Suspira por Uriel Velázquez Bañuelos

Estamos en el rabillo del ojo de Dios. Aquí, en la fosa de las Marianas, a donde llegamos a parar por mera atracción turística.

Descendemos.

Ya ha pasado tiempo desde que escuché al guía de tour hablar sobre el tema. El lugar con más profundidad en la tierra…

Seguimos descendiendo, y parece que nada ni nadie nos puede sacar de aquí.

Ahora mismo estoy con cinco tripulantes. Puedo escuchar como respiran. No me atrevo a cambiar de posición y ver si hay más sobrevivientes. Desconozco si los demás están en sus camarotes, o en otra cocina.

La luz es tenue. Hace ya horas que las alarmas dejaron de sonar, no me sorprendería si en un par de minutos las luces se apagan por un fallo en la fuente de energía de emergencia.

 

Seguimos descendiendo a las profundidades del mar. Poco a poco, la falta de oxígeno será el menor de nuestros problemas.

 

-Esperen, esperen… -Escucho una voz que viene el corredor – Tengo señal aquí, tengo señal Wifi. Si refuerzo la red con mis datos telefónicos podré llamar a alguien. Tal vez a mí mujer, no. Que le den a esa zorra, mejor llamo a Jhonatan, sí el sabrá que hacer. No, ya sé, mejor ah… ¿Cómo qué se me ha negado acceso a la red? ¿Qué es esta puta mierda?

 

Escucho un martilleo en la pared. Los golpes son rápidos y fuertes. El ritmo disminuye con cada choque contra el muro. Hasta que se detiene, y las aguas se agitan. Volvemos a la inquietud del silencio.

Alguien del grupo se levanta.

 

-Se acabo, iré a donde está el timón. ¿Alguien viene conmigo?

 

La voz de la chica despierta el interés de alguien más. El agua se agita.

 

-¿Y qué vas a hacer, primor? ¿Levar anclas, alzar las velas y navegar por el alto mar? -Es una voz muy enérgica, pero seca. – ¿No escuchaste los disparos de hace unas horas? Se intentó todo.

 

-Sí, pero yo…pero…

 

La llama de la mujer se apaga lentamente. Y se deja caer al piso, donde el agua nos llega por debajo de las rodillas.

 

Dos voces murmuran. Probablemente en una lengua europea. Suena muy tosco, quizá sea polaco u otra lengua eslava.

 

-Podríamos intentarlo… – Se detiene, alguien le susurra al oído, quizá su compañero – Es la única vía que tenemos además de quedarnos aquí sin hacer nada. Y… -Vuelve a detenerse, su compañero le dice una sugerencia – Quizá podríamos salir de esta.

 

-Olvídalo. Tiene razón el otro. Aunque nos alentáramos con palabras, aunque vayamos tomaditos de la mano, no podemos deambular por este crucero subacuático. Mira a tu alrededor, apenas y podemos ver más allá de un metro.

 

La chica rompe en llanto. Volvemos al silencio. Volvemos a descender.

 

Desconozco cuantas horas de vida nos queda antes de que la presión aplaste nuestros cuerpos. Desde aquí, cualquier forma de morir es posible. Pero todos nos procuramos por la más accesible, nadie quiere esperar a ver cómo uno de nuestros pulmones explota.

 

Alguien se acerca.

 

-¿Hay alguien ahí? – Su voz se próxima, pero nadie responde.  – Por favor, necesito saber si hay alguien. Estamos evacuando civiles.

 

Abro los ojos, y veo un aura de luz al final de los corredores.

Le llamo, pero es inútil. Mi voz tiene polvo, esta oxidada, apenas resuena entre los ecos.

La luz y la voz se alejan.

En un gesto de esperanza, el soñar con acariciar el rojo vivo de la llama, veo mi mano. Eso es.

Comienzo a chapotear para llamar la atención del supuesto guía.

Mi ruido despierta a mis compañeros, el cual me pide que pare. Pero no me detengo y continúo, pues sus propios regaños podrían sumarse a mi sonido.

 

-Que dejes de hacer ruido, carajo. -Alguien grita, dejando seco sus labios.

 

La luz vuelve.

 

-Lo sabía.  Tenía la corazonada de que aún hay tripulantes aquí. -Dijo alguien quien viste como un Capitán.

Con una lámpara de gas a mano, nos iluminó a todos. Es la primera ves que veo el rostro de mis compañeros. No son como sus voces.

Hay un total de diez tripulantes, contándome.  Mis ojos aún no se acostumbran a la luz.

 

-Gracias a Dios que siguen aquí.

