Quisiera escribir desde un limbo que no refiera a ningún lugar, porque me es imposible asirme a un lugar cuando voy de prisa. Mis transitares, complejos, miedos y bondades me han prohibido hacer de la calle un lugar. Un hombre que parece estar ebrio o golpeado es rodeado por cinco policías, un payaso intenta hacer lo posible por reunir a la gente, niñas de entre 12 a 14 años se pintan el pelo de morado con pintura en aerosol. La calle en un Cervantino se vuelve una serie de estampas inconexas, una serie de intentos fallidos de contar una historia. Los pasos de mis botas se apresuran y pienso si alguien me ve y me dibuja entre sus estampas inconexas. Si acaso soy el intento fallido de una historia de unos ojos expectantes. Lo más seguro es que no, ya que los ojos expectantes solo exigen cuerpos extraordinarios, cuerpos que se desarman, se arman, saltan, vuelan, se convierten en caballos, gatos, lagartijas o cualquier otro animal impresionante.
Mi padre me contaba que en un afortunado día le tocó ver al hombre mosca escalar una torre de la basílica de San Juan de los Lagos. Me hablaba de los cientos de rostros expectantes gritando cuando trastabillaba en su escalar el temerario hombre mosca (mientras esto sucedía un niño carterista buscaba una víctima). Por eso es que sé que no existe una mirada expectante, ni siquiera un espacio en la calle para mi cuerpo de mortal. Porque solo queda espacio para los hombres mosca, los acróbatas, los mimos que desarman su cuerpo. La calle es sólo para los dioses.
En los 70’s en Estados Unidos existía un programa de televisión llamado Soul Train, un show que versaba sobre el baile y la música Funk. El momento más esperado de éste era cuando los bailarines creaban una pasarela humana y en parejas los bailarines la cruzaban para demostrar sus pasos dignos de los dioses. Esos bailarines serían el comienzo: el tiempo pasa y el curso natural del movimiento dancístico hace lo suyo. El baile hip-hop ahora lleva más de 30 años y vivimos con la historia de legendarios b-boys que convirtieron su cuerpo en ligas y trompos para que la calle fuera suya. Nacieron los duelos, las pintas, el rap, el beatbox y ahora tengo que admitir que las calles son suyas por mérito divino.
La compañía Francesa Kafig, bajo la direccón de Mourad Merzouki, tiene el valor de tomar una compañía de bailarines de Hip-Hop para crear un espectáculo de danza con una escenografía creada a base de los increíbles efectos del video-mapping tridimensional. La idea parece cuajar, al menos en los primeros minutos, ya que sólo el cuerpo de un b-boy o un bailarín de hip-hop es capaz de detener el tiempo por un instante, de convertir el piso en mantequilla y, no conforme con haber creado ese milagro, transforma también su cuerpo en mantequilla. Me maravillo por este cuerpo que ahora juega con pequeños pixeles blancos que asemejan a un cielo estrellado, el humo de una vela o un mosaico. Somos impactados por un solo momento, parece que el cuerpo ha conquistado el lugar y no ha vuelto a reinar sobre él, una hora de evento puede llegar a ser cansado, el Dios se ha convertido en un simple mortal. Tal vez porque un teatro no es su lugar, tal vez porque son dioses del instante, no lo sé. Sólo me pregunto una cosa ¿porque no se encuentran conquistando la calle con su cuerpo inmortal en vez de este escenario virtual que ya parece estar muerto?
Centro Coreográfico Nacional de Créteil y del Val-du-Marne/Compagnie Käfig
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Auditorio del Estado
13 y 14 de octubre