SICALIPSIS Por Tanya Aguirre

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A mediados del siglo XX un grupo de jóvenes escritores y artistas dieron vida e ímpetu a una de las etapas de cambio más importantes de la cultura en México a través de la Generación de la Ruptura y la Generación de la Casa del Lago. Esas mismas voces encuentran en el escritor yucateco Juan García Ponce el catalizador de esa rebeldía, que no sólo permeo los más diversos géneros literarios, sino también la crítica de arte como oficio y como sustento a toda una generación de artistas.”

(Documental: JUAN GARCÍA PONCE: El placer de la mirada)

Es fácil prendarse de los cuentos de Juan, es un seductor. Resulta dichoso girar alrededor de él, de cada palabra, de cada una de sus fotografías a blanco y negro. Hablar de Juan es desnudar el aura de su personalidad curiosa, inquieta y llena de libertad extrema. En cada renglón se observa obsesivo y sensible… y todo cabe en la misma idea.

“Como siempre, tenía puesta la bata de Mario. Se la quitó y se subió al arcón de madera de debajo de la ventana. La lluvia afuera y el cielo gris con su figura recortada contra la ventana. “Llévame al cuarto, estoy helada.” Las tardes interminables en que yo trataba de hacerla gozar y el olor revuelto de nuestros cuerpos después de hablar horas enteras en la cama con las piernas entrelazadas, manchando con ceniza las sábanas. “A veces no siento nada. Es inútil. Siempre me ha pasado lo mismo. Estoy mal.” Siempre ¿con quién? Pero luego, con el sudor revuelto, me rodeaba la cintura con las piernas y yo la buscaba por dentro y después de revolverse y quejarse y suspirar se aflojaba al fin y murmuraba “gracias, gracias por esperarme”.

(Fragmento de TAJIMARA)

Juan es ese centro que, en su tiempo, transitó de manera activa, al margen y en estruendo, en aquél México que necesitaba acercarse al erotismo, a la belleza de la piel en las páginas de un libro. Juan nos regaló la sensación fascinante de ser espectador: imágenes muy pasionales, pero sobre todo honestas; la desnudez descrita explícitamente por las palabras; la sensación de una narrativa nueva que te recorre físicamente; el poder de las ideas de alguien más logrando desbocar tu propio placer.

“-Es contrario al erotismo pensar en términos que no sean dobles, digo esto para que quede claro que pueden ser dos hombres o dos mujeres…

-O un gato.

-No, eso ya es un trío.

-La irrupción del trío.

-También puede ser, pero el dúo es lo indispensable. Puede ser hasta de veinte, y entonces ya es una orgía, pero yo esas no las conozco.”

 Juan propuso nuevos caminos estéticos, y la silla de ruedas, en lugar de limitarlo, lo hacía correr fortalecido y más rápido. Sus obsesiones se desbordaban por el metal e, irónicamente, iban llenando aquél restringido espacio de lugares nuevos: el amor, el erotismo, la locura, la muerte y la identidad.

 “Es extraño que jamás descubramos el sentido de nuestros actos y, sin embargo, en una forma u otra, siempre seamos responsables de ellos.”

 Juan deja claro que el acto sexual puede ir de la mano del amor, pero no es ley, porque, al final, el mero impulso del deseo también nos mueve…

“D vivía solo en su departamento y pasaba en él la mayor parte del tiempo que no le quitaba su cómodo empleo, del que, a cambio de unas cuantas horas diarias de trabajo metódico, recibía lo suficiente para vivir; pero su soledad no era completa: una amiga lo visitaba casi diariamente y se quedaba en el departamento todos los fines de semana. Los dos se entendían bien, incluso puede decirse, si eso tiene importancia, que se querían, aunque fuera en un plano condicionado y determinado por sus cuerpos que a los dos, por lo menos, parecía bastarles. Para D siempre era motivo de un renovado placer poder mirar desde casi todos los ángulos del pequeño departamento, en las horas muertas que se extendían frente a ellos los domingos por la mañana, el cuerpo desnudo de su amiga extendido indolentemente sobre la cama, cambiando una postura atractiva por otra postura atractiva que siempre acentuaba aún más esa desnudez a la que hacía casi procaz la conciencia, por parte de ella, de que él la estaba admirando y gozando con la exposición de su cuerpo. Siempre que D recordaba a solas a su amiga la imaginaba así, extendida indolentemente sobre la cama, con las mantas que podían cubrirla invariablemente rechazadas aun cuando estaba dormitando, ofreciendo su cuerpo a la contemplación con un abandono total, como si el único motivo de su existencia fuese que D lo admirara y en realidad no le perteneciera a ella, sino a él y tal vez también a los mismos muebles del departamento y hasta a las inmóviles ramas de los árboles de la calle, que podían verse a través de las ventanas, y al sol que entraba por ellas, radiante e impreciso.

