Donde no hay vida
Quijote
Bambalina Teatre Practicable
Teatro Cervantes
3 de octubre. 18 horas
Dos personas preparan una mesa, acomodan unos libros sobre ella y prenden unas velas; visten de negro, hay sonidos alrededor, sonidos que vociferan un lenguaje extraño, risas, gritos. Sabemos que algo va a suceder. Los oficiantes de tal misa, los que visten de negro, preparan sus manos, sus dedos en particular, para algo de lo que no sabemos nada. Un objeto que antes no tenía vida, la tendrá en unos segundos más.
¿A dónde va la idea del teatro como un ritual? ¿En qué cajón conceptual terminamos metiendo al teatro? Mucho he escuchado del Cervantino a partir de epítetos comunes, desde “La cantina más grande de México-el mundo” a “la fiesta del espíritu”. A final de cuentas todas hablan del espíritu, pues son energías que inyectan de vitalidad a lo que estaba dormido. Una fiesta habla de vida en primeros términos. El ritual es la acción específica que dará vida a algo que la perdió o nunca la tuvo.
En los años que he vivido el Cervantino, desde la perspectiva de guanajuatense, poco se puede ver con vitalidad: el río de gente, el alcohol en las calles, las estatuas vivientes, los payasos por el mercado, el tianguis hippie… dejan de tener vida, son caudales de cosas sin significado, horadadas por el tiempo y la repetición constante de esto. Pero entro al teatro y lo que encuentro es un ritual para dar vida a dos títeres, sonidos incomprensibles, luz de velas, libros y dedos ágiles. El fetiche ha renacido frente a nuestros ojos y nos habla de muchas cosas. Nos cuenta, desde otro aspecto, una historia más que conocida. Esto es lo que cobra factura en lo vital a esta obra: dos títeres y una forma distinta de contar una historia.
El Quijote de Cervantes ha sido valuado como una de las obras más importantes por el uso magistral de la lengua castellana pues se pueden contar más de 22,000 palabras diferentes en este texto. Podemos decir que si hay algo valioso en Cervantes es el uso de la lengua. Sin embargo, Bambalina Teatre Practicable con su propuesta Quijote elimina por completo tal lengua y deja que la obra se cuente con interjecciones y sonidos inarticulados. Lo que descubre esta compañía es que eliminando el barroquismo de las palabras queda en esencia una relación entre el Quijote y Sancho, una amistad incomprensible, es decir, el Quijote se lanza a sus aventuras que no tienen una pizca de razón, sus tribulaciones no tienen pies ni cabeza, y aun así Sancho encuentra un lazo irrompible de complicidad con él.
El títere volaba sobre las cabezas de los titiriteros, los cuales, a diferencia de varios trabajos de títeres, no desean desaparecer sino acompañar al títere, la cara del hombre se volvía parte fundamental de la escena, un actor más con el cual el títere podría desenvolver su drama. El titiritero estaba invitado en la fiesta del títere, estaba invitado a convivir con él. Ese día vi algo que vivía, algo que estaba muerto y cobró vida, un ritual vodoo de fetiches. No hubo palabras y vi algo distinto en la obra de Cervantes. Pues de esto se trata este arte, de crear vida donde no la había.
Cervantes y las políticas de difusión
Cervantina. Versiones y diversiones sobre textos de Cervantes
Compañía Nacional de Teatro Clásico y Ron Lalá
Teatro Principal
5 de octubre. 18 horas
Quijote, vencedor de sí mismo
Teatro de Ciertos Habitantes
Mesón de San Antonio
8 de octubre. 20 horas
¿Cómo se difunde una obra literaria? ¿Cómo se difunde el gusto a la lectura? Es increíble la variedad de posibilidades que tiene un libro para llegar a tus ojos. Desde el mandato del maestro en la escuela, la recomendación de un amigo, la lectura de la contraportada, el vagabundeo por la biblioteca, la crítica literaria, la portada, la popularidad del autor, etcétera…
Todas estas están dotadas por un elemento de azar que hace al hallazgo una experiencia significativa en nuestras vidas. El hecho de que un libro llegue en el momento justo de nuestras vidas para entorpecerlas o aclararlas es la prueba reveladora de lo que significa nuestra vida con la literatura.
La difusión de la lectura es complicada, muchas de las políticas de lectura se mantienen a dar acceso fácil a los libros, una política bastante acertada a mi parecer. Otras políticas se dedican a decirnos lo que debe ser la lectura en nuestras vidas, algo que resulta nefasto y engorroso. El lector es el único que puede significar lo que es la lectura para él. Si no es este el caso se vuelve una estrategia de marketing más. Un claro ejemplo de esto es la estrategia de Gandhi sobre la lectura, las leyendas de los carteles “menos face y más book”, “Si dices “cercas” es porque estás muy lejos” muestran una significación de la lectura que ha sido usada hasta el cansancio: leer te quita lo ignorante. Esto obedece a una lógica clara de nuestro pensamiento: “Hago algo porque es productivo”, “Compro Iphone porque me da estilo”, “Tomo coca para ser feliz” y bueno, “Leo al Quijote para ser inteligente”.
