Quetzal por Diego Armando Solis Guerra

Mi mamá me ha dicho que es un Quetzal; está situado allí desde hace unos veinte minutos y parece que no se ha dado cuenta de mi presencia. Estoy pensando en adoptarlo y enjaularlo para que cante sólo para mí, también podría espantarlo para que se vaya o decirle a Matías —nuestro gato— que se lo coma.

El Quetzal dio unos pasitos alejándose de mí, mi mamá desde hace rato me dijo que lo deje en paz pero les juro que es inevitable. No dejo de pensar que una vida pueda caber en algo tan pequeño como un ave. Quisiera ser él para volar, aparte también, para dejar de ser humano. Es mucho trabajo para mí. Lo que más me sorprende es que él no muestra lo que puede hacer, está allí, inmóvil, a veces volteando al cielo sabiendo que es donde pertenece.

Hasta ahora ha pasado más de media hora y el pájaro no se ha ido. Estoy pensando en ponerle un nombre, pero me parece injusto elegirlo yo. Mis padres eligieron muy mal el mío, por eso no voy a contarlo aquí; yo no quiero cometer el mismo error. Tal vez podría llamarle "Inmóvil", pero en cuanto se vaya de aquí el nombre quedará obsoleto. Otra alternativa es "Libre", pero si decido enjaularlo no servirá de nada. Voy a seguir pensando en eso.

Mi mamá me habló para comer y tengo miedo de que el pájaro se vaya, voy a encerrar a Matías en el baño y como rápido. Sentado sobre mi silla espero mi plato, no me interesa que voy a comer, sólo estoy pensando en el ave. Hace cuánto habrá nacido, dónde estará su familia, a qué ha venido, por qué no se ha ido.

Dejo en el plato la mitad de la comida y corro a mi cuarto por un viejo libro que mi abuelo me regaló cuando yo tenía unos cuatro años y no sabía ni leer. Me dijo que algún día me serviría.

El libro es sobre aves, como deben esperar. Vienen miles de especies ordenadas en orden alfabético, con fotografías y características de cada una. Mi abuelo era un tipo sabio, murió hace un par de años, se llamaba Gabriel y no tenía hermanos, tuvo cuatro hijos, mis tíos Salvador y Esteban, mi tía Marina y mi mamá. Soy de una familia reducida, mi papá es hijo único y en total tengo como siete primos.

Decidí traer una silla para observar al pájaro y buscar información de su especie en el libro. El índice de éste tiene nombres muy raros, parecen inpronunciables. Cuando encuentro el Quetzal y veo la fotografía mi asombro es evidente, parece que es el mismo que esta posado frente a mí. Aquí dice que es de un género de aves de la familia de los trogones, yo no entiendo que significa eso pero también dice que come frutos, insectos y ranas. Con eso es suficiente para mí, voy a atraparlo y alimentarlo, cuidarlo y advertirle a Matías que no debe hacerle daño. Sólo debo idear un plan.

La jaula ya la tengo aunque esté un poco oxidada, después puedo comprar otra. Estoy seguro que a mamá no le importará que lo conserve, pero debo consultárselo de todos modos.

Terminamos hablando de su infancia, dijo que una vez mi abuela llevó un guajolote y un pato a la casa, pero estos dos parecía que odiaban a todos y atacaban a cualquiera que viesen, mi mamá casi perdía el ojo gracias al guajolote, así que no vivieron mucho tiempo. Me contó también que una vez agarraron a un conejo agarrando un palo a una cuerda y haciendo que el mismo palo sostuviera una caja, abajo de la caja había comida, por lo que cuando el conejo llegó a comer, tiraron del palo y la caja encerró al conejo, sonó muy fácil así que decidí intentarlo, el problema es que en vez de caja debe usarse una jaula, por lo tanto se necesita modificar varias cosas del procedimiento.

Enlisté todo y salí decidido a capturar aquél Quetzal.

La sorpresa vino cuando él se había ido, sin avisarme, dejando mis ilusiones rotas y a Matías encerrado. No entiendo cómo la vida puede quitarte algo tan fácilmente, arrojé la jaula con los demás materiales al piso y fui a sentarme en la silla. Comencé a llorar de impotencia, apretando los dientes y respirando cada vez más profundo, hasta que me quedé dormido.

 

«Me sueño con un plumaje verde brillante volando por encima de todos, me siento el rey del mundo, soy la moneda nacional de un país, aterrizo en una casa lejos de mi hábitat natural, alguien voltea a verme, yo estoy tomando un respiro, sé que piensan domarme, deberían saber que no estoy hecho para eso, mas podría permitirlo si me tratan bien, perdería mi libertad por una vida asegurada. Necesito pensarlo ahora que nadie me observa…»

 

Abro los ojos y él ha vuelto. Preparo la jaula que manipulé para que cuando entre por la fruta pueda encerrarlo y todo queda listo. No pienso en ponerle nombre ni en sacar a Matías del baño. El ave se acerca lentamente hasta que encuentra la fruta en medio de la jaula, sólo basta que jale la cuerda para que pueda ser mío, pero lo pienso dos veces. Una lágrima escurre por mi mejilla viendo a aquel pobre animal comiendo, espero a que termine y se dirige a la puerta de la jaula, donde se detiene y voltea a verme. Limpio la lágrima de mi mejilla y me despido con un gesto apenas perceptible, el ave sale de la jaula y abre sus alas. Me tumbó en la silla y recojo el libro que mi abuelo me regaló, abro la página ciento cincuenta y siete y al final de la hoja dice: "Este ave puede ser considerado como un símbolo natural de la libertad."

Entonces volteó al cielo para verlo irse, mientras susurro: "Tu nombre es Libre, por naturaleza".

Historia Anterior

Un muy raro corto de Kirsten Lepore

Siguiente Historia

Netflix & ´til por Míkel F. Deltoya