Curso de belleza, amor y sexo 3 por Justes

0.

“En todo comienzo hay un fin” es una traducción demasiado libre de un verso de T. S. Eliot que a su vez lo había tomado, y traducido,  del lema de la reina María de Escocia, “En ma fin git mon commencement”. El poeta y la monarca que le plantó cara a Elizabeth saben que hay historias que se cuentan mejor desde el final.

3.

Siempre amanece después del amor. Siempre amanece.

Ella espera en la cama, en la litera. La fiesta sigue en algún sitio ahí afuera. No sólo esa fiesta sino las que hay en los otros edificios desperdigados por el monte. Se mezclan las músicas, las risas y algún que otro sonido de vidrios rotos. Él no enciende la luz, pero con la luz de la noche alcanza a ver un cuerpo más blanco de lo que esperaba. Esa visión diluye todos los sonidos y es como si el mundo se hubiera no detenido sino silenciado. No hablan.

Antes ellos estaban en esa fiesta alrededor de la fogata.

Antes habían caminado el sendero de tierra y obstáculos hasta llegar al pueblo. Asombrados por la claridad han buscado Júpiter que ese día estaba más cerca que nunca a la tierra. Seiscientos sesenta y seis mil kilómetros. Ninguno de los dos sabe dónde está exactamente. Ni ellos, ni el planeta. Tendrán tiempo de hablar al rato.

2.

Él tiene ganas de romper el silencio, de no volver a cruzar por el lado con el montículo de arena que le llena los zapatos de incómodos granos. Ella lleva botas de montaña o algo parecido. Él tiene ganas de decirle, para que no se note su ignorancia planetaria, que Nova Roma, una asociación que propone la vuelta del culto al panteón romano, lo tiene como emblema. Que tiene decenas de sobrenombres: el que trae la lluvia, el que está de pie, el siempre vencedor. Tiene ganas de decirle eso y mucho más. Pero le habla de Afrodita, la pandémica, la celeste.

Le explica que poca gente entiende, aunque menos lo preguntan, por qué el poema de Gil de Biedma se titula así. Le explica que para los griegos había una sola Afrodita, una sola con dos facetas. Recuerda una canción vieja. “Un cuadro de bifrontismo”. Que cuando Afrodita elegía o permitía el amor carnal era pandémica, extendiéndose por toda la tierra. Y que Afrodita, de cuando en cuando, premiaba a un humano concediéndole el amor espiritual, el celeste.

Le explica qué de eso habla el poema. Que se titula Pandémica y, subraya con su voz la “y”, celeste. Que no se titula Pandémica o, subraya de nuevo la conjunción, celeste. Que nadie debería estar obligado a elegir. Recuerda y cita, casi perfectamente, los últimos versos. Para pedir la fuerza de poder vivir / sin belleza, sin fuerza y sin deseo, / mientras seguimos juntos / hasta morir en paz, los dos, / como dicen que mueren los que han amado mucho.

El pueblo son apenas tres calles. Y las tres parecen la principal. Y en la noche está como muerto.

Llevan un rato sin decirse nada concentrado cada uno en sus propios pensamientos.

Deciden regresar.

1.

Para llegar a  la blancura, tuvieron que atravesar la noche.

Para llegar a la noche, tuvieron que atravesar el humo.

Para atravesar el humo, tuvieron que cruzar el campo,

Para llegar al campo, tuvieron que atravesar el mundo.

Para atravesar el mundo, uno de ellos, él, tuvo que tener una visión en blanco y rojo.

PD

“Para saber de amor, para aprenderle, / haber estado solo es necesario. / Y es necesario en cuatrocientas noches / -con cuatrocientos cuerpos diferentes- / haber hecho el amor. Que sus misterios, /como dijo el poeta, son del alma, / pero un cuerpo es el libro en que se leen”. (J. G. de B.)

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