Joe paseaba en su Dodge. Escuchaba una canción suya conforme avanzaba por una calle solitaria durante la madrugada. Quería escribir, pues últimamente no podía hacerlo. Salió a dar un paseo nocturno para ver si podría ayudarlo en algo. Los edificios y casas pasaban como sombras fugaces. Se estacionó y apagó el motor, cerró los ojos. Empezó a mover su mano en el aire de arriba a abajo. Hizo figuras con su mano, como si fueran acordes de guitarra y tarareó distintas partes de la letra. Tomó una libreta, una pluma de color negro y anotó: Soporto el tránsito de la derrota en el humo de la noche. Sobre la acera, a su lado, pasaron tres jóvenes que caminaban. El que iba al frente parecía guiar a sus acompañantes. Fijó su vista en el joven de actitud retraída, le vio algo de parecido con él. Volteó hacia el retrovisor, y vio un rostro con surcos profundos, canas y manchas oscuras que envolvían sus párpados. Tomó un cigarro de su bolsillo izquierdo, una voluta de humo serpenteó y empañó la vista del cielo oscuro mientras observaba por su ventana una franja de concreto gris. Escribió otra línea: Iré a bailar, a cantar entre luces, antes de que ya no pueda hacerlo. Salió del auto, se recargó en una pared cercana. Fumó otro cigarro. Contempló su auto que parecía una reptil de líneas agresivas: El brillo de la carrocería, el cromo de sus espejos, molduras y rines realzado por las luces de anuncios y luces cercanas. La cara blanca de sus llantas que formaban un cuadro que parecía fresco a sus ojos. Se fue a su estudio, tomó una guitarra y empezó a improvisar. Tenía algunos bocetos que planeaba convertir en canciones para tocarlas con una nueva banda, que formó unas semanas antes.
Ese proyecto lo puso en marcha en aquellos días, y ya tenían proyectadas presentaciones en algunos bares, respaldados en el peso mítico de Joe. Dejó su Dodge estacionado. Adentro del bar ya esperaba un grupo de gente. Entró con su libreta de canciones en el bolsillo, pues tocaría con su banda y no quería olvidar las nuevas letras. Afuera un hombre vio la ventanilla del Dodge abierta. Se acercó, abrió la puerta y después de algunos intentos logró encender el motor al conectar los cables. Arrancó, dejó una estela de polvo y la marca de las llantas en el concreto. Joe salió, vio el espacio entre otros autos y lo contemplo por unos segundos con su rostro desencajado por el pesar que le causó. Bajó la vista, cerró sus puños, sintió un vacío en el estómago; pateó unas bolsas de basura que estaban cerca, tomó una y la arrojó contra la pared.
Regresó al bar; tomó su pluma y comenzó a escribir. Le quedaba una hora para saltar al escenario. Pudo terminar una canción que tenía rondándole durante varias semanas. El rugido de un acorde mayor llenó el espacio. Empezó la presentación y la gente animada, gritaba y se movía.