A veces es necesario redefinir palabras, como ahora: DANZA.
Desde la perspectiva de un festival internacional, así como desde las instituciones de renombre dedicadas a ella, la Danza –con mayúscula– es una de las Bellas Artes, instituida así desde la Antigüedad por los intocables pensadores de occidente. “Una experiencia de movimiento donde hasta el órgano más profundo cobra consciencia”, dirían algunos artistas consagrados, al igual que muchos profesores lo hacen en su primera clase con alumnos novatos, pretendiendo sembrar en ellos un compromiso y admiración inquebrantables por tan solemne disciplina.
En otras ocasiones la palabra se escribe en minúsculas, como cuando se refiere a las tradiciones de un pueblo que se expresan –oh, sorpresa– a través del movimiento del cuerpo. Solamente en una dimensión paralela se escucharía nombrar a un ejecutante de ballet clásico “danzante”. Entonces, ¿qué es la danza?
En el diccionario policía del español, las acepciones recurrentes podrían resumirse en “moverse con aceleración sin salir de un espacio o girando sobre un eje”. ¿Dónde quedó la experiencia de movimiento proclamada por los expertos? La respuesta a esa pregunta bien podría ser que la Danza, así como el Arte, es, a fin de cuentas, un producto discursivo canonizado a lo largo del tiempo, una ideología empoderada o un relato estético, como diría un pensador que también se cuestiona sobre el arte desde la Valenciana de Guanajuato.
Considérese como ejemplo de lo anterior un caso de otra disciplina, la literaria. Según cuentan los estudios históricos de la Literatura, la comedia griega se desarrolló primero como un género vilipendiado por basarse en las fiestas rurales; la literatura de culturas anteriores a las clásicas –ahora sublimes muestras universales– no era precisamente poesía aclamada, sino parte de rituales y actividades coloquiales. ¿Acaso no son esos los rasgos de la Danza rebajada?
En una celebración de la cultura, como dice ser el Festival Internacional Cervantino (FIC), experiencia de movimiento es un buen término para hablar de la actividad en cuestión tanto en letras altas como en bajas. La segunda, calificada como folklórica –a veces más peyorativa que herencia preciosa–, podría parecer carente de la complejidad semiótica imperante en las creaciones contemporáneas. Probablemente la atención del danzante no esté puesta en lo que siente su hígado, sus uñas o su pelo, ni en la perfección de las líneas de su cuerpo, pero ésta es más que una experiencia de movimiento, es la experiencia de existencia de una legendaria multiplicidad de universos que convergen a cada instante de algo milagroso: la vida. ¿Eso no es también fascinantemente complejo?
Entre quienes se dedican a la danza folklórica hay una polémica. Algunos, como un intento de campaña de difusión y revaloración masiva, han insertado elementos de técnica clásica, ya sea para hacerla “resaltar” o colocarla a un nivel “estético”; otros, fieles a la tradición y a la esencia, abogan por la integridad de las danzas originarias, argumento bastante congruente, aunque los primeros son quienes gozan del renombre mundial.
La postura del Ballet Folclórico del Estado de México, con respecto a lo anterior, resulta incierta. A modo de inauguración de su entidad en el FIC XLV, su presentación apostó por traer a escena elementos tan coloquiales, como el chiste y el albur en uno de los narradores arrieros, como experimentos interdisciplinarios con ópera, danza contemporánea y hasta acrobacias, cuya pertinencia, aunque peculiar e interesante, valdría ser cuestionada. A diferencia de otros bailarines de folklor, los suyos no poseen cuerpos marcadamente ejercitados ni una pulida técnica Graham de brazos, mas su desempeño era genuino, era el pueblo donde abundan aciertos y errores, igual que en la humanidad. Los críticos de alcurnia bien podrían decir que este espectáculo quedó a deber incluso para su tipo, pero, si una de las cualidades del arte es conmover las emociones de quien contempla, ¿qué justifica los apabullantes “¡bravo!” que la audiencia otorgó? ¿La ignorancia y, por tanto, la falta de puntos de comparación?
El lema y motivación de los amantes del folklor es salvar de la muerte cosmovisiones que enriquecen la experiencia humana, mostrar umbrales marginados que siempre han estado abiertos. Desde ese criterio, este conjunto de bailarines, músicos, cantantes, actores, acróbatas, técnicos, artesanos… mexiquenses, lo logró. Con el juego de la lotería como marco, recordaron la blancura de la mujer que en un eterno sueño se convirtió en volcán; el romance del Tonatiuh y Mextli, el quinto sol y la madre luna; el hallazgo de la flor de maíz tostada, tesoro luego de errar por laderas, valles, bosques y montañas; sueños que perduran incluso después de la violenta invasión. Tapetes, zopilotes, iguanas, pastoras, arrieros, arcos, listones, dulces, alebrijes, mariposas, viejos, diablos, virginias, savajeñas, bodas, cristianos, la muerte no temida y hasta machetes, esbozaron un rápido retrato de sus cinco etnias: mazahua, nahua, tlahuica, matlazinca y otomí.
Gente orgullosa de su tierra fue la de esta presentación. Distinto, mas no contrario; mexiquense, pero también mexicano. Ya sea en el borracho alegre, los muchachos traviesos, la joven coqueta, los padres solemnes o el novio galante, cualquiera puede encontrarse ahí. Con el sonar del “Huapango”, el cuadro se transformó en campo y de las ondas dibujadas con anchas faldas brotaron flores de los colores nacionales. Al verde, blanco y rojo se unieron pistilos azules como cordial saludo al país invitado de honor.
“Amigos de esta tierra, les dejamos el corazón” prometieron al iniciar y, aunque ningún otro elemento del numeroso montaje lo hubiera logrado, el eco de los cantos en náhuatl, cual corriente cristalina, sigue fluyendo por los ríos que unen a todos los seres humanos bajo la piel.
Ballet Folclórico del Estado de México
Corazón mexiquense, las cinco etnias
Alhóndiga de Granaditas
12 de octubre