“Escribo para saber”, es la premisa y el propósito de esta obra de principio a fin, porque la memoria es una experta en mitificar lo ocurrido, haya en ello o no sentido. El protagonista es un niño en el recuerdo de un “yo” adulto (el dramaturgo), quien narra y revive los momentos decisivos de su infancia y adolescencia en una Cuba recién revolucionada, preso entre dos ideologías todavía en disputa personificadas por sus padres a los que, sin intención ni acto, constantemente delata y mata.
La escenografía se conforma por una larga pizzarra gris cual muro en donde el “yo” adulto va escribiendo palabras clave y fechas importantes en la reconstrucción de quién es. Al frente, dos alargados escalones funcionan bien como casas, habitaciones, jardines, salones, calles, camas… ¿Cuáles son realmente los elementos en una hoja de vida de los que depende la identidad?
“La capitana” es su madre, política importante en el cambio de régimen quien en la lucha ha encontrado un propósito de vida y una autonomía personal inimaginable en la primera mitad del siglo XX para las mujeres. Tajante, humillante, precisa, amenazante, insistente, fuerte, fría, son algunos de los adjetivos con los que se dibuja el perfil femenino en voz de su hijo. Por su parte, débil, burgués, fallo, error, traidor son las palabras con las que ella describe a su exmarido, palabras que apuñalan el amor y la seguridad del niño, el cual conoce de él, aunque por ley solamente puede verlo una vez al año, el cariño, la alegría y la comprensión.
El monólogo y el discurso corporal están impregnados por la angustia de crecer y vivir a contracorriente, de resistir en lucha aunque la guerra haya terminado, sobrevivir entre la batalla de dos seres determinados por un contexto antitético que los arrastra por inercia a todos, ya sean sujetos agentes o pacientes de una realidad, para bien o para mal, vertiginosa, confusa, fracturada.
La juventud llega, las interrogantes, las dudas, los miedos, más miedos. Es la época de la zafra de los diez millones para levantar definitivamente a la Cuba libre, el proyecto más entusiasta que merece toda la atención y energía de la madre. Una crítica hacia los modelos educativos y los métodos terapéuticos en la isla de los fuertes y tenaces, de la gente con carácter, se deja ver. Luego, sin saberlo, llega el tiempo del exilio tan buscado en secreto por su padre, quien acepta desde el principio el ritual completo de violencia y humillación que eso implica. El niño en la calle, tras el radio, enfrenta ahora una lucha propia inexplicable; el abandono, la incomprensión, la soledad y la ausencia de sí mismo, eso último es lo más letal.
Aunque el monólogo está dirigido por una voz principal, los otros personajes experimentan también una búsqueda interna en algún momento. Para la mujer, ocurre ante las fotografías de una vida inaceptable, los sueños de antes ahora ridículos, las sonrisas inocentes previas a los inminentes errores. “Nada de esto existió, nada fue real, nadie lo recuerda… fotos malogradas de dos que no fueron… ¿Qué es lo que ocultan las fotos, me muestran lo que escondí alguna vez?”. El hombre, por su parte, espera, espera, espera… a que los cambios hayan sido un mal sueño, a que un escape le permita dejar la pesadilla y lo salve; aguarda con paciencia mientras protege con afecto los pocos objetos y seres (su hijo) que fungen como vestigios de lo que antes era, y la espera se prolonga como el último castigo para un condenado.
Aunque el proceso (dos horas) está impregnado de una desolación y abatimiento bastante comprensibles desde cualquier ángulo (entre las butacas alguien nunca dejó de sollozar), la tragedia llega a su clímax en una completa paradoja final. “Ojalá pudiéramos arrepentirnos, pues ahora soy otra” dice ella quien también ha dejado la isla y comenzado una nueva vida lejos. “Tuve que seguir también, borrar, cortar, crear una nueva familia”, dice el hombre, “y no soy ni más ni menos padre; uno que huye, uno que abandona, uno que se rehace, que hizo lo que pudo hacer”.
“Es extraño no reconocerse en el que se era y no entender… ¿Qué más da lo que se cuenta después, qué importa la verdad, qué se puede hacer con ella?”, enuncia el protagonista como sentencia final. Después hay un epílogo, un “yo” adulto que no solo escribe, un “yo” presente que por fin habla, que vuelve en sueños como cuando niño a la casa de su padre, lugar irreal. “Eran tan distintos y ahora sus ideas son tan similares. Los he visto, los conozco… Yo también soy otro… y hablar es caro, es imposible; es más sencillo escribir”.
Argos Teatro es una compañía cubana dirigida por Carlos Celdrán, autor también de Diez millones, obra escrita a manera de diario a lo largo de varios años como un ejercicio de autoconocimiento y exploración, en cuya búsqueda individual bien pueden encontrarse los cimientos anestesiados o inconscientes de varias generaciones que crecieron inmersos y al mismo tiempo al margen de una realidad contradictoria en la isla cubana y quizá también en más de otra latitud.
Argos Teatro
Diez millones
27 y 28 de octubre de 2021
Teatro Principal
Fotografía: Gabriel Morales (cortesía FIC)