En una sociedad patriarcal, con una estructura vertical en lo político, económico y social, en donde todos nos servimos de todos, la idea de sororidad resulta disruptiva, beligerante, incluso utópica.
¿Por qué es tan necesaria la sororidad y por qué pareciera ser imposible? para responder a esto, es necesario atender primero otras cuestiones, para juntas y juntos, ir entretejiendo respuestas, que no pretenden ser únicas, sino dar lugar a nuevas consideraciones.
Pues bien, ¿qué es la sororidad? La sororidad es un concepto que hace alusión a algo que va más allá de la solidaridad entre mujeres. Proviene del latín, sor, hermana. Y asume que todas las mujeres insertas en el patriarcado, principalmente, somos capaces de estrechar lazos y construir redes tan fuertes que pueden tumbar estructuras y liberarnos de los cautiverios en los que hemos aprendido a vivir (Lagarde, 1996). Es pues, una amistad entre mujeres que se asumen diferentes, pero también pares y aliadas para liberarse y liberar.
La sororidad es la contrapropuesta feminista de la idea patriarcal de que las mujeres somos las peores enemigas de otras mujeres. Y por esta razón, propone una relación de amistad con una perspectiva distante de las jerarquías del sistema opresor, en donde todas, sin importar situación académica, política, económica, personal o familiar, podamos aprender y enseñar a las demás (Pérez, 2004), podamos acompañar y construir en este esquema horizontal de mujeres que se vinculan a otras mujeres para crecer y modificar su realidad social.
Para construir en sororidad, es indispensable despatriarcalizarse, es decir, comenzar por cuestionarnos los privilegios desde donde hablamos y entender que la realidad individual no es la realidad de todas, y por lo mismo, no debe ser impuesta al resto de las mujeres con las que compartimos, pues toda imposición refiere violencia y por consecuencia, queda fuera de la sororidad.
Una relación sororaria implica que las mujeres podemos mirarnos, escucharnos, criticarnos, aceptarnos y reconocernos en las otras sin perder nuestra individualidad y privilegiando los puntos de convergencia. Es por eso que se propone que la idea de sororidad vaya más lejos de la solidaridad, puesto que “la diferencia radica en que la solidaridad tiene que ver con un intercambio que mantiene las condiciones como están; mientras que la sororidad, tiene implícita la modificación de las relaciones entre mujeres” (Pérez, 2004). De esta manera, una relación sororaria va a proponer horizontalidad en las relaciones entre mujeres así como el empoderamiento individual y colectivo para reconfigurar realidades.
En un entorno violento y dolorosamente desigual como el nuestro, resulta indispensable e impostergable, crear redes de acompañamiento y cuidado entre mujeres, espacios respetuosos y sororarios donde podamos hermanarnos. Espacios libres de injusticia, violencia y abuso. Espacios transparentes y seguros, donde podamos caminar y construir mejores condiciones para vivir.
Tristemente, la sororidad entre mujeres seguirá siendo una utopía mientras sigamos rehuyendo a la autocrítica, mientras sigamos reproduciendo las formas de violencia –simbólica y explícita- que hemos aprendido en el sistema opresor que nos educa. La sororidad seguirá siendo un ideal inalcanzable mientras sigamos alimentando la supremacía moral de unas cuantas sobre otras muchas, y midamos nuestras personas con los parámetros que el patriarcado nos ha impuesto.
La sororidad es imposible, si no dejamos de tratar a otras congéneres como los hombres, históricamente, nos han tratado a nosotras.
Referencias
Lagarde, M. (1996). Identidad de género y derechos humanos. La construcción de las humanas. Estudios básicos de derechos humanos IV. San José, Costa Rica: Instituto Interamericano de Derechos Humanos.
Pérez, M. (24 de Febrero de 2004). Obtenido de CIMAC Noticias: http://www.cimacnoticias.com.mx/2015/node/38105