AGUA Por Tanya Aguirre

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(Parte primera)

 

I

Sólo por hoy quiere dejar a un lado el trabajo; ha decidido que todo sea diferente a la monotonía en la cuál se encuentra hundido, y que anega los espacios de su vida.

Se encuentra en su departamento… manso, pensativo. Mientras mira por toda la extensión de la ventana le entran unas ganas enormes de andar por la calle. En un impulso se levanta rápidamente, conecta Spotify a la bocina de encima de la cama, se desnuda, camina a la regadera y azota tras de sí la puerta del cuarto de baño. Comienza a cubrirse de suave espuma blanca, densa, y el aroma a almendra satura el ambiente que le envuelve; es tan placentera la forma en que las gotitas cálidas resbalan por la piel… la tibieza del vapor logra estremecer cada uno de sus músculos. Todas las sensaciones que empiezan a erizar el cuerpo se adornan con la música que tiene de fondo: “and if you want a doctor i’ll examine every inch of you…”.

Sale tranquilamente del baño, se seca todo el cuerpo y comienza a vestirse. Se coloca unos cómodos pantalones color caqui, desliza sobre sí una ajustada playera blanca con cuello en v, la cual da muestra de su delgada figura, sutilmente marcada. Se sienta sobre la cama y comienza a ponerse los zapatos, unos viejos, pero bien conservados mocasines cafés. El frío que puede notar a través de la ventana, y que ha azotado últimamente la ciudad, lo obliga a protegerse con un suéter tejido, del mismo color que su pantalón. Apaga el aparato de sonido; toma sus llaves, las guarda en el bolsillo y sale con rumbo desconocido, pero con la firme convicción de volver intensa la normalidad del día.

 

II

Los rayos del sol le caminan por la cara, obligándola a abrir los ojos y enfrentar el día incipiente. Se levanta un tanto renuente y camina al baño, totalmente libre de pensamientos y tela; prepara el agua de la tina, colocando en ella pétalos morados y todos los deseos impuros que se muere por llevar a la práctica. Se mete despacito, y frota todo su cuerpo con una mezcla de flores, jabón y fantasías.

Después de un rato seca cada parte de su ansioso ser y resguarda el pudor con una diminuta bata que sólo se atreve a cubrir lo esencial. Se prepara un desayuno ligero y lo disfruta. Da pequeños sorbos al café mientras el cuerpo se mueve con la voz de Sharon Jones: “from the redwood forest to the gulf stream waters, I tell you, this land was made for you and me…”.

Ya en la habitación comienza a cambiarse; se coloca sobre sí un delicado conjunto blanco de encaje, el sostén le ajusta perfecto y realza su figura; saca del armario un lindo vestido blanco que la cubre hasta las rodillas. Decide ocultar sus brazos con un suave cárdigan de color verde. Unas tiernas valerianas, a juego con el vestido, resguardan sus pasos. Hoy no se recoge el cabello, lo dejará suelto para que el viento juegue a despeinarlo. No necesita maquillaje, luce preciosa.

 

III

Ha recorrido ya buen camino desde que salió de casa. Todavía no se ha cruzado por su mirada aquello que pueda ayudarle a dejar todas sus ocupaciones a un lado, la cabeza se le llena de pendientes y tareas a realizar: la producción en el viñedo, las especificaciones del enólogo, la fecha tentativa de lanzamiento, el diseño de la botella, la propaganda, la campaña nacional, etc…

Camina arrastrando los pies y se reclama a sí mismo el pensar sólo en trabajo, actividad que ha ocupado su tiempo por completo, que ha saturado la agenda y que a veces no le deja ni respirar calmo. Conflictuado, levanta la vista y a su alrededor puede ver todo tipo de tonos cubriendo los árboles: marrón, rojizo, café, amarillo… ¡grandiosa pintura la que regala el otoño! Frente a sí, un camino bordado de hojas le invita a atravesar la imponente reja plateada que se yergue ante él. Es la entrada al parque, un lugar que sólo ha visto por fuera y al que jamás se había dado la oportunidad de notar. “Es el primer paso”, sentencia mentalmente. Entra en el majestuoso complejo de árboles y sus pisadas comienzan a perderse dentro de la gama de hojas de colores.

