La luna llena jamás llegó por Joan Carel

En el balance general se señaló una edición absolutamente exitosa, pero la mayoría de la prensa y los residentes opinan lo contrario. Francia fue el país invitado, mas su presencia no se sintió como la de países anteriores. Comparado con otros años, el programa fue ligero –seguramente por “solidaridad”– e hizo falta mucha más difusión. Gente y puestos ambulantes hubo demasiados, pero no en los recintos; desde la calle el Festival Internacional Cervantino (FIC) fue más una feria de algodones de azúcar y maquillaje de animalitos que un festival de la cultura y el arte.

Beber en la calle continúa siendo ilegal, pero, rarísimo a comparación de la última vez, los policías se mantuvieron inmutables. ¿Será porque en las épocas de gloria esa era una costumbre totalmente permitida? Lo taxistas mantienen esa hipótesis, quienes cuentan que hace un par de décadas sólo embriagarse no era lo importante, sino tomar entre un mar de gente mientras se caminaba por las calles y callejones asombrándose en cada esquina donde había un espectáculo tras otro.

Éste fue el Cervantino de la carencia, pero su encanto todavía destella oculto manteniendo esperanza para el siguiente. Dicho entre líneas y bajo una actitud de triunfo rotundo –quizá a modo de excusa–, la nueva directora del FIC reafirmó precisamente eso: “El mejor siempre será el próximo. El mejor está basado en la propuesta”.

Los nombres de los invitados para el 2018 se resguardaron con recelo extremo, aunque la presencia de un patrocinador que ni siquiera se incluyó en el programa fue intrigante desde el principio: Aguascalientes. La Catrina de José Guadalupe Posada y todo lo que ella conlleva, sin duda hacen atractiva dicha invitación, al igual que la presencia de la fascinante India, la cual traerá su apabullante multiplicidad cultural junto con muestras de su progreso en ciencia, tecnología y economía. “El futuro” será el eje rector del FIC XLVI y en ello también podría hallarse implícita la visión comercial que año con año se apodera del festival, pues el mensaje constante en la ceremonia de presentación fue el crear un programa para captar un público, o bien, ajustarse a un público principalmente joven (el futuro consumidor) diestro en la comunicación instantánea y sensacionalista por redes sociales. No está mal satisfacer ni atraer, pero el propósito de un proyecto como el FIC, más que dar gusto en cuanto a lo que está en boga, debería ser mostrar tesoros inimaginables tanto de lejanos como de cercanos horizontes.

“Somos muchos jugadores de un equipo”, mencionó la directora estableciendo un principio de gestión cultural y dando así una vuelta diplomática al cuestionamiento sobre el presupuesto. La Secretaría de Cultura, el Gobierno del Estado de Guanajuato, el Ayuntamiento Municipal, el estado y el país invitados, además de las embajadas de los países participantes y los patrocinadores, son los encargados de la recaudación de fondos. Otro fuerte jugador en cuestiones de dinero es la Universidad de Guanajuato (UG), cuna del FIC quien, aunque su rector se muestre orgulloso, pone demasiada mano de obra y cede a diestra y siniestra sus espacios no proporcionalmente al apoyo y respeto que reciben sus grupos artísticos en el programa final. La UG también aguarda esperanzada los generosos convenios de intercambio prometidos por los hidrocálidos y los hindúes.

El Cervantino de traje azul y el Quijote de boina francesa se despiden dando un merecido agradecimiento a la ciudadanía por su hospitalidad. Para los inconformes a lo largo de esta temporada FIC, al menos la clausura ha sido memorable. El “Vals sobre las olas” de Juventino Rosas inició la velada a cargo de la Orquesta Sinfónica Mexiquense sencillamente vestida de negro, su  joven director con camisa de flores bordadas, Rodrigo Macías, y una reina enfundada en un brillante vestido rojo, Eugenia León.

Con “El corrido del caballo blanco”, “Sandunga”, “Amar y vivir”, “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, “Amorcito corazón”, “Capullito de alelí”, “¿De qué te cuidas?”, “Siete soles”,  “Arráncame la vida”, “Luz”, “Tu voz”, “Cerró sus ojitos Cleto”, “Patria”, “Pájaros de obsidiana”, “El fandango aquí” y hasta el “Ratón vaquero”, Eugenia y la Orquesta recordaron a artistas como Consuelo Velázquez, Agustín Lara, Pedro Infante, Chava Flores, Rubén Blades y Alejandro Marcial, además de incluir piezas de los jóvenes compositores David Aguilar, Leonel García y Natalia Lafourcade, con quienes la cantante realiza un proyecto titulado “Una rosa encendida”. Jóvenes también son los músicos de esta gala, pero la edad no impidió una deliciosa interpretación de un mambo y la célebre obra de Arturo Márquez, “Danzón número 2”.

La cabeza del FIC aún mantiene arraigado el nacionalismo del siglo XX y eso seguramente podrá constatarse del 10 al 28 de octubre del próximo año. La última noche de la edición XLV también fue muy mexicana, pero la poesía crítica no faltó. “Cantar es prenderle fuego al árbol de la memoria. Canta el fénix y exorciza el tedio y el cansancio”, recita Eugenia y por un momento se evidencia el por qué seguir realizando un festival para la cultura y el arte. “Luz a los poetas para que no anden malgastando letras. Luz es lo que nos falta para aclarar las manchas”. Lástima que esta vez la luz de la luna llena jamás llegó.

Fotografía: cortesía prensa FIC

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