Hace algún tiempo me preguntaron qué estudiaba, les respondí que Filosofía, luego soltaron la contrarrespuesta obvia a eso: ¿Y para qué sirve?, le dije que para nada y que eso ya era mucho decir. Leer no sirve para nada y eso lo hace más valioso que muchas cosas. La filosofía de lo útil y productivo nos ha arrestado en estos tiempos y no podemos hacer nada completamente improductivo. La contemplación es la cosa más improductiva del mundo y eso, actualmente, lo hace un acto rebelde. Si estamos en tiempos donde se enaltecen tanto los valores de individualidad como los de libertad, ¿por qué existe la necesidad de dar significado a los actos de los demás?
Es por eso que no puede dejar de hacerme ruido la idea de que el montaje Cervantina propone la idea de la Cervantina como un virus cuyos síntomas son la risa inteligente, la lucidez lúdica, la ironía aguda y la necesidad de defender la libertad. Todo ello comienza a parecer un conjunto de slogans de alguna marca. O es el simple juego de la apariencia y el snobismo: leer a Cervantes te hace inteligente y libertario.
Otro ejemplo de esto es la obra de Quijote vencedor de sí mismo, donde Cervantes aparece de cabeza e invita al espectador a leer, a gritar, a participar de su propia obra. En la segunda mitad de la puesta en escena aparece una actriz que encarna al lector a hablar de lo que la lectura es para ella, dándole un tamiz de proselitismo sobre lo importante que es la lectura para evitar el monstruo de la apatía para hacer el bien, sin mirar a quien. Es aquí donde la obra se vuelve aleccionadora, fabulada con moraleja.
Recordé entonces alguna conferencia sobre Eulalio Ferrer, fundador del Museo Iconográfico del Quijote aquí en Guanajuato, en donde contaban que, cuando cayó en la cárcel durante la Guerra Civil Española, cambió una cajetilla de cigarros por un libro, el libro fue un Quijote de 1912, este libro le afectó de manera muy importante, convirtiéndose en una obsesión para él la lengua y la obra de Cervantes.
Por otro lado se encuentra Grotowski, que narra cómo un párroco le prohíbe leer la Biblia frente a su madre para evitar “malas” interpretaciones, luego un catequista joven le da en secreto una Biblia y él la lee a escondidas en un galpón cerca de su casa, dándole este texto una influencia importante en la creación de su teatro pobre.
La historia de cómo llega el Quijote a Ferrer o la Biblia a Grotowski no tiene rastro alguno de una moralización, una lección o moraleja. Se queda en el registro de cómo empezó una pasión, de cómo se vuelca su vida o cambia de significado. Es una historia sin pretensiones de difusión cultural, sin pretensiones de vender, sólo un registro íntimo de que sucedió. ¿Es necesario entonces apegarse a la obra de Cervantes como una marca de intelectualidad y deseos libertarios?
Numancia y la CNT: el sentido de lo nacional
Numancia
Compañía Nacional de Teatro
Auditorio del Estado
6 de octubre. 20 horas
¿Qué relación juega el actor frente a otros elementos escénicos? ¿Acaso el actor puede verse superado frente a una monumental escenografía? Hay un fenómeno extraño que ha rondado a la Compañía Nacional de Teatro en sus presentaciones en el Cervantino. Recordemos por ejemplo a Antígona o Coriolano. Ahora Numancia es un caso que se suma a este fenómeno.
Numancia habla de la derrota y la victoria, de cómo la muerte por sus propias manos se convierte en una victoria donde las circunstancias no dejan otra solución. El fin último y más grande de la voluntad supondría ser este acto. La obra intenta dejar ver el agónico camino a la decisión final.
Durante toda la obra es inevitable observar la escenografía que, junto con la iluminación, la tierra, el vestuario y otros elementos escenográficos, dejan perpleja la vista de tan impresionante estética. Los actores se mimetizan con la escenografía y parecemos ver en algunas partes una pintura “viviente”.
Las comillas de viviente se justifican al dejarnos la impresión de que en la obra no pasa nada, las acciones de los actores parecen estar descuadradas, como si estorbaran a la pintura que vemos. El uso de elementos como la tierra, las carretillas y el lodo se vuelven buenas ideas solamente porque su acción se nos presenta carente de emoción y significado en nuestras vidas, algo parece no fluir en el continuo del drama y las acciones.
