Diría que odio tu sonrisa maquiavélica que sobresale por encima de tus hombros. Diría que odio la risa desentonada que brota como chillido de tus labios. Diría que odio que uno de tus ojos cafés sea más pequeño que el otro. Diría que odio tus ronquidos que levantan a los muertos de su eterno descanso. Diría que odio tu apariencia de vagabunda los domingos en la mañana cuando te levantas. Diría que odio tu llanto de frustración cuando sientes que la maldad del mundo te ha alcanzado.
Diría que te odio, pero nuca fui bueno mintiendo, nunca fui bueno odiándote. Y es que todas esas cosas son tan tuyas que ya las siento mías. Todas estas cosas son tan accidentales, tan mundanas, tan contingentes y efímeras que, cada vez que cierro los ojos, por más que intento evitarlo, siempre termino viendo tu mirada de asesina ensimismada; y, extrañamente, en vez de sentir miedo, acabo encontrando la paz que guardas en la serenidad de tu abrazo.
Fotógrafa: Paola Garrido