 

-¿Qué diablos quieres? -dijo el más viejo de todos.

 

-Ayudarlos, sacarlos de este embrollo.

 

-¿Cómo? – dijo una madre, la cual no despegaba los brazos de sus hijos.

 

-Me temo que no puedo decirlo. Hasta que lleguemos a la estación, se mantendrá en secreto.

 

Todos nos manteníamos al borde de la expectativa. La contra luz del farol nos mostraba un traje de capitán manchado de sangre, podíamos ver las orejeras y otros rasgos faciales que detonan estrés y cansancio extremo.

 

-Tómenlo o déjenlo. Pero este es el trato, todo aquel que quiera salvarse acompáñeme. -Se limitó a decir algo más. Era nuestro turno de hablar.

 

-Yo…yo voy -Se levanto la chica de pelo chino. -No tengo motivos para seguir atrapada aquí.

 

-Pamplinas y más pamplinas. -Respondió el más viejo de todos – Eh, tú, “Capitán” dame luz de este lado, creo que vi una manta de ese lado. Sí, justo ahí. Al menos serviste para cobijar alguien. Me sorprende que no se haya mojado con todo el agua de aquí adentro.

 

-Yo quiero ayudar, ¿pero quien cuidará de mis hijos? -Y los abrazó con toda sus fuerzas.

 

-Mi hermano con gusto los cuidará -Se acercó a la madre, y le ayudó a ponerse de pie. -El tiene cierto tacto con los menores. Allá… -Se le hizo un nudo en la garganta, y continuó – Allá arriba, es muy famoso por enseñar a bailar a los jóvenes.  ¿Chy ne tak?

 

Su hermano asintió, y se reunió a los niños, cerca del viejo. Se subieron en un mueble,  y trataron de secarse.

 

-Yo iré. -Respondió un adolescente -Puede que les sea útil.

 

Yo, sin poder decir palabra alguna, me puse de pie y me involucré a sus filas.

 

-¿Alguien más? Bien, nos vamos. Síganme.

 

-No teman, amigos. -Añadió el extranjero – Volveremos en seguida, les prometo que saldremos de esta, todos juntos.

 

El capitán no hizo más que esconder su rostro bajo su boina.

Partimos en línea recta, sin mirar las sombras a nuestras espaldas.

Caminamos, sabiendo que cada segundo descendíamos.

 

El camino no parece difícil. Cada cierta distancia, hay un mini mapa de todo el navío subacuático.

 

-Ey, ¿Eso es un Burdel? -Se asombró la madre.

 

-Parece que sí.

 

-Que cool.

 

-Eh ni tanto -Respondió de inmediato el extranjero – Muy adineradas y lo que quieras, pero son muy inmóviles.

 

-¿Cómo qué inmóviles?

 

-Veras chico, para que una mujer dance como toda una diosa, está tiene que…

 

-¿Pero se pueden callar la puta boca? -Gritó la mujer de pelo chino. -Intentó calmarme y ustedes salen con sus cosas, con sus putas tonterías de niños.

 

El capitán no añadió nada a la conversación. Todos guardamos nuestras opiniones. La más ligera palabra podría hacer de esta caravana una bomba de tiempo.

 

-Gracias…

 

Y seguimos a nuestra marcha. Pude divisar un pequeño objeto metálico dentro del puño de la chica de pelo chino. No sabría decir si era un reloj, una pulsera, o un collar. Pero lo mantenía en su mano con mucho recelo.

 

En nuestra travesía, escuchamos a muchos locos. Cuando eso sucedía, el capitán disminuía la viveza de la llama, para que su luz no se extendiera por los pasillos. También aligerábamos el paso entre las aguas.

Había golpes en las paredes, hombres que imitaban algún ruido de un animal, incluso canciones de cuna.

 

 

-¿Escuchan eso?

 

-Sí, ya todos lo escuchamos.

 

-No, no…lo que dice. Lo que canta, lo que dice y canta. Lo que canta y dice.

 

-¿Qué?

 

Mire al chico. A juzgar por su apariencia, ronda los ventitantos años. Sin señales de problemas con las drogas. A decir verdad, de todo los miembros de la caravana, él es el que tiene mayores esperanzas de salir de esta.

 

-Vengan, estoy seguro que ella nos podría explicar.

 

-Ey, ¿A donde crees que vas?, vuelve aquí de inmediato -Ordeno la madre.

 

-Solo voy con ella, estoy seguro que podrá ayudarnos.

 

-Mierda…Se avecinan más lunáticos. -Advirtió el capitán. Apago la llama por breve segundos y nos tiramos al suelo.

