito sabor como a la de México, ¡incluso hasta venden plátanos fritos! ¡Como en Veracruz, cabrón! Algo tengo de jarocho por parte de mi apá y me gustaría que fueran con crema y queso en lugar de chocolate y mermelada. Aún así, aguanta para la tarde y, más noche, caen de perlas con un cafecito que sabrá más rico con el frío.
El evento inicia con una procesión.
—¿Procesión? —dije yo.
Pensaba que eso era nada más de los velorios y las ofrendas a los santos, pero no, es una procesión con danzantes aztecas y catrinas, así como la ves.
Yo en mi vida había escuchado que se hiciera algo así en Día de Muertos, tal vez algún gringo con más conocimiento antropológico lo propuso o simplemente se lo sacaron de la manga después de ver el famoso desfile nacional en la CDMX.
—Maldito seas, Daniel Craig, te odio y te amo.
La deidad mexica a la que hemos hecho encabronar es la misma que nos castigará haciendo que gane Trump las elecciones.
Es un camino corto pero agradable, me siento cómodo caminando entre tantos mexicanos, unos de Guadalajara, otros de Oaxaca y otros hasta Texas, pero todos mexicanos, a fin de cuentas. A unos como que les vale y van por hacer bulla, y otros aprecian la festividad, igual que en México, nacidos allá o acá.
Una chica del staff se acerca a platicar conmigo, yo no la recuerdo, pero dice que nos vimos en un taller hace unas semanas, recuerdo su presencia más no a ella. Hablaremos un rato y nos caeremos bien haciendo un par de bromas. No será mucho, pero hará que me sienta menos solo. Andaré viendo los altares que pusieron en honor a autores muertos: García Márquez, Rosario Castellanos, Borges, incluso autores locales que impulsaron la cultura en la comunidad y, por supuesto, Rulfo.
Me gusta. Me gusta mucho, en realidad. Tiene una escultura con piedras que parece sepultura, y a la vez recuerda al final de Juan Preciado junto a Dorotea y, a la vez, el final de Pedro Páramo. Hay fotos de su esposa, fragmentos de sus cartas con un papalote, y a un ladito de la foto de Rulfo, está la luna.
Entrada la noche, empieza un concierto gratis con Diana Gameros. Nunca la había escuchado, pero antes de venir investigué y es de la ola de Natalia Lafourcade y Silvana Estrada. Canta muy bien y me gustan sus canciones. Resuenan en mí, especialmente las de migrantes; vengas de donde vengas, entres como entres, de una forma u otra, le sufres.
Sentado escuchando su música, covers de canciones mexicanas de antaño, caigo en cuenta de que me he convertido en una versión moderna de abuelito, vistiendo una cazadora, tomando café negro, pensando en lo mucho que se me antoja un atole blanco con el frío, sentado solo y en silencio, hasta trabajando en el campo igual que él, así era mi abuelito, el materno. A mi abuelo, el paterno, le encantaba la literatura, la música, la cultura y andar comiendo.
Soy la suma de mis antepasados. Tengo curiosidad, me pregunto cómo habrán sido en soledad, así como yo ahorita, pero de la soledad apenas se puede conocer la propia.
Me retiraré poco antes de que termine el concierto mientras suena Deja que salga la luna.
Voy a bailar un rato otra vez. Camino al autobús, el viento frío hace que me bailen las orejas. Paso la noche a gusto, hablo con un par de compañeros de las clases y, justo cuando voy cruzando la puerta de salida, una chica me detiene cuando me dice:
—Are you taking off?
—Yeah, I’m taking off —le respondo, aunque me siento confundidísimo. Mi sentido común me dice que la expresión se refiere a que si me estoy yendo, pero una parte de mí se pregunta qué carajos me podría estar quitando.
—Wait —continúo—, What means “taking off”?
—That means I’m leaving, right?
—Yeah —me dice con algo de sorpresa, como si no esperara que yo no supiera el significado de aquella expresión.
—Yeah, are you leaving?
—Yes, I’m leaving, why?
—Oh, it’s because the other day I really had fun dancing with you and I wanted to say hi before you leave.
—Oh, me causa simpatía —hi, I do have fun too, thank you.
Bailé con ella la semana pasada. En esta ocasión no porque estuve menos tiempo. La he visto en las clases, apenas hemos cruzado palabra. Incluso en los bailes no entablas una conversación real. Ese gesto de acercarse a saludar antes de irme tiene algo encantador. Sonríe. Tiene los ojos verdes, como la canción de Nat King Cole, aquellos ojos verdes, de mirada serena. Tal vez ahora me toca obsesionarme con esa canción y dejar de pensar en el mensaje que nunca llegó.
—Well, I have to leave because my Uber is here, but we can dance some other day, I’ll see you in class, right?
—Yeah, we’ll see you in class, it was good to see you.
—It was good to see you too, bye!
Antes de subir al carro me doy cuenta de inmediato que mi conductor no es originario de los Estados Unidos debido a su nombre y acento, pero me reservo cualquier juicio. Me pregunto cuál será su condición como migrante, según yo, para ese tipo de trabajos necesitas tener papeles buenos. Pensaba irme en silencio hasta que me da por comenzar a platicar. Durante el día le he preguntado a varias personas si les gusta Fresno:
—Yes, I love Fresno, I’ve made my life here and all the people that I love are here.
—Well, I like Fresno, but I don’t love it, if you know what I mean.
Pues sí me gusta, no es como la gran ciudad, pero no se me hace feo, aunque comparado con México no me gusta. No me gusta, no soy una persona de ciudad.
Bendito Fresno, mi tío, el cristiano más conservador y seguidor de Trump, asegura que será la primera región en caer durante el apocalipsis. Asegura que lo dice en la Biblia y que lo vio en una visión.
La respuesta que más me ha gustado es la de mi conductor:
—Well, I like Fresno, I mean, it has to, this is where I am right now, can you imagine how it would be if I’m here and still though I wouldn’t like it? That would be even harder, even when I know that I don’t like it here, there has to be something.
Algo en sus palabras me resuena. Viene de Ghana. Llegó a trabajar por contrato con una empresa y, una vez que se cumplió el acuerdo, decidió quedarse y seguir trabajando para juntar dinero con el cual mantiene a su familia y va ahorrando para iniciar un negocio en su país.
Lo entiendo un poco, con todo, siento que mi empatía no es lo suficientemente grande para imaginarme lo que sucede en su interior. No sé lo que ha de ser para él su país, estando tan lejos.
México se me volvió un anhelo. México ya era un anhelo desde antes de irme. Desde la primera vez que escuché que antes el país estaba mejor, peor cuando lo dije.
Me asomo a la ventana buscando la certeza de la luna, tengo muchas ganas de tomarle una foto. Sé que es la misma en todos lados, aunque se mire diferente, aunque en este momento no la pueda encontrar.
José Luis Zorrilla Sánchez (Irapuato, Gto,1997)
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Insta: jlzorrillas
A veces, después de una larga jornada de trabajo, caigo en mi sillón, como un montón de piedras.