Heridas conjuntas Por Mari Pineda

Tenía heridas pequeñas, de esas que olvidas porque parecen insignificantes, a veces eran tan pequeñas que no tenía idea de que existían, otras tantas eran inmensas y hacía caso omiso para no verme desangrar por el peso de mis decisiones.  

No recuerdo la fecha exacta en la que me dañé o permití que me dañaran, para ser honesta siempre fui dura y exigente conmigo misma y caer no era algo que se me viera hacer seguido, para ser realista, pocas veces se me vio caer de rodillas y lo cierto es que, prefiero evitar recordarlo.  

Me gusta pensar que todo es insignificante, que es normal que las plantitas mueran, las canciones me aburran y las series me alejen. Me gusta creer que nada es lo suficientemente fuerte como para prestarle atención y es que ni siquiera las presencias me importan tanto.  

Mi círculo de amigos siempre fue y continúa siendo pequeño, raras veces me permitía permitirle a otro conocerme o conocer a quienes me rodean porque siempre es más fácil alejarme.  

A excepción claro de algunas personas que llegaron e impactaron dejando cráteres en mi desde el primer momento, como Jorge, aquel chico de DF que ni siquiera conocía bien y que nos rescató a las 4 am después de salir de un antro a altas horas, nos cuidó como si fuéramos suyos y de cristal, nos alimentó cuando ya casi amanecía y nos mostró lo que eran las hamburguesas de la condesa, esas extremadamente caras que valían lo que cuestan 7 hamburguesas normales, pero el sabor de verdad justificaban el precio exorbitante. Él es una de esas ganancias que uno no espera y que tiene sin la necesidad de algo a cambio.  

Otra excepción fue mi pequeña Arl, éramos pequeñas juntas, la mejor amiga que cualquier persona pudiera tener, era increíble, como un girasol saludando el cielo azul una tarde de primavera. Nos queríamos y era difícil imaginar tomar una decisión sin que la otra lo supiera u opinara algo al respecto. Cargábamos con el peso de las heridas de la otra porque a veces los golpes eran fuertes y la fuerza de una sola no bastaba. Otros días, más nublados, nos recuerdo siendo pequeñas, éramos pequeñas cuando algo nos dolía y cuando una estaba tan mal que su pequeñez era mucha, la otra le ponía un banquito para que estuviéramos siempre a la par, nos compartimos penas, nos compartimos todo.  

Nos recuerdo siendo pequeños cuando él se fue, habíamos estado juntos por muchas estaciones y asimilar un invierno separados me destrozo totalmente, dolía porque habíamos vivido las primaveras y veranos como si fuéramos a ser eternos, pero nos fuimos y cuando eso paso, recuerdo que no solo a mí se me rompió el corazón, también a ella. Porque no solo éramos amigas, éramos una.  

Bueno, continuando con el tópico principal, mi circulo era pequeño así que jamás hubo premisa para despedidas que me marcaran realmente. Rara vez quería conocer a algún chico y lo cierto es que pocos lograban mantener mi interés, pero las heridas de esos que se fueron, así fueran poco; dolieron.  

Dolieron y no quise verlo, seguí mi vida sin llorarles y sin pedir su aprobación. Fue eso, mi ceguera, la que no me permitió ver que jamás puse antiséptico a la herida y ahora estaba inflamada.  

Que no cubrir las heridas porque no quería aceptar que ahí estaban, fue lo que causó que ahora mi cuerpo estuviera totalmente devastado y mi cabeza saqueada, como si un ladrón hubiese entrado ahí a desordenar todo, sin llevarse nada, solo por destruir.  

Todo se lee mal, pero me di cuenta de eso, de las heridas conjuntas y que hoy necesitan sanar. Que no quiero volver a estar con nadie en mucho tiempo, que está bien estar mal y que los arcoíris necesitan gotas de rocio, esas gotas que quedan después de la tormenta.  

Ahora solo queda sanar.  

 

Arte: Reisha Perlmutter.

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