Si es verdad que Un extraño enemigo cuenta con un guión que está por encima de la deplorable media, no es menos cierto que la historia que quiere contar tiene nefastas consecuencias políticas. ¿Por qué Televisa y Azcárraga iban a producir una serie sobre el 68, 50 años después, cuando ya contamos con los documentos desclasificados? Sencillo, para controlar el discurso a su conveniencia, contando la historia desde otra perspectiva, inventando y omitiendo personajes y, sencillamente, mintiendo. Y sí, uso ese verbo porque, a pesar de la advertencia al mero inicio de cada capítulo, la serie es claramente alusiva a un hecho lacerante de la memoria reciente del país, por lo que no está sujeta meramente a las leyes narrativas de la verosimilitud, sino además a una lógica de veracidad y verificabilidad históricas.
Según Televisa, Díaz Ordaz sólo quería unas olimpiadas tranquilas, porque las veía como un símbolo de la gran nación que era México. Según Televisa, el movimiento estudiantil fue tramado por un director de una agencia de inteligencia y los líderes estudiantiles eran en su mayoría infiltrados del gobierno. Según Televisa, los estudiantes fueron borregos y la marcha del 13 de agosto del 68 fue convocada por el gobierno y no producto de la situación de represión que se vivía en el país. Según Televisa, ni Díaz Ordaz ni Echeverría eran agentes de la CIA y, al contrario, el ejército, leal sobre todas las cosas a la soberanía nacional y al presidente, se abstuvo de apoyar un golpe militar promovido por la CIA. Según Televisa, en suma, el gobierno priísta es bueno, excepto cuando hay riñas por la sucesión sexenal, y según Televisa todos somos títeres ingenuos del gobierno, borregos que necesitan de "líderes" que los acarreen.
Con esta serie Televisa muestra su incapacidad para cambiar, para adaptarse. Incluso cuando realiza la que probablemente sea su mejor serie en cuanto a la manufactura (las actuaciones y caracterizaciones son buenas y, si hay algo criticable en este rubro es el horrible filtro que tiene la imagen y que oscurece todo al punto de la opacidad), lo hace en la línea de un discurso que, ya hace cincuenta años, nadie se creyó. El tratamiento del conflicto es sordo al tono, y se lleva a cabo mediante las convenciones del género de la intriga política, por lo que no deja de ser una falta de respeto a los protagonistas y víctimas históricos de un conflicto muy real, tan complejo y doloroso, que interpretarlo como provocado por un solo personaje, en sus aspiraciones políticas, no deja de ser reductivo y falaz, sino grosero.