 

-Ya vuelvo chicos, le dire algo bello.

 

-No, vuelve. Es una Sire… -El extranjero le tapó la boca con sus manos, y le acosto en el agua.

 

Estoy seguro que mis demás compañeros hicimos lo mismo que yo. Cuando la ola de lunáticos pasaron por encima de nuestros cuerpos, cerré los ojos y me esforcé en no gritar cuando uno de ellos pisaba mis manos.

Su forma de moverse era violenta, impredecible. Rebotaban por las paredes, y golpeaban todo lo que sus manos alcanzaban. En aquella oscuridad, su tacto se convirtió en algo más confiable que sus ojos. Si algo era frío, inmediatamente lo catalogaban como algún objeto. Sí llegan a golpear algo caliente, o algo que se mueve y hace una especie de sonido, seguramente se trate de algo con vida. Es una ley que nos quedó muy claro desde la primera vez que la caravana escuchó aquellos sonidos.

 

Los locos se fueron. A pesar de su marcha frenética, no fuimos aplastados por la horda. El nivel del agua ralentiza los movimientos de sus pies.

Esperamos varios minutos, tendidos en el agua, para asegurarnos de que hayan pasado todos.

Una voz familiar resonó entre las paredes.

 

-Mamá, he llegado.

 

-Mi dulce, dulce niño – Detuvo su canto. Era una voz extrañamente monstruosa. No porque recordara a las bestias de los cuentos, sí no, porque no había un identidad de género. Fácilmente podría ser la voz de un hombre, por la gravedad de sus cuerdas vocales. Pero la gentileza con la que se dirigió, el tiempo que se dio entre sílabas y el sonido de su canto, podrían ser de una mujer.

 

-Ven a mis manos, recuéstate. Deja que te cante una canción.

 

-Sí, mamá.

 

Nos levantamos del suelo, y seguimos sin el chico. Aunque, de alguna forma, sentíamos que estaba con nosotros. Durante aquel pasillo, aquel canto heló nuestras venas. Hasta que ya no escuchamos nada, salvo nuestros propios pasos.

 

-Bien, hemos llegado. – Indicó el capitán. Miró el nivel de combustible la lámpara de gas, y añadió – Y a buen tiempo.

 

Aumentó la fuerza de la flama de la farola, y la colgó en medio de la sala.

Nos llevamos una sorpresa al ver la cantidad cadáveres a nuestro alrededor. Algunos tenían consigo ropa de civiles, y otros uniformes.

 

-La mecánica es simple. Ahora mismo tengo dos armas.  Esta, con el cargador completo será para mí. La necesitaré para supervisar de que no hagan trampa. Y esta otra, un revolver con un tambor de ocho disparos.

 

-¿Pero qué coños dices?, acaso piensas qué juguemos a tu mierda. -La chica fue la primera en alarmarse.

 

-Sí. Es lo único que nos queda.

 

-No, debe de haber otra forma. -Dijo la madre, quien se paseó por toda la sala de control en busca de respuestas.

 

-Sí, debe de haber otra alternativa – Añadió el turista, pero no encontró más que agujeros en los cráneos.

 

-Retomando mis indicaciones…

 

-¿Y…que pasará con los demás? -Dijo con un ligero suspiro la chica.

 

-Oh, no…no, no…no

 

-Estamos muy lejos. hemos caminado tanto que será imposible dar marcha atrás y…la lámpara no durará por más tiempo.

 

-Oh, no, no, no…mi pequeño Abel…

 

-Me aseguraré – Retomo el capitán – de darles una bala por ronda. Así, para que las cosas estén balanceadas y no exista la posibilidad de un motín.

 

-Mi amado Karl…

 

-¿Por qué haces esto? ¿Por qué simplemente no nos dijiste esto desde el principio? No tenías porque llevarnos hasta esta tumba.

 

El extranjero se acercó cada vez más con violencia al capitán, pero este solo tuvo que sacar el arma y apuntarle para que guardaran distancias.

 

-Considérense afortunados por llegar hasta aquí con vida.

 

El capitán cargó el revólver con una bala. Giro el tambor, y recarga.

 

-Tú has estado muy calladito, por lo que deberías ser el primero en internarlo.

 

Me dio el arma. El metal es más frió que el agua en mis pies. Apuntó a mi cabeza, mantengo los ojos cerrados y click.

 

-Ven, es simple cooperar, ahora el siguiente.

 

Le di el arma quien estaba a mi derecha, la madre.

