Capítulo I por Jesús Armando Vilchis

Una de las ventajas de la carrera de Derecho es que otorga al estudiante la posibilidad de desenvolverse en múltiples ramas de especialización. Esto es así  porque la ley como idea de algo que tenemos que cumplir como sociedad atiende a un concepto abstracto tan viejo como la historia del mundo; la realidad es que existen tantas leyes y códigos vigentes al mismo tiempo que la idea de un abogado puede saberlo todo resulta imposible de concebir (aunque muchos lleguen a venderse como tal). De  ahí la necesidad de especialización. Me resulta curioso cómo desde que somos estudiantes vamos perfilando nuestro futuro profesional en torno a la especialidad, ya sea en trabajos o en estudios posteriores, pero es claro que todas nuestras decisiones profesionales giran en torno a esta idea básica de especializarnos, de prepararnos mejor y ser más competitivos como profesionistas. Incluso ahora, como Profesor de Derecho, me ha tocado conocer a varios jóvenes que sólo quieren aprender derecho laboral (por mencionar alguna materia); no les importa saber de las demás materias de su programa curricular, solo laboral y ya: esa aproximación me parece errónea y limitada, pero esa reflexión la dejaremos para otra ocasión.

El estudiante de Derecho toma dos decisiones importantes referente a su carrera: la primera obviamente es la elección misma, de querer ser abogado; y la segunda vendrá después cuando responda ¿Y qué sigue después de la Universidad?, la respuesta depende de uno mismo y sus expectativas, pero normalmente hay dos respuestas: dedicarse exclusivamente a trabajar y ganar dinero… o pasa que entonces piensas en continuar estudiando a través de un postgrado independientemente de si trabajas o no.

La saturación de la oferta de abogados en el Estado (y en el país), y la inseguridad de no estar tan preparados para enfrentar la realidad nos obliga, a quienes respondimos con la segunda respuesta, a decidir rápido, tan rápido que muchas veces elegimos estudiar una especialidad o una maestría basados solamente en el argumento de que nos gustó la clase cuando la estudiamos en la universidad, sin realmente ponernos a pensar que tal vez nos gustó esa clase por muchos y diversos aspectos ajenos directamente a la materia, o peor aún cuando tomas la decisión influenciado  por una percepción errónea de la realidad.  

A mí en lo personal me paso algo así: terminando la universidad fui el primero, o de los primeros de mi grupo en tomar la decisión de estudiar una maestría. En mi caso fue Derecho Fiscal; la oportunidad se dio, y en menos de 6 meses de concluir mis estudios universitarios, ahí estaba yo, en una nueva ciudad, con un nuevo empleo y en una nueva universidad, listo para la aventura que se dilucidaba ante mis ojos. Dicha aventura duró 3 años, y esos años han sido los años más vacios de mi vida, ¿Por qué? Fácil, porque no sabía lo que realmente quería de mí mismo y lo que esperaba de mi profesión; todas las dudas que nunca tuve cuando estudie derecho, ya saben, aquellas de carácter existencial y profundo, las tuve cuando estudié esa maestría.

Elegí estudiar derecho fiscal porque era lo que estaba de moda. En ese momento los abogados fiscalistas eran los mejores, la elite, todos eran millonarios. La materia fiscal tenía cierto caché que en mi ingenuidad me parecía legítimo aspirar, aunque en el fondo sabía que a mí la materia fiscal no me emocionaba, no me ilusionaba para nada.

Para mí el estudiar ese postgrado se convirtió en algo rutinario, en una obligación que tenía que cumplir. Reconozco que tuvo sus momentos interesantes, que valió la pena porque además de las lecciones personales que me dejó, fue la llave que me permitió dar clases en la universidad, y es algo que me encanta hacer, pero entre la materia fiscal y yo siempre faltó ese algo que hace la diferencia.  

Terminé las clases de ese postgrado y nunca quedé conforme. Me sentí como el equipo deportivo que pierde la final del campeonato, con ese sabor agridulce que resulta cuando todo esta dispuesto para que hagas la jugada de tu vida, y pierdes. Una dura lección. Aprender y dignificar los errores. Es una de las lecciones mas duras que todos tenemos que superar.

Este año decidí darme una nueva oportunidad: mi voz interior, inconforme, me demandaba que lo volviera a intentar. Siempre he sido algo inquieto cuando se trata de los estudios, así que lo hice, me volví a arriesgar. Pero la experiencia me ha permitido elegir mejor, en esta ocasión aposté por los derechos de autor y la propiedad industrial, una materia novedosa, casi desconocida en Aguascalientes, pero que involucra los aspectos legales de hechos que actualmente son de mi interés.  

Soy apasionado de la innovación, de las ideas que puedan generar un impacto en nuestra sociedad. Escuchar y conocer los proyectos productivos de los jóvenes de mi generación, y encontrar a través del derecho las herramientas para proteger y promover esas grandes ideas se ha convertido en mi nueva ilusión, en mi nuevo propósito. Mi proyecto profesional a mediano y largo plazo. ¿Y saben? Me encanta, voy a las clases con el entusiasmo universitario que pensé había perdido hace tiempo. Pierdo el sueño pensando en qué hacer para poner en marcha todas mis ocurrencias, y busco rodearme de personas que me inspiren en esa dirección. Estoy enamorado de la materia y de lo que estoy conociendo a través de ella.

¿La gran lección? He aprendido que antes de tomar una decisión, el dinero o la moda no deben ser factores que inclinen tu balanza, después no hay que pensar sino sentir: en lo más profundo de ti mismo siempre encontrarás una respuesta, ¡Escúchala! Y esfuérzate en hacerlo realidad, no desesperes, no hay prisa de nada si sabes lo que quieres, y cuando lo encuentres no renuncies. Te sentirás mejor, lo prometo.  

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