 

 

 

IV

Es su séptimo día en la ciudad (el día de descanso) y, ¡por fin!, tiene la oportunidad de conocer un poco. Acaba de llegar de la tierra que tanto ama, y que le dolió muchísimo dejar, pero era necesario: le ofrecieron un trabajo que jamás rechazaría. Es líder principal de una de las más importantes empresas productoras de café del continente; su sueño ha empezado a volverse real.

A pesar de ser un habitante foráneo camina con una seguridad tremenda, como si conociese aquellas calles como la palma de su mano; sabe exactamente a donde va. Lo vio desde el primer día que llegó, “¿quién podría ignorarlo?, es un lugar mágico, un parque precioso”, se dice para sí mientras observa todo a su alrededor.

Después de un par de minutos por fin llega a destino, y con una sonrisa en la cara se vuelve parte de aquél típico paisaje otoñal. Es más bello de lo que se podía apreciar por fuera. Camina despacio, quiere verlo todo, guardar cada detalle. Quiere crearse una imagen perfecta de cómo es aquel lugar, inmortalizarlo para siempre y llevarlo en la memoria.

 

 

V

“De cuánta belleza me he perdido, he tenido todo esto a unos pasos y jamás me he tomado la libertad de contemplarlo realmente”, se dice mientras busca un lugar en dónde poder sentarse y descansar un poco.

Sus labios han sido víctima del intenso aire, los ha dejado helados y con un ligero color morado. El cabello luce alborotado y le da un esbozo de travesura a su rostro, pero no logra opacar ese dejo de tristeza que se asoma.

Han pasado los minutos, y siente la necesidad de tomar algo caliente. Se pone de pie y va en búsqueda de algún lugar donde pueda consumir algo que le logre quitar el frío. Transita despacio, con la vista en el suelo. Observa detalladamente lo que el camino ofrece; disfruta de las formas de las hojas, de los colores, de las texturas y los patrones diversos en cada una. De repente, un impulso lo obliga a levantar la cabeza y lo que ve lo deja ensimismado. Se da cuenta de que no es una imagen vaga o un producto derivado de hipotermia, o una creación perfecta de su imaginación inquieta. Un calor repentino le envuelve todo el cuerpo, miles de espasmos se distribuyen por su espalda y todo su interior. Y con esperarlo, una pequeña sonrisa le ocupa la boca.

La ve a ella.

 

 

VI

Después de unos minutos de haberse perdido en aquella imagen natural, toma la decisión de sentarse bajó un árbol, y seguir devorando el libro que le había regalado su mejor amigo el último día que pasaron juntos: “Crónicas de la intervención”. Cada ocasión en la que se detiene a ver la portada, recuerda la tarde en la que pudieron despedirse y cuando él le juró no dejar pasar mucho tiempo para volver a estar cerca.

El lugar idóneo se materializó frente a ella: un viejo y frondoso roble descansaba imponente, en medio de un pequeño claro cubierto de hojarasca que le invitaban a retozar sobre él. De su bolsa sacó una frazada beige y la acomodó delicadamente en el suelo junto al tronco del árbol. Se dejó caer, eligió una posición cómoda, tomó el libro y empezó a perderse en las palabras de García Ponce, a saborear cada frase, a visualizar cada argumento e idea, y se desconectó del mundo. Sólo Juan, el día y ella.

Transcurridas una veintena de páginas, no pudo concentrarse más, la sensación de que alguien la observaba no le permitió continuar con la lectura. Cerró el libro y empezó a buscar de un lado a otro a aquella persona que la miraba tan profunda y constantemente. La sensación era extraña, pero no desagradable; semejante a ser palpado con la mirada, despacito, de modo dulce, con la delicadeza de unas manos firmes, suaves y constantes. No podía ver a nadie, pero lo sentía. Sus mejillas se enrojecieron, podía sentir la sangre subiendo a la cabeza y la temperatura corporal iba en aumento. “¡Qué sensación tan excitante, tengo que encontrar a quien la provoca tan solo con mirarme, tengo que encontrarle!”, se repetía una y otra vez al tiempo que se ponía de pie. En un parpadeo se acabó todo, lo único que pudo ver fue a un hombre que, a lo lejos, aceleraba su andar. Se preguntó si existía la posibilidad de que él fuese el autor de tan alucinantes miradas. No indagó más en el tema, se mordió los labios, volvió a sentarse y continuó leyendo.