 

-Yo no puedo hacerlo. -Le temblaban las manos y su visión se nublaba por los sentimientos encontrados. Ayudenme.

 

-Yo lo haré…

 

El extranjero le quitó el revólver de la mano, apuntó a su cabeza y disparó.

El sonido de la bala nos dejo en shock. La sangre me salpicó por debajo de mi nariz.

 

No había más tiempo para dramas. Entendimos perfectamente la voluntad de los capitanes. En verdad lo intentaron todo, por lo que pensaron que la opción más humana es darnos una muere rápida y segura. Como si fuéramos un animal enfermo al cual deben sacrificar para no sufrir más.

 

Le entregamos arma al capitán, y la volvió a recargar. Me entrego el arma, me apunte de lado a la cabeza, suspiro…y click. Hora de pasar el arma.

 

El extranjero, con sus manos ensangrentadas, continuó. Cerró los ojos, se apuntó directo a la frente. Click, el que sigue.

La mujer de pelo chino tocó el arma por primera vez. No tenía mucho que decir. Tomó el arma y la introdujo en su boca. Click. Cerró los ojos con más fuerzas, apretó los puños. Click. Mordió el cañón de la pistola y…

El capitán le dio un golpe fuerte en el rostro. Callo al suelo, junto con el arma.

 

-Ah, espero que no se haya estropeado la pistola.

 

-Yo…yo lo siento mucho.

 

Guardamos silencio. El capitán seco el arma, e hizo girar el tambor para reiniciar la secuencia.

 

Me apunto, suspiro… Click. Toca pasar el arma.

El extranjero se apunta en la frente, y jala el gatillo. La bala penetra su frente, entre los ojos.

Su cuerpo permaneció de pie un breve tiempo. Me movilice rápido, y logre atrapar el arma.

 

La nueva sangre decoró el color del agua a nuestros pies.

Nuevamente, se recargó y me pasó la pistola.

Me apunto, suspiro…Click.

La chica, de forma desganada, se apunta a la calabaza. Click.

Pasamos el arma al capitán y reinicia la ronda.

Me apunto, suspiro…click. Paso el arma.

Se apunta…click. Pasa el arma.  

Reinicio.

Me apunto, suspiro…click. Paso el arma.

Se apunta…click. Pasa el arma.

Reinicio.

Me apunto, reinicio…click. Paso el arma.

Se apunta…Bang!

 

-Ah – Renegó el capitán – En verdad no quería que llegáramos a esto. Deja el arma sobre el escritorio. Saca una bala y recarga el revólver. – Sólo tú y yo. Suerte.

 

Me apunto, suspiro…click. Paso arma.

Se apunta…click. Pasa el arma.

Reinicio.

Me apunto, suspiro…click. Paso arma.

Se apunta…click. Pasa el arma.

Reinicio.

Me apunto, suspiro…click. Paso arma.

Se apunta, suspira…click. Pasa el arma.

Reinicio.

Me apunto, suspiro…click. Paso arma.

Se apunta, suspira…click. Pasa el arma.

Reinicio.

Me apunto, suspiro…click. Paso arma.

Se apunta, suspira…click. Pasa el arma.

Reinicio.

Me apunto, suspiro…click. Paso el arma.

Se apunta, suspira…Bang.

 

Su cuerpo cae, y nuevamente, atrapó el arma.

Debe de haber otra bala. Busco en los bolsillos del capitán. Y no hay rastro de municiones. Esto está mal. Lo desvisto. Debe de tener una bala metida en el calcetín, o en la boina.

Nada.

Ya sé, el arma. El capitán había mencionado que su arma estaba cargada de balas.

Tomo la pistola del escritorio, me apunto, suspiro…click. Click. Click. Click.

Reviso el cargador de la pistola. El arma está vacía, le fue útil para amenazarnos.

De vuelta al revólver, seguro tiene una bala dentro en el cañón.

Tomo el revólver, lo apunto a mi cráneo y suspiro.

 

 

 

Epílogo.

 

Sigo descendiendo.

Ya hace horas del último fuego de la llama de la farola. Todo está oscuro a mi alrededor, y estoy solo. No hay ningún sonido que me acompañe.

Me estoy quedando sin oxígeno, y tengo mucho calor.

Suspiro una última vez, y espero…

 

 

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Uriel Velázquez Bañuelos
Guadalajara, Jalisco, México
De niño, casi muere ahogado. No es una experiencia bonita, suele decir. A sus 21 años,
le resulta intranquilo el sonido del mar en las noches, pero se siente fascinado por los
misterios que esconden las profundidades del océano.

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