Desperté temprano, quería dormir unos minutos más pero la cita para la entrevista no debía esperar. Apagué el despertador y me levanté de la cama. Desayuné poquito y sin ganas a pesar de que mi estómago no se sentía muy bien. Partí hacia el destino de la cita, espere escasos diez minutos y me atendieron. Fue bueno, pensé.
El momento del día en el que el antojo de comer algo, llegó y se apoderó de mí. No había una tiendita cerca y caminé, después de tres cuadras el clásico OXXO de la esquina, apareció. Justo enfrente había puestos de fruta y comida, caminé hacia ellos. En frente de estos había más puestos de comida y un nuevo local “nieve sabrosa” se leía con letras de colores llamativos, entré y lo primero que vi fueron unos cuantos vasos y cada uno con un letrero diferente de precio. Mi antojo de probar la dichosa nieve de garrafa de Ixtlán, fue en aumento. Pedí un cono con dos bolitas, una de nuez y una de fresa, la pagué y con ello me regresaron una tarjeta con los datos del lugar.
Apenas salí y mire a un costado, el camión en el que debía irme, se aproximaba, mi cartera estaba en mi mano izquierda y el cono de helado en la derecha, apresuradamente saqué el dinero de mi cartera, mi mano izquierda la acerqué hacia la derecha y así la detuve, la incliné un poco y saqué unas cuantas monedas. De un momento a otro las dos bolitas de helado cayeron al pavimento justo a unos centímetros de mis zapatos, inmediatamente veo mi cono, veo el helado derritiéndose en segundos para después voltear a mi alrededor y preguntarme: “¿quién me vio?” “¿quién vio mi desgracia?” al parecer nadie se había percatado y ahora mi pensamiento era “no puede ser, mi nieve, mi antojo, mi dinero”. Y con ese, otro “y si voy con el señor que me atendió y le cuento mi desgracia y a lo mejor se apiada de mí y me regala otro cono igualito al que se me cayó”. Ese pensamiento se quedó unos segundos y después se fue, se fue con unas poquitas ganas de nieve. Sin más ni más, caminé hacia la esquina a esperar el siguiente camión.