¿Es acaso la escenografía deslumbrante lo que detiene el proceso vital de la actuación? ¿Hemos quedado miniaturizados (actores y espectadores) frente al armatoste gigante que se enaltece en escena? Por más que entraran, salieran, pisaran, usaran niveles, escupieran sobre el armatoste, éste seguía pareciendo inhabitable, pulcro, ostentoso y limpio.
Desconozco el proceso de trabajo de la Compañía Nacional de Teatro, pero sucede que han dejado de habitar el lugar en escena, los actores han sido presos de la necesidad de ostentación en el teatro. El hecho de ser la compañía nacional hace pensar en mañas y azares políticos que poco tienen que ver con el teatro. Tal vez solamente la idea de ser la compañía nacional de México pesa suficiente en todos nosotros. Es otra Selección Nacional fallando en los mundiales, son las críticas enconosas cargadas de rencillas por la elección de los artistas al proyecto (léase a Fernando de Ita), son los fantasmas de nuestros amiguismos y del deseo por la oficialidad del Estado. Es la política express mexicana que se dedica a mentar madres a todo político que lo represente.
Tal vez, y sólo tal vez, los proyectos de la Compañía Nacional de Teatro no cuajan por nuestra mirada incesante de escrutinio que juega el eterno juego de altas expectativas seguido de la decepción. Esa mirada de expectante-desilusionada es más grande y terrible que la escenografía que montaron en escena.
Pixel: A la conquista de un espacio
Centro Coreográfico Nacional de Créteil y
del Val-du-Marne/Compagnie Käfig
Pixel
Auditorio del Estado
13 y 14 de octubre
Quisiera escribir desde un limbo que no refiera a ningún lugar, porque me es imposible asirme a un lugar cuando voy de prisa. Mis transitares, complejos, miedos y bondades me han prohibido hacer de la calle un lugar. Un hombre que parece estar ebrio o golpeado es rodeado por cinco policías, un payaso intenta hacer lo posible por reunir a la gente, niñas de entre 12 a 14 años se pintan el pelo de morado con pintura en aerosol. La calle en un Cervantino se vuelve una serie de estampas inconexas, una serie de intentos fallidos de contar una historia. Los pasos de mis botas se apresuran y pienso si alguien me ve y me dibuja entre sus estampas inconexas. Si acaso soy el intento fallido de una historia de unos ojos expectantes. Lo más seguro es que no, ya que los ojos expectantes solo exigen cuerpos extraordinarios, cuerpos que se desarman, se arman, saltan, vuelan, se convierten en caballos, gatos, lagartijas o cualquier otro animal impresionante.
Mi padre me contaba que en un afortunado día le tocó ver al hombre mosca escalar una torre de la basílica de San Juan de los Lagos. Me hablaba de los cientos de rostros expectantes gritando cuando trastabillaba en su escalar el temerario hombre mosca (mientras esto sucedía un niño carterista buscaba una víctima). Por eso es que sé que no existe una mirada expectante, ni siquiera un espacio en la calle para mi cuerpo de mortal. Porque solo queda espacio para los hombres mosca, los acróbatas, los mimos que desarman su cuerpo. La calle es sólo para los dioses.
En los 70’s en Estados Unidos existía un programa de televisión llamado Soul Train, un show que versaba sobre el baile y la música Funk. El momento más esperado de éste era cuando los bailarines creaban una pasarela humana y en parejas los bailarines la cruzaban para demostrar sus pasos dignos de los dioses. Esos bailarines serían el comienzo: el tiempo pasa y el curso natural del movimiento dancístico hace lo suyo. El baile hip-hop ahora lleva más de 30 años y vivimos con la historia de legendarios b-boys que convirtieron su cuerpo en ligas y trompos para que la calle fuera suya. Nacieron los duelos, las pintas, el rap, el beatbox y ahora tengo que admitir que las calles son suyas por mérito divino.
La compañía Francesa Kafig, bajo la direccón de Mourad Merzouki, tiene el valor de tomar una compañía de bailarines de Hip-Hop para crear un espectáculo de danza con una escenografía creada a base de los increíbles efectos del video-mapping tridimensional. La idea parece cuajar, al menos en los primeros minutos, ya que sólo el cuerpo de un b-boy o un bailarín de hip-hop es capaz de detener el tiempo por un instante, de convertir el piso en mantequilla y, no conforme con haber creado ese milagro, transforma también su cuerpo en mantequilla. Me maravillo por este cuerpo que ahora juega con pequeños pixeles blancos que asemejan a un cielo estrellado, el humo de una vela o un mosaico. Somos impactados por un solo momento, parece que el cuerpo ha conquistado el lugar y no ha vuelto a reinar sobre él, una hora de evento puede llegar a ser cansado, el Dios se ha convertido en un simple mortal. Tal vez porque un teatro no es su lugar, tal vez porque son dioses del instante, no lo sé. Sólo me pregunto una cosa ¿porque no se encuentran conquistando la calle con su cuerpo inmortal en vez de este escenario virtual que ya parece estar muerto?
