La ofrenda popular y la ofrenda de concurso por Juan Mendoza

La ofrenda de muertos en sí misma es una cosa antiquísima, pero ponerle niveles y significados a las cosas, ponerle espejos, papel picado y volverlo colorido es (aparte de una mafufada) una derivación estética de dos siglos y cacho para acá que, más allá de la adición de una fotografía, deja casi intacta la tradición original, pese a cuanto concurso se hace en cada escuela y rincón del país año con año: en la mayoría de las casas la ofrenda sigue siendo simplemente eso, una ofrenda con veladora, algo de flores y comida sobre una mesa.

Y eso, la mesa, disponer de una mesa adicional para poner una ofrenda ya es un lujo de los siglos recientes, porque en los sectores populares de los cuarentas para atrás, si había una mesa, se usaba para todo, lo mismo para comer que para velar un muerto y, a veces, para comer velándolo, no había de otra. Lo mismo la foto: aún ya inventada la fotografía, pasarían décadas para que fuera asequible a la población y se integrase a la ofrenda. Así es, los muertos sabían llegar sin foto. El caso del papel picado es similar, no estuvo en la ofrenda hasta que se volvió barato comprar papel de colores.

La diferencia entre el altar popular y el altar de concurso es muy similar a la diferencia que existe entre el San Miguel de Allende de hoy y el San Miguel de Allende que vio el primer gringo que vino al finalizar la segunda guerra mundial, es abismal. Aquel San Miguel era prácticamente el Comala de Rulfo, el de hoy parece más un producto de Disney, producto al que parecen aspirar todos los así llamados “pueblos mágicos”.

Claro, para encontrar “encantador” un Comala había que haber leído a Rulfo, a Castellanos, el Popol Vuh, el Huehuetlatolli, a Traven y a Kenneth Turner, pero sin ese bagaje solo cuentas con el preciosismo televisivo comercial, y eso es lo que paulatinamente ha convertido a estos pueblos en una Maruchan turística llena de colores y toda clase de actividades carnavalescas que distan mucho de conectar con los hilos de su identidad social, un colorismo que hoy incluso es política de Estado.

Disclaimer: si a partir de aquí se lee un texto tirrioso, favor de ir al penúltimo párrafo y regresar aquí.

Cuando era niño, hace unos 30 años, participaba de una danza en la fiesta de la Virgen de los Remedios (Comonfort, Guanajuato), y puedo decir con toda seguridad que la danza de los guamares, que hoy circula por el país como danza tradicional del terruño, no existía.

Las tradiciones identitarias en general son menos vistosas, en el caso de Comonfort la danza más tradicional es “la sonaja”: a la usanza de los panaderos, hombres usan mandiles adornados, sombreros con flores y listones y una sonaja en la mano, una danza que puede verse en otros puntos del estado, por supuesto no usan vestimentas de guerra, tambores bélicos ni fuego, nada vistoso.

El caso de San Miguel es similar, pues aunque en todo el mundo existen los fuegos artificiales y en todo el país hay los llamados castillos, en esta ciudad existe una tradición antigua que, hasta donde conozco, es única en el mundo: un castillo de tronería que se enciende a las once de la mañana el domingo que corresponda a la fiesta del santo patrono (que es hoy cuando escribo, casualmente). No tiene luces, ninguna luz (ni hay mojigangas ni danza de los locos, ni gringos tomando fotos, nada, es un asunto de vena ulterior), es un castillo hecho cien por ciento de truenos, un ritual más auditivo que visual, pero por el horario y el día, casi nadie lo ve, más que los habitantes y devotos.

No escribo estas líneas buscando cambiar las cosas ni desde el rencor ni desde la añoranza, quizá porque crecí en una familia demasiado apegada a las tradiciones puedo decir que desde siempre guardé diferencias marcadas con eso, en cambio he sido, todo el tiempo, un partidario del mestizaje, del eclecticismo y de la Maruchan, y creo que todo lo que cause alegría sin perjudicar al otro es bueno y debe prosperar venga de donde venga, pero creo que es necesario un texto de este tipo porque siempre es bueno saber dónde está uno parado, hay que conocer la cara de con quién se casa uno sin maquillaje, mínimo, y si usted es de nacionalidad mexicana, ya está matrimoniado con un país con todo y acta o, mínimo, en un concubinato irreversible.

Y aquí estamos.

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