Apelación por Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza

A estas alturas, cualquier pregunta sin precedentes podría determinar la felicidad de los muertos. Aunque, ante esta extraña determinación, sueno más bien como quien debería dedicarse a escribir bocetos de una historia para nada particular. A estas alturas, sería más bien determinado por la felicidad de cualquier agente del caos. ¿Qué pesar hay en nuestra alma si nuestra felicidad la determinan los designios de los ausentes? Ahora, lejos del sueño y el término de mi oportunidad, reconozco el mayor de mis pecados, ser infiel e incapaz de perdonar mis acciones y obligar a los otros de ser perdonados. Fácil manera de zafarse de las acciones cuyas consecuencias ya son de por sí notables. ¿Sabes? Cada día sueño no con volver en lo que era, sino saber que estas acciones, lejos de notarse en mi semblante y generar, al menos en mis seres queridos, cierta preocupación, coinciden con el autodesprecio. ¿Sabes? El mayor problema no es pensar sólo en ti, sino en imponerte mis propios argumentos falaces, cuyos ejes se han vuelto en el comienzo de mi caída a un espectro. No obstante, soy yo ese espectro, aunque, a falta de palabras a las cuales ceñirme para describirte mi pesar y mi real arrepentimiento, siempre me doblego a la comodidad y apartarme. Por supuesto, este engaño es consecuencia de mi propio abandono.

            ¿Sabes el porqué mis sueños se han vuelto paredes que aprisionan mi libertad? Hace años, pensaba en tener una brillante carrera académica, estar rodeado de libros, oler el perfume de los tulipanes y escuchar los ladridos de ms perros. Y ahora, ese silencio ha caído sobre mí y ha cubierto con su apestoso manto el sentido de mi existencia. Sólo quiero soñar que vuelvo a ese sueño: lloro para olvidar, a pesar de saber que ese yo nunca existió —o más bien ya no sé si tal existencia alguna vez me representó: ¿una ficción?—, a pesar de que tengo ciertas ideas de dicho pasado. Ahora que estoy frente al espejo, con la virtud bajo el desperdicio que implica mi clara deshonestidad y esa culpa en la cual mis sueños académicos se han vuelto lastres, cuando en realidad ellos son más bien imágenes de un pasado que siempre quise, a pesar de desconocer el descontrol de las mujeres. Ahora que estoy frente al espejo, intentando virtualizar el fuego del pecado en mi cuerpo, aquél cuya existencia se define por la traición y la infidelidad, puedo definir mi presente como la circularidad de la hipocresía. ¿Sabes cuán dañado estoy?: mi inocuo desarrollo se define por un constante terror que suele vislumbrarse en ansiedad y angustia. Tanto así como no haberme enorgullecido de mis últimos logros.

            No estoy aquí para que me creas, a pesar de que busco dicho fin, pues mis palabras se han vuelto espuma y veneno para tus gentiles oídos. No estoy aquí para ser creído, más bien ser escuchado y convencer que mis acciones son consecuencia de mis propios terrores, principalmente el no saber mi futuro y la inestabilidad con la cual me encontraste —la manzana podrida es la alegoría más contundente ocurrida, pero aquélla cuya oxidación comenzó con lentitud y se oscureció hasta volverse un negro con el cual he frecuentado y me parece de lo más normal—, esto como consecuencia de haber desvirtuado mi camino y establecido ciertos márgenes (pilares éticos) rotos por mi supuesta fortaleza y desprecio a mi propia vulnerabilidad. ¿Sabes que lo único claro en esos años fue mi huida de esa ciudad, la cual me arrastra en un agujero negro energético que me impulsa a la autodestrucción? No obstante, al menos de momento, mis palabras recuerdan a un niño encaprichado porque los sueños se han vuelto, por decirlo de algún modo, inalcanzable debido a la propia inmadurez. Entonces, ¿la conexión entre la ciudad, la autodestrucción y la oxidación se debe a una inmadurez?: desearía terminar este texto culpando mi inmadurez, pero es una salida bastante simple (sin ser navaja de Ockham) que más bien no responde todas las preguntas. Esa oxidación anímica, eso sí, me hace sentir voluble, asfixiado y como si el mismo oxígeno fuera veneno contaminando mi sangre y haciéndome creer en la existencia de sombras. Puras fantasías. Aunque, en cierto modo, ellas le han dado sentido a este presente, tortuoso porque recuerdo más bien el dolor y la culpa de haber deshecho cada pilar ético.

            La infidelidad va más allá de haberte mentido y deshecho las promesas que nunca cumplí, sino más bien la ruptura con esa genuina ingenuidad con la cual rompí cuando tales acciones quebraron tu espíritu. Soy un monstruo, por supuesto lo sé, y cualquier acción te ha contaminado. Justo, quizá, el mayor de mis pecados fue haberte compartido mis fantasías, por no decir mentiras, hacerte tragar puros pedazos de carbón y confesar que eran piezas de pan. Te fallé, eso te/me repito, pues sólo me queda residuos de un amor loco, de una especie de desventaja con la cual cualquiera podría tacharme de impertinente. Ahora, pago con creces cada una de mis injusticias y veo en ti lo que siempre negué hacer. Esto más bien fue puro egoísmo y vanidad, en una extraña búsqueda de complicarse la vida cuando girar y construir eran decisiones óptimas. Sin embargo, por extraño que parezca, no puedo negar el amor que siento hacia ti, aunque cada una de estas palabras suenan vacías pues tanto daño te ha hecho dudar. Ahora que estoy frente al espejo, merezco no el perdón, sino la misma muerte, aunque ésta me consuma con lentitud la afrentaré con valentía, incluso cuando no estés aquí. Merezco incluso tu desprecio, el asco hacia mí, a pesar de que una parte de mí apele a tu generosidad para perdonarme.

Por siempre,

O.

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