Debe agradecérsele al Festival Internacional Cervantino (FIC) la oportunidad de conocer la vida y las voces de otras latitudes, sobre todo las de aquellos que, aun siendo diferentes, comparten los mismos retos, congojas y, por qué no, también alegrías.
Los días laborales durante la última semana del FIC, como se vislumbraba de acuerdo al programa, transcurrieron tranquilos (pocos eventos, poca gente), pero amenos y reveladores. El martes 24 y el miércoles 25 de octubre, la Alhóndiga acogió a dos artistas latinoamericanos, bastante diferentes en estilo, pero afines en el sentimiento de identidad y hermandad dentro del continente hispanohablante: Okills y Ana Tijoux.
En México, quizá por sus alianzas con los países del norte y de tierras al otro lado de los mares, el discurso de unión latinoamericana ya no se proclama como en décadas pasadas, cuando el país de cola de sirena ejercía el papel de una especie de patriarca y ejemplo para las naciones del sur; sin embargo, parece que para muchas de éstas aún tiene vigencia, como para los venezolanos que conforman Okills.
Originarios de Caracas, Okills, banda de rock tropical –“la más importante de Venezuela” dice su página–, transformó el escenario cervantino en una agradable costa llena de palmeras, camisas floreadas y pelotas de playa. Aunque cuentan con siete años de trayectoria artística, la juventud resalta tanto en su personalidad como en su música. Sus letras–“poco dedicables”, las califican ellos–, llenas de humor, pero también de crítica, están envueltas en ritmos energizantes matizados por múltiples instrumentos, que convierten el bailar en una terapia feliz.
En 2015 Okills se instaló en la Ciudad de México y, como celebración por la mudanza, lanzó un sencillo donde se refleja su filosofía de vida: “Tiempo”. En el video de dicha canción realizado en 2017, así como en “Céntimos” donde se evidencia su ansia por equivocarse para aprender, los integrantes proyectan con un gracioso discurso las expectativas de su futura trayectoria en el país y, como cordial bienvenida, recorren diversos lugares emblemáticos mexicanos. Durante su velada en el FIC, sin importar sus dos años de residencia en México, el discurso recurrente de este grupo estuvo conformado por loas a su nuevo país-hogar y a su gente, además del ruego de aceptación detrás de las palabras “ustedes y nosotros somos latinoamericanos, somos hermanos”.
La realidad social de México, como la de los demás países de América Latina, es deplorable y la chilena Ana Tijoux lo sabe. Con una trayectoria musical desde 1990, esta cantante reconocida a nivel internacional, incluso por las grandes potencias económicas, es considerada la rapera más importante del continente. A pesar de ello, son pocos quienes conocen su trabajo, con excepción de activistas muy comprometidos con el feminismo y la defensa de los pueblos originarios, entre otros movimientos de los que ella es una valiosa promotora. Ana Tijoux es aquella mujer que en el 2010 acompañaba a Julieta Venegas cantando “Eres para mí”, pero su presencia luego de los años ha cobrado una auténtica autonomía. “Antipatriarca”, del 2015, es actualmente el lema de muchas mujeres que abogan por la igualdad de género.
Amable, alegre y bromista fue su presentación durante el FIC, pero Ana Tijoux es firme y consciente de la repercusión de sus acciones, así como lo son los mensajes de la música que crea. Distinta a otras muestras de rap, el juego de los instrumentos –ejecutados por excelentes músicos– y la inserción de ritmos populares en muchas canciones, contrastan con la dureza de letras tan contundentes como “Sacar la voz”. Segura y solidaria, Ana también ve en México a un hermano víctima de la opresión cuyos agentes “son los mismos aquí y allá”, además de un compañero cuya humanidad aflora ante la desgracia de las catástrofes naturales. “Unir las manos para liberar” es la petición de una mujer esta vez feliz por un tremendo logro entre un mar de miseria: la liberación de héroes chilenos modernos.
En homenaje a Víctor Jara, cantautor chileno, “Luchín”, canción de 1972 en defensa de los niños marcados por la pobreza, resuena en la Alhóndiga robando un par de lágrimas bajo un cielo frío y gris que apenas llega a las noches cervantinas. La luna de octubre asoma su sonrisa y en ella hay esperanza, a pesar del futuro incierto de una historia latinoamericana que se repite incansable y que es igualmente lamentable sin importar la región o el acento.
Fotografías: Cortesía prensa FIC