Un hermano para compartir la niñez Por Joan Carel

Los hermanos Grimm escribían cuentos de hadas para alertar sobre problemas reales. En la mayoría de esos relatos fantásticos, el bosque es un espacio recurrente, lugar oculto donde la magia y también la tragedia se esconden. Esta es la historia de dos personajes niños creados en el año 1812, pero cuyos tipos se han repetido en más de una latitud a lo largo de la historia proliferando hasta hoy.

Dos hermanitos muy unidos en su soledad, mitigan su hambre con trabajo, travesuras y cantos. El pequeño, Hansel, lamenta conocer solamente el sabor del duro pan. Gretel, un poco más sabia, le recuerda el refrán con el que su padre los suele alentar: “cuando la miseria es mucha, Dios su mano extenderá”. El niño admite que son bonitas las palabras, pero eso no basta para alimentar.

Hansel y Gretel se olvidan por un momento de las calcetas y escobas que fabrican, y en lugar de ello se ponen a jugar. Su madre, una mujer aparentemente áspera, los reprende y envía al bosque para buscar frutos por haber roto el tarro de leche, el único alimento para su merienda. Ella, acongojada madre que –como otra en un cuento de León Tolstoi años después–, llora a solas por no ser capaz de ofrecer a sus niños mayor bienestar. “Para los pobres siempre es igual”, canta el padre que regresa ebrio –como tantos hombres de infinitas aspiraciones y esfuerzos frustrados–, “hoyo en el bolsillo y en la panza también”.

A través del escenario giratorio, que muestra todos los ángulos de una pequeñísima, humilde y hermosa casa, los niños se adentran en el bosque. Sus padres los observan alejarse a través de las ventanas y se llenan de angustia al recordar que ahí no hay estrellas ni luna, sino una temible bruja que los seducirá con dulces para luego poderlos devorar.

Dos conejos, un zorro, una ardilla y un pájaro acompañan a los niños en su travesía entre los árboles, los observan recoger frutas y en ese mismo momento atragantarse con ellas hasta el anochecer. Cuando se dan cuenta de que están perdidos –en estos días, raptados o echados al olvido–, la hermana mayor guía la única posible solución: rezar con fervor. Como buenos hermanitos, asustados y rendidos, se toman de las manos, al mismo tiempo que el duende del sueño les concede dormir al pie de un árbol y los ángeles del bosque velan por su bienestar.

Después de sueños felices  –quizá por vez primera–, el hada del rocío los despierta y entonces transcurre la popular anécdota con la bruja que atrae a los niños glotones –hambrientos, en este caso– para convertirlos en galletas de jengibre si es que no los cocina en un horno abrasador.

La astucia de Hansel y Gretel para engañar a la malvada bruja es, generalmente, la virtud con la que se caracteriza la historia. Sin embargo, en esta versión de marionetas, el amor fraternal es una cualidad mucho mayor. Desde una jaula, Hansel, tan pequeño, vigila hasta la más mínima acción para advertir a su hermana, mientras que Gretel se ofrece abnegadamente al servicio de la bruja con el fin de dar a su hermano protección. ¡Qué afortunado quien tiene, como ellos, un hermano para compartir la niñez!

Un gran abrazo de agradecimiento merecen por esta mágica función los marionetistas, quienes saludan sonrientísimos desde la plataforma encima del teatrino. Tal vez los niños inquietos de esta época no lo sintieron de tal manera, ni tampoco los adultos preocupados por tomar fotografías de contrabando y silenciar a los chiquitos que deseaban ir al baño o entender las palabras de los cantos extraños; pero para una que otra alma vieja, este día fue un viaje a la Austria de hace 105 años, o al menos a la infancia de abuelos que ahorraban uno a uno sus centavos para poder sentarse en el piso y ver ansiosos cómo se abría el telón.

El final es conocido por todos (la bruja termina atrapada en el horno y la familia nunca más vuelve a padecer), pero esta vez hay un recordatorio –quizá esperanza para tantos niños y jóvenes que actualmente carecen de justicia y amor–: “en el colmo del penar, cambia Dios el pesar por bien”.

Teatro de Marionetas de Salzburgo
Hansel y Gretel de E. Humperdinck
26 y 27 de octubre de 2018
Teatro Juárez

Fotografía: Bernardo Cid (Cortesía FIC)

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