 

 

VII

“Vaya que es hermosa… estoy seguro de que no es de aquí, no sé porque, pero lo siento. ¿Vendrá al parque de manera frecuente?, tal vez por eso no la había visto antes… ¿Y si no vuelvo a verla? No, no pensaré más en ella; tal vez acaba de casarse y está de luna de miel, después de todo: la ciudad es ideal para el romance… Pero estaba sola; si ella fuese mi esposa no me apartaría de ella, jamás podría dejarla… es que… ¡wow, es bellísima! ¿Habrá sentido como la miraba? ¿Y si me vio?” Trataba de encontrar explicaciones y dar respuestas convenientes a todas sus interrogantes mientras aceleraba sus pasos cada vez más, al tiempo que buscaba deshacerse de la imagen de aquella mujer.

Caminó más adelante, sintió la incipiente necesidad de regresar a preguntarle su nombre, de conocer su aroma, de descubrir el color de sus ojos y la profundidad que podría alcanzar con mirarlo de cerca. Quería sentir cómo lo ponía nervioso. Que ella le diera una señal mínima de que entre los dos podría construirse algo; con una amistad él se conformaría. No podía ignorar aquello que estaba sintiendo; él, el hombre instintivo, tan seguro de sí mismo y de sus acciones ¿dudando? No, eso no era razonable.

Al final desistió… “además, hay muchas mujeres, y es posible que ella no vuelva a toparse conmigo; fue sólo el encanto del momento, el ambiente, el clima, el lugar… y en mi afán de querer tener un día diferente le di la chica demasiada importancia”; se repetía constantemente como tratando de convencerse. Él creía que esa era la mejor forma de arreglar las cosas: ignorar sus impulsos y poner a un lado los sentimientos, después de todo su refugio siempre había sido el trabajo.

Ahora camina lento, la salida está cerca, y su convicción la dejó olvidada en el parque. El día que había planeado como diferente se tornó conflictivo, entre dudas, cuestionamientos y la imagen de una mujer que se le impregnó en la mente. Sólo le queda suspirar y caminar a su departamento, a encontrarse con la vida que conoce, esa vida en la que se siente seguro y en la que puede tener el control.

 

VIII

La tarde ha caído, las luces del parque comienzan a encenderse, y tranquilidad es lo que se dibuja en la atmósfera. En la bolsa acomoda todo; la frazada, el libro, varios suspiros y un par de sensaciones, de esas que experimentó ante la mirada de un extraño. Lentamente se pone de pie, toma su bolsa y comienza a caminar; después de unos minutos llega a la reja de entrada y emprende el viaje de regreso a casa, prometiéndose volver lo antes posible al lugar que le trastocó el día.

Durante su recorrido se dedica a contemplar las estrellas, disfruta los detalles arquitectónicos de los edificios, juega con su sombra y se reclama la forma en que reaccionó ante los efectos de una mirada desconocida.

Disfruta transitar por la calle en medio del frío; le gusta la forma en que la gélida brisa se hace sentir en los poros. La sensación helada del ambiente la baña por completo, la envuelve en violentos vaivenes, y al mismo tiempo los miles de escalofríos que la recorren le otorgan un sentimiento de libertad absoluta. El camino se ha terminado.

Abre la puerta de su hogar, de su realidad; está lista para sumergirse de nuevo en el mundo que está empezando; en esa vida que comenzó a construir apenas siete días atrás. Ya en su alcoba se despoja del vestido, y en su lugar se envuelve en un pijama de seda, su favorita; esa que por ahora sustituye el toque y las manos de aquél hombre al que aún no ha encontrado.

Baja a la cocina rápidamente, pone a hervir un poco de agua y, mientras espera, se recuesta en el sofá a hojear una revista. Unos cuantos minutos después la tetera avisa que el líquido está en su punto de ebullición; ella, presurosa, corre a apagar la estufa, toma una taza de la alacena y coloca dentro el pequeño sobre de infusión de lavanda, le agrega unos cuantos cristales de miel, y entre pequeños sorbos y pasos delicados, apaga la luz y regresa a su habitación…

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