Desde hace ya varios años, estamos acostumbrados a que, durante el Festival Internacional Cervantino, el hermoso y amplísimo foro al aire libre de los Pastitos sea sede de eventos con gran convocatoria y capacidad: conciertos, noches electrónicas y obras de teatro con escenarios de infraestructura a gran escala, uso de grúas para sostener elementos de la escenografía o a las y los artistas.
Dicho lo anterior, es de suponer que no cualquier obra de teatro al aire libre es buena candidata para este sitio, debido a sus dimensiones y a la costumbre que tiene el público de sentarse en sus colinas de pasto para observar cómodamente desde la distancia. Un evento que pueda ser vistoso a gran escala es fundamental para resultar exitoso en este parque al borde del centro histórico de la capital guanajuatense.
Para inaugurar la serie de actividades cervantinas en esta sede, este año se eligió una obra teatral del colectivo chileno La Patogallina, nacido en 1996 y reconocido en su país por ser pionero en la fusión de varias artes en sus eventos de teatro callejero, como la música en vivo, las artes circenses, entre otras. Fuego rojo es el nombre del espectáculo en su primera participación en el FIC.
Esta pieza experimental retoma una obra del escritor uruguayo Eduardo Galeano, Memoria del fuego, cuya adaptación libre da como resultado un espectáculo bastante interesante donde se entrelazan los malabares de fuego, el equilibrismo y la danza, tan propios del teatro físico, con las palabras del autor y de una niña en voz en off. A pesar de que el colectivo está integrado por más de dieciséis personas, en esta ocasión solo seis fueron los artistas escénicos y una DJ.
La obra buscaba ahondar un poco en el tributo a la muerte, así como tocar el tema de nuestras raíces y visibilizar algunos problemas de discriminación. “India no soy, indígena sí”, decía una voz de niña en loop, mientras un equilibrista caminaba sobre una rueda.
Parte de su tributo se manifestó con algunas máscaras y el montaje de una calavera gigante compuesta por bates de béisbol que construyeron entre todos los miembros en escena sosteniéndolos con sus manos y dándole movimiento para simular que caminaba y se salía de un ataúd en la escenografía.
Otros momentos notables fueron las danzas, los malabares con fuego, las acrobacias con un aro gigante y, principalmente, la labor de equilibrio de una de las artistas que escaló sin arneses una estructura de aproximadamente cinco metros, para después realizar algunas danzas. A pesar de que no ocuparon mucho espacio con su escenario, pues carecía de tarima, el trazo dentro de las dimensiones del mismo demostraron que la obra requirió muchos ensayos: el tener a varios artistas en escena ejecutando diversas artes circenses sin estorbarse o atropellarse entre ellos, implicó una labor de sincronía que solo se consigue a base de repetición.
Vale aquí el comentario de que este espectáculo solo se disfrutaba completo si te sentabas al frente; estar a los lados implicaba perderse parte del mismo, pues lo que las y los artistas realizaban estaba orientado hacia una sola dirección. Por ejemplo, la construcción de la calavera solo podía apreciarse desde la parte frontal.
Es imprescindible que las obras llevadas a los Pastitos puedan ser apreciadas desde más de uno de los ángulos del escenario. De otra forma, se desaprovecha el espacio y se orilla al público a conglomerarse en un solo sitio, a pesar de que su maravilla es permitir una apreciación incluso a la distancia. Si esta obra se hubiera montado en San Roque o San Fernando, se habría apreciado muchísimo, dejando libre el foro para un espectáculo de mayores magnitudes.
Fuego rojo
Colectivo La Patogallina
12 y 13 de octubre de 2024
Los Pastitos