Las ciudades son un “organismo vivo que muda y cambia de piel constantemente […] (Pradas & Carrasco, 2016); que acusan a su tiempo y a las personas de su tiempo.
Las formas de vida del hombre se ven reflejadas en las diferentes expresiones de la cultura, entre ellas la arquitectura, que es una de las más tangibles, porque está ahí materialmente, o bien que dejó de estar. Los vestigios de las formas de habitar el espacio siguen siendo una huella fidedigna de sus formas de pensar y su sistema de creencias.
Las ciudades han cambiado con el paso del tiempo y están vinculadas permanentemente con el conocimiento de nuevas tecnologías. Así podemos encontrar casas talladas en tierra o roca, hasta casas realizadas con impresión 3D. Han evolucionado con el ser humano y en relación con el hábitat.
Mantener la ciudad de una pieza tiene que ver con un pacto permanente entre cada una de sus partes. La ciudad de Guanajuato pactó, por ejemplo, con el Dios de Río para que le permitiera vivir en la cañada, y de vez en tanto el pacto se ha roto, y al paso se ha llevado templos, casas y sosiego de sus habitantes.
La Ciudad de México pactó con el Dios del Inframundo, que a veces desata su ira y retiembla, recordándonos que la muerte es el costo de un pacto roto.
Las ciudades pactan con los volcanes, con los bosques, pactan con el desierto y con las bestias de los rondan, cuyo territorio, antes que de las personas fue de ellos. Ese pacto nos permite edificar y reedificar nuevos “organismos” para habitar el cuerpo.
Elizabeth Grosz planteó esa necesidad del hombre de extenderse hacia su entorno, cuando el cuerpo suyo no le es suficiente, la ciudad es una extensión de su cuerpo.
Una ciudad rota, es también un cuerpo roto. Y en tiempos rotos o en personas rotas, las ciudades también se rompen.
Cuando se rompe un pacto, la misma ciudad se vuelve en contra de quienes han osado interrumpir la grácil colocación de cada parte de ese “organismo”, y el sutil arte con que fue inventada. “Venecia es un fantasma” escribió José Emilio Pacheco:
…Fue inventada
por Canaletto.
La pintó en el agua.
Negación de Lepanto,
cada piedra
es oriental
y floreció en Bizancio.
Todo lo unido tiende a separarse.
Los islotes se hunden en la laguna.
El mar que la esculpió
hoy la destruye.
La historia de la ciudad de Guanajuato va por los mismos rumbos, ha estado marcada por diversos acontecimientos, algunos determinantes para entender al país tal y como es ahora; en lo que refiere a la configuración de las formas de la ciudad son quizá dos hechos los que más le han valido el partido urbano y la conformación del paisaje tal y como lo conocemos ahora: su topografía, así como los hechos e incidentes derivados de ella; y el auge económico venido de la producción minera.
Al primero le debemos una traza irregular que provoca que la arteria principal de la ciudad siga las curvaturas caprichosas del rio, ya que el acceso al agua, al igual que para la fundación de muchas otras de ciudades, era determinante para la supervivencia y la industriosa labor de sus primeros pobladores que, obligados por la cañada en la que la ciudad de asentó, adaptaron las edificaciones al hundimiento entre cerros, que le dan una ondulación casi caprichosa.
El territorio no favorecía la realización de una traza regular según las Ordenanzas de Felipe II para las ciudades en la Nueva España, y durante el siglo XVIII siete inundaciones dejaron destrozos en la ciudad y sus edificaciones, hasta la terrible inundación del año de 1780, que dejaría en ruinas al Templo y Claustro de San Pedro de Alcántara.
Las inundaciones provocaron en la ciudad que, además de desastres y desasosiego entre la población, se construyera un albardón de grandes dimensiones y se elevara casi 7 metros la caja del río, para someter su fuerza, hundiendo consigo un nivel completo de la ciudad y con ellos una parte importante de la historia arquitectónica de la entonces “Muy noble y leal ciudad de Santa Fe, Real y Minas de Guanajuato” y que hoy identificamos claramente con el centro histórico de la ciudad, cuyos límites territoriales eran mucho menores a los que conocemos. Se sumaban algunos caseríos de adobe, de los que solo quedan noticias en mapas antiguos o crónicas.
Las formas de vida han llevado a ciudades enteras a vivir completamente del turismo, a desplazar a los habitantes de los barrios hacia las afueras, o categorizar a sus moradores de acuerdo con la derrama económica que aportan.
Pero si un día esas fuentes de riqueza se ausentan las ciudades se empiezan a caer en pedazos.
Los habitantes de las ciudades han roto el pacto con ellos mismos y en muchos casos se han vuelto caníbales de su propio cuerpo, devorando la ciudad que los mantenía vivos.
Recomendaciones
Para leer:
“No me preguntes cómo pasa el tiempo. Poemas 1964/1968” de José Emilio Pacheco, en el que se incluye el poema “Venecia” y que inicia con un encabeza del diario Excelsior, de 1967: “Cada golpe de agua provocado por los motores hunde un poco más a Venecia.”
Francisco Márquez vive en Guanajuato, México / Realizó estudios en arte y administración. Especialista en gestión cultural. Amante del arte, la arquitectura y el diseño de interiores. En busca de los objetos singulares. Doctorando de Artes por la Universidad de Guanajuato.
Edición y estilo: María del Socorro Márquez González.
Pradas, A. M., & Carrasco, I. (2016). Prólogo. En: Actas de las XIII Jornadas de Protección de Patrimonio Histórico de Éjica «Arquitecturas pintadas. Policromía ne la ciudad”. Éjica, España: Asociación de Amigos de Écija. 9-10.