Pordioseros (¿?) con garrote Mariana Perea Campos

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En las últimas semanas un pensamiento ha rondado continuamente mi cabeza: la clase media somos la incomodidad. Ironía épica, pues hemos de considerar que buena parte de la población pertenecemos (o pertenecíamos) a ésta.

Hace ya un par de años cuando pisé por primera vez la que se convirtió en mi alma mater (una universidad pública), tuve un incidente que en su momento fue bastante vergonzoso. Primer día de clases en el edificio, y su servidora requirió hacer uso de los sanitarios. Sí usted querido lector, cursó algo de su educación en una institución pública ya sabrá por dónde va la cosa. Pero, regresando a tema, una vez dentro y en el más inoportuno de los momentos me percaté que no había papel higiénico…me vi forzada a clamar por ayuda desde lo más profundo de mis pulmones hasta que alguien me escuchó y acudió a socorrerme.

Después me explicaron que en las instituciones de educación pública no se brinda papel sanitario, primordialmente en aquellos destinados al uso de los estudiantes por algo relacionado con el desperdicio y que sé yo. Hasta la fecha sigue pareciéndome una garrulería. A mis compañeros les sorprendió mi ignorancia, me anonadó la aceptación que tenían del hecho. Ellos, correctamente, asumieron que yo había cursado toda mi educación previa de manera privada y les causó bastante gracia.

A mí no me sacó la mínima de las sonrisas. Si aquí contase todo lo que hubo de suscitarse para que hubiera papel higiénico en mi edificio esta columna se vuelve una crónica. Sin embargo, este incidente fue para mí una gran lección sobre la incomodidad que causamos las clases medias.

Nuestra posición económica es ambivalente y con ello el universo de experiencias al que accedemos también es una mezcla extraña. No contamos con los medios económicos para experimentar los lujos más onerosos de las clases altas, pero sí sabemos de ellos y son realidades relativamente cercanas. Tampoco padecemos las circunstancias extenuantes de las clases bajas. Empero somos muy consientes de ellas porque nos respiran en la nuca.

Es precisamente la naturaleza compleja y heterogénea de las clases medias lo que las convierte en antagonista natural de los autoritarismos. Mientras que las clases más pobres muchas veces subsisten de las dádivas del gobierno, con acarreos y aplausos si es necesario, las clases medias entendemos que ésas son las obligaciones del Estado y que favor no nos hacen. Entretanto las clases altas compran y viven realidades ajenas al resto del país, nosotros en el medio, buscamos maneras para acceder a ellas.

Algunos nos llamaran aspiracioncitas. Es decir, necesitamos del Estado, de sus programas de becas, subsidios, de seguridad social, de oportunidades laborales, de medicamentos, etcétera; porque de otra manera nos sería infranqueable acceder a ellos. Sabemos que existen realidades mucho mejores y al buscarlas, nos volvemos inconformes con las negligencias del Estado.

Para alguien como López Obrador, representamos “pérdidas”, puesto que accedemos a sus programas. Insisto, no lo vemos como una merced, si no como la obligación que tiene para con los mexicanos y, en nuestra experiencia, a nadie se le aplaude por hacer bien su trabajo. El presidente sustenta su popularidad en una red clientelar, nada nuevo en ello, ya se hace política así desde la República romana. Sin embargo, una relación de ese tipo implica obligaciones en ambos sentidos (entre el cliente y su patrón), detalle al presidente parece habérsele olvidado anotar en sus clases de historia económica.

De manera excesivamente reduccionista y simplista, como si de tweet se tratase, los antagonistas de los ricos son los pobres, de éstos lo son aquellos; de los nobles lo fueron los plebeyos; de los patricios, los ciudadanos y en la actualidad de los populistas, lo son los científicos, los periodistas, las organizaciones civiles…la clase media.

Según la sabiduría popular, a caballo regalado no se le ve colmillo. Tal vez por ello que el presidente nos llama malagradecidos, cuando lo cierto es que lo dado por el Estado nosotros lo hemos pagamos con nuestros impuestos, nadie nos está regalando nada.

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