El caballero López Tarso por Joan Carel

Fotografía: cortesía prensa FIC

Todo en el escenario es negro matizado apenas por la luz de tres velas y de una lámpara sobre cada uno de los tres atriles ya dispuestos para comenzar la lectura. “El caballero de la tiste figura” también viste de negro, encorvado por sus 92 años, aunque el texto diga que tiene 50, pero con un andar que aumenta en seguridad y firmeza conforme más, como diría el narrador cervantino, se le “seca el cerebro”. ¿Será que la vejez en el mundo contemporáneo es hermana de la lúcida locura incomprendida del renacentista caballero?

Un perpetuo trance de lo ideal a lo real son las aventuras de Don Quijote de La Mancha, quien constantemente reprocha a su escudero el no poder ver las cosas como son por miedo a enfrentarse a ellas o el ser menos hombre que otro por no hacer más que él.

Entre enfrentamientos con gigantes de viento, guerreros magos convertidos en ovejas y carneros, títeres capaces de transformarse en despreciables seres de carne y hueso y, lo peor,  personas “cuerdas” más viles y abusivas a las cuales los adjetivos “nobles” y “familiares”  les son incongruentes, va el caballero sin saber cuán triste es su andar y que por ello es valerosa su diligente empresa. “Desde que vi a este forastero yo no sé si cantar, sino llorar”, dice una muchacha de 15 años llena de amor por el buen hombre cuya grandeza es posible solamente por su pobre condición que más burla a los nefastos duques que creían humillarlo.

Como cada segundo desde su nombramiento, el Quijote canta a la mujer que es el día de su noche, mientras Sancho se mofa de la analfabeta con reputación, cuerpo y olor más parecido al de un hombre. Pero el ferviente y virtuoso amante da una lección siempre vigente e inolvidable: “Por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la más alta princesa de la tierra. Así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta. Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada; y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad. Ella pelea en mí, y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser”.

Aunque ha desafiado en la locura tantas veces a la muerte y ha salido triunfante, al acercarse el ocaso de su vida Don Quijote comete la mayor ironía de su vida y se deja morir en las manos de la melancolía, es decir, hace a un lado la locura cuando su vida fue más lúcida y feliz que la de un cuerdo.

Acompañado por un actor (su hijo, Juan Ignacio Aranda), una actriz (Gabriela Pérez Negrete) y una guitarra (Guillermo González Philips) muy versátiles y talentosos, usando solamente la voz, su  rostro, a veces las extremidades (incluso para simular una acción nunca realizada)  y un neutro vestuario en blanco y negro, el primerísimo actor Ignacio López Tarso, quien recibió la presea Orgullo Guanajuato FIC 2016, dio vida por fin a uno de los pocos personajes clásicos que en sus 68 años de trayectoria actoral no había interpretado. Y tal vez necesitaba todos esos años de experiencia para lograr con tan pocos elementos una interpretación profunda y precisa, espléndida y vasta, en donde, tal como lo sería para Cervantes y Don Quijote, la lectura es un don divino.

Después de que las luces se apagaron  los actores y el director (Eduardo Ruiz Saviñón) ofrecieron una breve charla y, cual debía ser, don Ignacio López Tarso fue el protagonista no sin aplaudir primero el trabajo de sus jóvenes compañeros, mostrarse honrado por un público compuesto en su mayoría por mujeres y hombres de cabello blanco y también por jóvenes que admiran a El hombre de papel o a Macario del siglo de oro del cine mexicano -en rueda de prensa, don Ignacio confesó haber hecho sólo 50 películas y que su trabajo en el cine, a comparación del teatro, ha sido escaso- y, por supuesto, la importancia en su vida y el profundo afecto que siente por el ejemplo vital del caballero de La Mancha.

Entre agradecimientos de una audiencia evidentemente conmovida, don Ignacio expresó la superioridad de una interpretación interior frente a la exterior o, en otras palabras, de lo que piensa y siente un personaje, lo que expresa su mirada, más que los detalles de la apariencia. Recordó entonces que ese consejo lo recibió aún siendo joven del actor ruso Nikolai Cherkasov, el mejor Don Quijote (1957) para López Tarso. “Busca tu propio sentir; utiliza todo lo que eres, todas tus raíces de ser humano. Aprende de todos los sistemas, teorías y técnicas, pero no te desprendas de ti mismo y crea tu propio estilo… Ahora creo, luego de tantos años, que he logrado eso: mi sistema López Tarso”.

A diferencia del rostro extremadamente expresivo al actuar (y una vez más al recordar al fundador del Festival Internacional Cervantino, Enrique Ruelas Espinosa), don Ignacio participaba sereno y atento en la conversación y confesó sentirse altamente favorecido por su “aparato mágico” (smartphone) con el cual puede nutrir con infinitas bibliotecas, hemerotecas, discotecas,  a sus personajes.

Felices los demás actores por el juego en donde todo se torna instantáneamente  posible trabajando con López Tarso, mencionaron estar agradecidos por esta versión radiofónica del Quijote que privilegia las palabras en un país que las hunde.  “Nos divertimos y también ustedes la pasaron bien, ¿no?”, dijo espontáneamente don Ignacio y añadió de nuevo para la audiencia, “lo mejor de todo ha sido su presencia y compañía”.

Sin perder tiempo muchos subieron al escenario para recibir un autógrafo o fotografiarse con el primer actor; sin embargo, los miembros del comité de organizador limitaron el paso. Por respeto a los años del actor la gente no insistió demasiado, aunque seguramente él habría estado dispuesto para atender acomedidamente a todos y eso vale más que una imagen.

Que la experiencia relatada en estas líneas cuente como recuerdo fotográfico hecho con el corazón de un hermoso, sencillo y sabio ser humano.

Ignacio López Tarso
El de la triste figura. Divertimento a tres voces y una guitarra
Teatro Cervantes
11 de octubre. 18 horas

Historia Anterior

Cuadro por cuadro por Karla Aguilera

Siguiente Historia

Métodos por Gabriela Cano