A veces la cara de ella permanecía oculta en la almohada y su pelo, castaño oscuro, ni largo ni corto, casi impersonal en su ausencia de relación con las facciones del rostro, remataba el prolongado trazo de la espalda que se iba estrechando hacia abajo hasta perderse en la amplia curva de las caderas y el firme dibujo de las nalgas. Más allá estaban sus largas piernas, separadas una de la otra en un ángulo arbitrario, pero estrechamente relacionadas. Entonces para D el cuerpo de ella tenía casi un carácter de objeto. Pero también cuando estaba de frente, dejando ver sus pechos pequeños con sus vivos pezones y la rica extensión plana del vientre, en el que apenas se sugería el ombligo, y la zona oscura del sexo entre las piernas abiertas, el cuerpo tenía algo remoto e impersonal en la buscada facilidad con que se olvidaba de sí mismo y se entregaba a la contemplación. Definitivamente, D conocía y amaba ese cuerpo y no podía dejar de experimentar la realidad de su presencia mientras iba de un lado a otro en el departamento realizando las pequeñas acciones cotidianas cuyo sentido se pierde en el carácter mecánico con que podemos cumplirlas. Y del mismo modo la sentía cuando se desvestía delante de él o cuando era ella la que, siempre desnuda, se movía de un lado a otro del departamento, volviéndose de pronto hacia D para hacer un comentario banal. Así, la presencia de su amiga, su soledad de dos, la profunda y tranquila sensualidad de su relación, en la que ella estaba siempre desnuda y era suya, formaba parte de su departamento como era una parte de su vida y cuando estaban entre más gente el conocimiento de esa relación volvía de pronto a D envolviéndolo con una fuerza perturbadora que le hacía buscar la piel de ella bajo su ropa y lo separaba de todo al tiempo que lo obligaba a sentir que el conocimiento que tenía de ella se proyectaba hacia los demás como una especie de necesidad de que participaran de su secreto atractivo. Entonces ella era para él como un puente por el que todos deberían transitar del mismo modo que la luz que entraba por las ventanas, cuando ella se extendía sobre la cama, se posaba sobre su cuerpo e igual que los muebles del departamento parecían mirarla junto con él.”

(Fragmento de EL GATO)

Juan enseña a ser libre, a buscar cauces nuevos y desenfrenados para ese río común, ese camino de agua que todos han delimitado y llevado a fluir de una forma tímida, controlada y sumisa.

“Lo significativo del amor es que sólo puede darse, en el mundo, entre personas vivas, entre cuerpos dispuestos a lograr que la realidad del cuerpo sobrepase y sea superior a la de la identidad mental que supuestamente lo posee. De tal manera que sea el cuerpo el que da las órdenes, el que rige esa posibilidad de existencia en un mundo que, normalmente, carece de sentido, y puede encontrar no un sentido sino la expresión del sinsentido en esa entrega de la individualidad personal a una generalidad más basta, que en última instancia no la de la vida de cada uno, sino la de la vida en general.”

 Juan es transgresor, no importa la época en la que se lea. Juan es el juego, es todos los espejos que reflejan aquello que muchas veces no nos atrevemos a experimentar.

– ¿Has sido fiel alguna vez en tu vida?

-Sólo a la literatura.

Juan es desmedido, reincidente, atemporal. Es esa hambre que todos alojamos en las entrañas y que, en los mil escenarios posibles de nuestras vidas, muchas veces no llegaremos a saciar.

La voluptuosidad de su legado seguro haría que Anaïs Nin o Henry Miller también se mordiesen los labios al tener alguno de sus escritos entre las manos. Tampoco sería exagerado afirmar que la literatura mexicana le debe su erotismo a Juan García Ponce.

¡Maldito Juan, en todo tenía que destacar!

Para tener la experiencia completa, ver “EL PLACER DE LA MIRADA”:

Creadores eméritos:

 

 

Tanya F. Aguirre (Guanajuato, 1987) Mi raíz está en Cuévano. Mis días se viven entre la gastronomía, todas las letras que puedan hilarse, los abrazos de mi pequeña Kraken y lo que se nos vaya ocurriendo estando juntas…

 

 

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