Hamlet performático por Rebeca Lsp

GabrielMorales/ArchivofotoFIC2019

A lo largo de su existencia, el Festival Internacional Cervantino (FIC) ha sido nicho, en más de una decena de ocasiones, para la famosísima puesta teatral Hamlet. Ello no debe sorprender a nadie, pues las obras de Shakespeare nunca pasan de moda, ni para las compañías teatrales ni para su público, pues sus temáticas están lejos de quedar obsoletas y siempre es placentero ver las pasiones trágicas. En esta ocasión, tal proeza queda a cargo de la compañía alemana especialista en teatro realista: Schaubühne am Lehniner Platz, la más reconocida de su país.  

El frío cervantino está haciendo de las suyas, agitando con ímpetu faldas, cabelleras y bufandas por igual. La fila para entrar al Auditorio del Estado no parece muy larga, pero eso podría deberse a que es la función de la 1 de la tarde en domingo (la de la noche anterior estuvo abarrotada). Entramos al lugar disponiendo de buen tiempo, recibimos nuestro programa de mano, un tanto más largo de lo habitual, y buscamos nuestras butacas en una coreografía orgánica. Algunos exclaman sorpresa: la obra está programada para durar 165 minutos sin intermedio; madres preocupadas miran a sus infantes, mientras, probablemente, se preguntan si sus querubines resistirán la función. 

Se da la tercera llamada, pero las luces no se apagan.  Muchas personas continúan fuera de sus asientos y docenas de lugares siguen aún vacíos. De pronto, los actores comienzan a merodear sobre el escenario y, aunque muchos los ignoran, otros nos cuestionamos si su hacer es parte de la función, si el “retraso” es algo orquestado. Pasan los minutos y nada, luego sale el actor principal a decirnos (en inglés) que están esperando a alguien, que no nos quedemos en silencio y continuemos como si nada en lo que la función comienza, también solicita a los espectadores del segundo piso que bajen a rellenar los espacios vacíos y la marabunta se empieza a escuchar. 

Yo me quedo mirando el escenario, la escenografía sobre él es una verdadera obra arquitectónica;  pocas veces he visto algo siquiera parecido (en una versión anterior de Hamlet, por ejemplo): le construyeron un nuevo nivel al escenario sobre el que hay, al frente, una zona llena de tierra; luego le sigue una mampara de finos hilos (misma que se iría moviendo hacia atrás o adelante, según los requerimientos de la historia) sobre la que se proyectarían videos en vivo grabados por el protagonista y, a través de ésta última, un comedor de doce plazas donde se pasean los actores. La ambiciosa estructura fue realizada por el reconocido escenógrafo alemán Jan Pappelbaum. 

La obra inicia con diez minutos de retraso, una proyección sobre la mampara nos muestra primeros planos de los actores; la filmación es en tiempo real, a manos de Hamlet, rasgo que que a lo largo de la obra fungirá como narradora extra de la trama. Las imágenes reflejadas no son cien por ciento fieles a la realidad, sino que están distorsionadas, como la mente del protagonista, hacia lo grotesco. Eso, en combinación con la ambientación sonora, crea una atmósfera de tensión, todo tiene un aura de performance. Inmediatamente después, los actores cruzan la mampara y se posicionan en la zona de tierra, un aparente panteón, donde se lleva a cabo la escena del entierro del padre de Hamlet. Aquí suceden dos cosas: primero, se desenvuelve una comedia física mientras intentan meter el ataúd y, segundo, la música tensa comienza un movimiento in crescendo, combinación que  saca de su confort al espectador.

Viene luego una escena donde Lars Eidinger, el actor que da vida a Hamlet, se deja caer como tabla sobre un montículo de tierra y, entonces, entendí por qué se referían a él como un “atleta del teatro”, pues se quedó en esa posición sosteniendo la respiración el resto de la escena para nada corta. Otro trabajo a destacar es el de la actriz Jenny König, quien desempeñó dos roles: Gertrudis, la madre, y Ofelia, la novia de Hamlet, pues además de su trabajo vocal, su capacidad histriónica estaba a la altura del protagonista; todo ello porque la compañía siempre adapta a su número de integrantes las obras y resulta muy ingeniosa cada una de sus transiciones entre unos personajes y otros.

Uno de los picos de la obra es cuando Hamlet rompe la cuarta pared y comienza a interactuar con el público, regañando a la audiencia cuando suenan teléfonos, salen de la sala o platican. Al principio es desconcertante, no sabes si el actor está realmente molesto al grado de salirse de su personaje; luego entiendes que es desde su papel que lo hace, y que para el resto de los personajes es una muestra de la locura en el protagonista. Esta maniobra tiene implicaciones interesantísimas, pues nos posiciona dentro del imaginario de Hamlet y nos incluye en la obra como un elemento más; la relación con el público es tan inusual como brillante. Incluso, a las dos horas de montaje, hay una escena donde el protagonista dispara a su aparente enemigo y da por terminada la función;  todos aplaudimos, él agradece los aplausos, se inclina con reverencias y, justo cuando nos disponemos a abandonar los asientos, la actriz retoma la escena con un diálogo donde se manifiesta muy desconcertada por la actitud rara de su hijo. Además, el actor va desnudándose y teniendo comportamientos cada vez más extraños, absolutamente performativos; podría rayar incluso en el exceso si no se pensara que la cultura alemana ve el performance de un modo más normalizado. 

Por otro lado, los diálogos son larguísimos y en la revisión de la traducción te pierdes gran parte del trabajo escénico; además, al no haber intermedio, la obra se torna bastante pesada. Para nada es un producto fácil de digerir, pero, aun así, el reconocimiento a los actores y a la producción en general es indiscutible. 

Schaubühne am Lehniner Platz
Hamlet
19 y 20 de octubre de 2019
Auditorio del Estado

Fotografía: cortesía FIC

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