Imagen y realidad, los objetos sagrados en la espera de su profanación
Guillermo Calderón
Mateluna
Teatro Cervantes
14 de octubre
Wadji Mouawad
Inflamación del verbo vivir
Teatro Cervantes
19 de octubre
Si figuráramos arquitectónicamente un templo católico, podríamos dividirlo entre el altar y el lugar de los escuchas. El altar adquiere un sentido sagrado por el simple hecho de que no puede ser pisado más que por los oficiantes de la misa. Con suerte les tocará algún niño pequeño que, ante la novedad de haber aprendido a caminar, se escapa de sus padres para esconderse en el altar a plena misa. Es un hecho fortuito pero no escaso en número de sucesos. Alguna vez fui ese niño que profanó con risas ese lugar. En ese espacio intocable también existen objetos sagrados: la custodia, ese objeto donde se guarda la ostia y normalmente tiene forma de cruz, es tomado por un niño y lo dispone para que sea un avión de juguete surcando los aires.
En mí existe una extraña fascinación por la profanación, la cual no es ajena a mucha gente. El letrero de un museo con la leyenda “no tocar”, despierta en muchas personas esa necesidad de quebrantar la ley impuesta. Muchas profanaciones suceden en la resignificación de un objeto cotidiano. Hay días en los que despertamos y volteamos a ver nuestros zapatos pegados a la orilla de la cama esperando enfundarse en nuestros pies, los calzamos y comenzamos la rutina. También hay días en los que vemos nuestros zapatos, los tomamos y los acercamos a la oreja, los convertimos en un teléfono celular; profanamos ese objeto que no debería ascender a nuestra cabeza, lo profanamos porque es imperante desconfiar de lo sagrado.
En Japón existe el término Tsukumogatu: un término que define a los objetos de uso común que llevan más de 100 años y cobran vida para aterrorizarnos. Recomiendo resignifcar nuestros objetos cotidianos para que no se vuelvan esos espíritus que buscarán miedo en nosotros.
Hay algo que he mantenido sagrado todo este tiempo; a lo largo de mi vida lo he mantenido en su forma más pura. Todos los días le rezo con disciplina; su templo es la pantalla, Megacable, Cinemex y Netflix; periódicamente me acomodo frente al marco, lo observo con parsimonia. Ahí está la imagen, nunca la toco, nunca la resignifico, tal vez porque ni siquiera he encontrado la manera; es intangible para mí. Si existe un objeto sagrado en este mundo con un universo incuantificable de fieles es la imagen en movimiento, el cine, la televisión y cualquier otra modalidad que exista.
Hay un lugar donde nos maravillan las profanaciones, un lugar a donde vamos religiosamente para ver cómo desacralizamos los objetos, cómo los zapatos se convierten en celulares, las sillas en tronos, los hombres en Hamlet o Macbeth. Un lugar donde nada queda sagrado. Un lugar donde nos reunimos a profanar el mundo completamente.
Wajdi Mouwad nos presentó en el escenario la historia de Filoctetes, nos habló del Teatro y su nacimiento. Luego una imagen en movimiento entró en una pantalla gigantesca. El actor entraba salía, cruzaba, escalaba la pantalla y aun así parecía que no tocaba la imagen cinemática. El filme continuaba intacto lejos de nuestras mundanas manos. Había un objeto sagrado y nos obligó a mirarlo todo el tiempo, nos consumió. Ahí en el templo de lo profano, el dispositivo fílmico se mantuvo sagrado.
Otro montaje, Mateluna, se disponía a mostrar videos de un robo para juzgarlos como una ventana de lo que entendemos como realidad. Esa imagen nos dijo qué sucedía, nos mostraba a nuestro mundo haciéndonos creer que lo vemos tal como es, sin un rastro subjetivo qué encontrar.
Desde hace bastantes Cervantinos he visto como necesidad imperante la inclusión del video en los montajes teatrales. La falta de este elemento parece que funda la idea errónea de que se vuelve un montaje desactualizado, poco creativo, anticuado. Yo creo que es más anticuado volver a presentar objetos sagrados en vez de profanarlos. ¿Cómo profanar un objeto tan intangible como la imagen en movimiento? Yo no lo sé, tal vez porque es un santo que tiene mi mayor devoción.