Vestidos Rosas por Selhye Martínez

De niña me dijeron que debía usar vestidos, sentarme con las piernas cruzadas y que jamás, a menos que se me pidiera, debía dar mi opinión sobre si quería o no hacerlo. Me repetían que la vida no sería complicada si aprendía a callarme y obedecer, olvidé todo eso con los años, me compliqué. Dejé de usar vestidos, la clase de vestidos que te cubren de miedos pero evitan que te vean con malos ojos en misa; me negué a cerrar las piernas solo por no incomodar y, según las palabras de mi abuela materna, “enloquecí”.

Con cada vestido que me quitaba, llegaba la esperanza de no volver a querer usar uno, pero aun guardo un par en el closet. En mi familia son necesarios si quieres llevar las cenas navideñas en paz o si esperas que te llamen una vez al año para comprobar que no has muerto. Mi mamá confecciona los propios a medida, les deja la bastilla larga para que nadie mire las aventuras que le mueven el corazón, usa telas suaves, que no le pese llevarlos de vez cuando, colores discretos y el cuello alto, pero le gustan ceñidos en la cintura, no perder la línea entre tanta tela.

A veces nos ponemos faldas, forma más simple de pasar desapercibidas, menos sofocante, pero jamás usamos sostén. Nos complicamos.

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