Marcia nació donde, en palabras de ella misma, “nació toda la cultura de occidente”; Marcia es connacional de Alejandro Magno, nacido en Macedonia y que si no “inauguró” como tal la globalización hace unos dos mil trescientos años, al menos sí las formas modernas de colonización. En favor de él, entre otras cosas, podemos valorar su filosofía integradora, su proyecto de mestizaje y el respeto a los dioses diferentes.
El “nacimiento de la cultura en Macedonia”, quiero pensar, no se refiere a un burdo nacionalismo, sino a la influencia que ha tenido el pensamiento griego en nuestras formas de vida y en el mundo occidental para comprenderlo tal y como es actualmente; habitamos un espacio común interconectado y con relaciones e intercambios permanentes, con los beneficios y problemas que ello conlleva.
Esa posibilidad de ser “ciudadanos globales” nos muestra en pleno 2020 que lo que pasa al otro lado del mundo influye directamente en lo cotidiano de nuestras vidas.
Edgar Morin, en “Breve historia de la barbarie de occidente” (Paidós, 2006) habla del Homo faber, el fabricador de mitos y dioses feroces y crueles capaces de cobrar vida propia: “La barbarie humana engendra dioses crueles que, a su vez, incitan a los humanos a la barbarie”.
La historia de la globalización se ha acompañado de una historia permanente de guerras y despojos, llena de mutilaciones a las culturas, de la anulación del Otro y una constante construcción de vacíos y, al mismo tiempo, de la mezcla y creación de una cultura rica y nutrida de las diversidades, reiterando que civilización y barbarie se constituyen mutuamente.
Durante la Segunda Guerra Mundial muchas ciudades fueron bombardeadas y sus edificaciones más bellas quedaron devastadas por la batalla, a las que mejor les fue pudieron mantenerse de pie. Pero el patrimonio de la humanidad es así, para que lo que quede edificado sirva de memorial y lo que deja de existir persista en la memoria.
En una de esas ciudades Marcia me mostró lo que los vacíos importan, en especial los que fueron hechos a la fuerza del golpe, como una cicatriz que recuerda la batalla que ahí se ha librado.
En los muros de un majestuoso edificio neoclásico, como en un intento de edificar una nueva Atenas, del tamaño del puño de mi mano, a la altura de las ventas y al pie de la acera, estaba la marca imborrable de un cañonazo sobre la roca; y como ése, cientos, miles, que nunca serán tantos como muertos y exiliados de la guerra.
Para el paseante, abrumado por la belleza y con tendencia a olvidar la historia, esos vacíos pueden pasar desapercibidos, o simplemente parecer el desgaste del tiempo sobre un esplendor deslucido.
La Segunda Guerra Mundial parecía haber terminado con una etapa colonialista y cerrado las puertas a los nacionalismos extremos, sin embargo, los humanos parece que somos dados a las regresiones.
El vacío, de sus múltiples formas, puedo distinguir para este fin dos de sus variantes: el vacío por lo que nunca estuvo; y el vacío por lo que estuvo ahí y ahora es una ausencia. Del primero quizá solo queda resignación; pero el preservar el segundo es una forma de asumir que hay cosas que no se pueden, ni se deben olvidar.
El vacío en un memorial inexistente que, a diferencia del monumento que se levanta para mostrar que está ahí, se hunde para recordar que algo falta.
Por estos días muchas personas tienen que sobrellevar la perdida de personas amadas, vivir con el vacío que deja la ausencia. Que ese espacio irremplazable sea venerado, que lo que quede sirva de memorial y que lo que dejó de existir persista en la memoria. Que el amor sirva de bálsamo, para que un día ese vacío se haga costumbre y ya no lastime, aunque siga ahí.
Recomendaciones
Para escuchar:
“Childhood (2)” y «Summer 78” dos piezas al piano compuestas por Yann Tiersen, y que forman parte de la banda sonora de “Goodbye, Lenin!”
Para Ver:
“Good Bye, Lenin!” (Alemania, 2003) dirigida por Wolfgang Becker y protagonizada por Daniel Brühl.
Ganadora del premio Ángel Azul a la mejor película europea en el Festival Internacional de Cine de Berlín 2003.
Francisco Márquez vive en Guanajuato, México / Realizó estudios en arte y administración. Especialista en gestión cultural. Amante del arte, la arquitectura y el diseño de interiores. En busca de los objetos singulares. Doctorando de Artes por la Universidad de Guanajuato.
Edición y estilo: María del Socorro Márquez González.