Todos mentimos siempre. En todos lados.
Todo está hecho de engaños que, sólo para no quedar mal, pretenden convertirse en
verdad.
¿Cuál verdad? No conozco algo que haya sido creado con puras realidades, ¿Para qué
sirve engañar entonces, si cada uno sabemos que no funcionará?
Para evitar matarnos, pues se trata de una máscara de mentirillas piadosas; como
cuando llueven gotas pequeñas en medio de un arcoíris precioso, pero todas esas
diminutas gotas de agua simple juntas, que se vuelven constantes, provocan
irreversiblemente, que termines empapado de ellas.
Mientras me mientes con tiernos besos en el cuello, me endulzas el oído con
estupideces, y tus ojos proyectando pasión desbordada, yo me miento y te miento
diciendo que me gusta y que me enloqueces, porque sin ti no hay un mañana y si lo
hubiera no lo querría con nadie si no es contigo, fingiendo amar cada minuto a tu lado.
Así comencé yo, ocultando no precisamente lo que no quería del otro sino, lo que no
aceptaba de mi, porque no hay peor falacia que la de uno mismo, porque aún cuando
todos finjan creer lo evidente, nuestra conciencia arremete duro contra la ética,
fregándonos por las noches, tratando erróneamente de justificarlas con “Todos
mentimos siempre. En todos lados”…
Palabras cruzadas que no tienen pies ni cabeza, que parecen laberintos, unos que
otros sin salida, como nosotros jurándonos eternos.
Mientras me mientes no extrañándome; yo te miento mostrando desinterés.
Porque me extrañas y a mi me importas, pero tratamos de no matarnos…
Foto de Gabo Díaz