Huidizo canto visual Por Joan Carel

¿Has considerado que tus padres podrían ser propiedad de alguien? Conocerías sus nombres, quizá su domicilio de servicio, con un poco de suerte sus rostros. Serían tus padres y tú su hijo como un mito de origen y destino, pues ¿es posible que exista una familia donde todos están dispersos y sin voluntad? ¿Qué define a la filialidad: la sangre, el aspecto, la convivencia, la memoria…? Para Araminta Ross, la unidad nace de la condición, específicamente de la opresión.

Hilos de nylon forman una cortinilla traslúcida al frente del escenario; detrás hay tres músicos y un director concertador. Fluye el sonido de percusiones y cuerdas mientras luciérnagas titilantes se dispersan por el cuadro. Al fondo una voz se pregunta por Moisés y sus pasajeros subterráneos entre las aguas, un Moisés femenino de 1800 que regresa no a Egipto, sino a Maryland para salvar a sus hermanos de un despiadado faraón sin color. Esta es la historia de Minty, Harriet o tía Moisés.

Acto uno: “pequeño señor, por favor, vuelve a dormir, no hagas que mi espalda llore de dolor”, ruega la esclava a la sombra de un infante tres veces más grande que ella. 60 latigazos desde la pantalla fibrosa se desploman sobre su ser y luego una pesa de 1 kg fractura su cabeza por ayudar a un joven negro a huir. “¿De dónde vienen esas estrellas?” se pregunta delirante la muchacha; “susurran que hay otro camino: caminar y existir”.

Acto dos: las animaciones más que la voz guían la biografía de una mujer que liberó a aproximadamente 300 esclavos del sur estadounidense. Transitan siluetas de todas las edades doblando y triplicando su tamaño a medida que avanzan; atraviesan bosques y huyen entre la vegetación que envuelve los ríos rumbo a su libertad. “Cantar es una forma de esconderse”, dice la libertadora y así establece su código de comunicación. “Espíritus alegres, no debéis temer más a la muerte; ni dolor ni pena, no hay nada que pueda afligiros”, esa es la señal.

Acto tres: una joven rubia pregunta a la gran redentora sobre el origen de su madre, una niña a la que en un viaje secuestró. Harriet desde su mecedora responde: “con ella preparé el camino para ti”. Unos hermosos ojos negros llenan la pantalla: “sus ojos profundos como los míos llenos del coraje que yo había perdido; con ellos preparé el camino para ti”.

Epílogo: mapa tras mapa fluyen las décadas del siglo veinte y veintiuno con pesadas primeras planas en negro y rojo, sangre y piel. “Ser Moisés no es suficiente. La serpiente te muerde hasta que la matas. Eso es lo que el amo Lincoln debe saber”.

Con esta ópera, la compositora mexicana Hilda Paredes (aunque hace 20 años no radica en el país), rinde homenaje a la primera activista afroamericana y pone énfasis en una problemática racial todavía vigente, a pesar de los logros que hasta la fecha se han conseguido. La calidad músico-instrumental no está en duda, tampoco la creativa elección de los tonos y escalas vocales, ni el novedoso empleo de recursos multimedia; pero un par de reclamos sí hay entre los aficionados del arte musical: ¿por qué subordinar una impecable ejecución artística ante el sensacionalismo de los efectos visuales?, ¿por qué disipar el efecto poético de los versos, ese huidizo canto seseante de angustia y alarma, con el choque del panfleto final?

Hilda Paredes 
Harriet
17 de octubre de 2018
Teatro Principal

Fotografía: Leopoldo Smith Murillo (Cortesía FIC)

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