No soy gitana, no soy chicana, y definitivamente no soy ni como Rosalía ni la Beli. De hecho, soy bastante promedio, una mexicanita de clase media, que salió de un barrio, pero tuvo las suficientes oportunidades y privilegios para estar sentada frente a una computadora escribiendo para el mundo digital.
Yo ya nací en el México globalizado, y ya entrada en años me di cuenta de que era un México globalizado pa´dentro. O sea, yo estaba en el México que importa novedades blanqueadas, preciosistas y souvenirs extranjeros que nos revende como si fueran de oro. El México donde lo que es auténtico o autóctono, no se exporta, a menos que seas Carolina Herrera o Louis Vuitton, que exportan lo que ellos quieran, aunque sea nuestro, aunque queramos o no.
Mucho se ha dicho de la apropiación cultural que marcas de alta costura internacionales han cometido, de la apropiación cultural que ha monetizado Rosalía o más recientemente Belinda. Se les ha defendido enarbolando la bandera del mundo globalizado, del mundo unido, del mundo plural. ¿Pero qué pasa cuando la pluralidad se convierte en divisa? ¿Qué hacemos cuando la España que sigue viendo a los gitanos como parias de repente ama a la Rosalía que bate palmas? ¿Y con el México que trepa en la patrulla a un cholo sin haber hecho nada sólo porque “se ve sospechoso” pero mama a una Belinda que luce los estigmatizados tres puntos junto al ojo?
No me malentienda señor, señorita, señorona. Yo no estoy mentando madres contra estas mujeres que han logrado algo en sus respectivas industrias, sino con el sistema estético que se está beneficiando con ellas, con ellos, con nosotros. Más bien ando mentando madres contra los que celebran todo lo que se ha “blanqueado” para su ingesta y consumo, pero no sólo no ven más allá de la inspiración, sino que siguen perpetuando el estigma contra aquellos que no lucen ni actúan como vieron en la pantalla.
Y si ya llegó hasta aquí, sepa que, aunque a mí nadie me preguntó, creo que la ineludible situación a la que nos enfrentamos los que vivimos con la globalización y el intercambio cultural que provoca, es una gran oportunidad para repensar los procesos que llevamos a cabo para producir y consumir. Es hora de repensar la globalización y darnos cuenta de que la verdadera oportunidad del intercambio reside en escuchar las voces que hay más allá de lo que tomamos prestado.