¿Cuál es la importancia de la vejez? Al hablar sobre la vida, la senectud suele ser un fantasma omitido o incluso un monstruo de deterioro, a la cual, considerando todas sus implicaciones, pocas personas desean verdaderamente llegar y en ella perdurar.
A mediados del siglo veinte, Erick Erickson propuso una teoría del desarrollo humano donde describe la vejez como un periodo donde se contempla y evalúa el paso por el mundo: ¿plenitud o desesperación, esperanza o desesperanza? Por eso los abuelos cuentan historias: algunos tienen una inédita para cada ocasión, otros poseen infinitas versiones de un pequeño repertorio, muchos vuelven incansablemente a la misma con sólo unos minutos entre cada narración, ya dichosa, ya amarga… La palabra “rememorar” basta como rasgo distintivo del momento previo a la caída del telón, y en ese segundero está permitido todo: aumentar, borrar, cambiar, actualizar… revivir y mitificar.
Manecillas de un reloj sincronizadas son un hombre y una mujer. Como piezas de un engrane perfectamente ajustadas, alternan lugares, crean espacios y se estremecen cuando al tiempo lo marca un latir. Brigitte duerme en una esquina del escenario, su cabeza descansa sobre su pecho y lo mismo hace su cuerpo en una silla de ruedas llena de compartimientos donde está todo lo que le es vital. Dos brazos se introducen en sus mangas huecas, entonces tiene manos, bosteza, abre sus ojos, disfruta descubrir a los invitados entre las butacas, saluda y luego también a sus piernas, pues quizá así puedan despertar.
Brigitte busca en sus bolsillos, encuentra unos cuantos dulces y los ofrece a los niños; ríe. Después recoge un cartel empolvado donde ella y Eugene anuncian La dernière danse... Quita el polvo a su fonógrafo, emerge el sonido y con él cobran vida del recuerdo ella joven y su compañero bailarín. Gira el disco y también ellos al ritmo de charleston, suspendiendo su movimiento cada vez que la aguja tropieza con un rayón en el vinil. Desde su silla contempla y sonríe, se emociona con cada salto y, cuando concluye la pieza, recibe en su frente llena de arrugas un beso y una flor.
Avanzan sus ruedas hacia un tocador. Ahí hay una caja de música de la que nace una canción francesa y los dos jóvenes sonrientes de la fotografía se incorporan ante la petición “Souriez, s’il vous plaît!”. El corazón de la ancianita se detiene, pero, así como el motor de su vehículo reacciona con una pequeña palmada, una caricia masculina desboca su latir.
Brigitte se contempla en el espejo mientras juega con un viejo labial. Del otro lado del cristal, con muchas décadas menos y muy sonriente, está ella misma. Su mano juvenil atraviesa el marco y se roba el lápiz carmín. Entonces, una película muda comienza a correr: la muchacha busca un taxi, no hay pero lo dibuja; llega a su destino, no tiene dinero pero no se preocupa, lo dibuja; gira la cabeza buscando en todos lados sin encontrar; espera, nadie llega pero ella lo puede dibujar. Brigitte baila con su cita trazada; él parte pero poco importa: con unas líneas en el aire, su mano de nuevo está ahí. Desde su silla, Brigitte suspira y vuelve a dormir.
Entre ronquidos, una niña del tamaño de un puño persigue una esfera de luz. “Papá, ¿tú crees que es posible volar?”. Su cuerpo de pronto tiene piernas, corre, brinca… “Si te gusta bailar, no dejes de hacerlo; quizá así un día le salgan plumas a nuestro corazón”.
Despierta Brigitte y en una maleta antigua halla una cámara digital con la que guarda un recuerdo del público en la función. Tiene muchos años, no obstante, es traviesa y risueña como desde la infancia. Mientras ordena sus fotos, Eugene reaparece con un paraguas esquivando el viento para bailar juntos por última vez. La sombrilla vuela y se lo lleva. La viejecita consigo misma se queda y lo ve partir.
Late su corazón muy pausado; ella lo coloca dentro de la caja de música y llena el hueco de su pecho con una enorme llave. Intenta cerrar la caja, mas su joven yo la detiene asustada; Brigitte sonríe dulcemente y con su cabeza dice que sí. Como una abuela a una nieta, ambas se besan y luego bajan la tapa: silencio… “¡Mira, estoy volando, papá!” y enseguida la joven bailarina se encuentra con su amado. “Un, deux, trois…”, ¡flash! y ese es el primer recuerdo de la danza eterna que está por comenzar.
Gracias a la compañía Zero en conducta (Aguascalientes-Barcelona), por dotar con una personalidad tan extraordinaria a esta bella títere de cabellos de plata, por recrear los recuerdos de una siempre buena vida, por demostrar que, sin importar los desperfectos, la vejez también es divertida y tan creativa que es suficiente la corneta y el plato de un fonógrafo para improvisar un baile hip-hop o rap.
Zero en conducta
Le dernière danse de Brigitte
19 y 20 de octubre de 2018
Auditorio de Minas
Fotografía: Bernardo Cid (Cortesía FIC)